Zona de conflicto

Venezuela, sociedad mediática y comunidad política. Antagonismos y atolladeros. Ciudad y utopía. Un espacio para cruzarse con los unos y con los otros...

11/29/2005

El gato y el abismo


A cuatro días de las elecciones legislativas, el país repite el síndrome en el que está atrapado desde el 11 de abril del 2002. Una parte nada desestimable de la sociedad, un sector nunca del todo cuantificable pero que oscila entre 30% y 40% de la población electoral, no logra mantener firme ningún objetivo político, no logra cohesionarse alrededor de un proyecto o estrategia a mediano y largo plazo, y se fractura cíclicamente ante los llamados desesperados de los border de siempre, es decir, de los que han hecho suyo, desde el 11-A y la huelga petrolera, el artículo 350 y la jerga abstencionista. De manera que por tercera vez en el último año tenemos el cuadro de una oposición cortocircuitada, con pasiones confusas y contradictorias, con muchos aliens fagocitándole el cuerpo, que se debate entre la civilidad y el atajo violento, entre la salida democrática y la solución mesiánica. Incluso está dispuesta a ponerle velas y ocupar las iglesias a la espera de alguna intervención divina, de alguna solución trascendente, allende de nuestras fronteras ¿una solución gringa, quizá?

Las dos caras de la abstención

No tengo nada contra el abstencionismo. Me parece, más bien, que ser abstencionista es una postura política tan legítima como cualquier otra. Sin embargo, debo hacer una aclaratoria: la abstención es una posición política por excelencia que manifiesta, en primer lugar, un rechazo a un régimen determinado (la democracia puntofijista, la democracia social, la democracia del consenso...), y en segundo lugar, manifiesta también un rechazo rotundo a todos los factores que dentro de ese régimen político adversan al partido gobernante. De manera que el abstencionista hace uso de una negatividad radical: lo que se juega un abstencionista es abrir un espacio inédito, despejar un campo determinado para que la luz de una nueva política pegue ahí donde antes había oscuridad. Como es lógico, la radical negatividad, históricamente, ha sido un instrumento de las minorías, tanto en Venezuela como en otras democracias, y tiene el inmenso valor, cuando se asume activa y políticamente, de sostener una negatividad con respecto a todos los actores que participan en el sistema. Con el abstencionismo no se busca tumbar a un gobierno directamente, sino poner en crisis a todo un sistema de representación política, incluida a la oposición “institucional”, valga decir.

En este sentido, hay que recordar que la posición abstencionista de Chávez entre 1995 y 1997 se hizo desde esta radical negatividad. Al punto de que algunos factores políticos del establishment, ligados a cierta izquierda que se había históricamente democratizado, nunca le perdonó esta posición border, y cuando llegó el giro electoral ya resultaba demasiado tarde como para apuntarse en el proyecto. El abstencionismo, repito, cuando se ejerce de manera activa, es una posición de radical negatividad contra todo el espectro político establecido.

La cara contraria del abstencionismo activo y negativo es, precisamente, la que manifiesta su absoluta indiferencia con todo el entorno de la política (indiferencia no es negatividad, ojo). Aunque esta porción abstencionista tiene una base histórica, y se le relaciona con la evasión y el cinismo, debe ser analizada y reivindicada, más bien, como el capital democrático irreductible de una sociedad determinada. Aunque no participa, aunque no ejerce ninguna función específica en la consolidación de nada, aunque los políticos se partan la frente contra el muro de su frialdad, esta abstención es el mejor índice para seguir pensando que la democracia es un asunto que no puede disolverse en el juego de las representaciones políticas.

Llegado el caso, siempre hay una porción de la sociedad que escapa a cualquier mensaje político. Este sector, que parece históricamente sólido (ha oscilado entre 30% y 50% en los últimos 20 años) es más ambiguo y dinámico de lo que parece. Incluso, hay quienes piensan, como yo, que este sector es la correa de transmisión que hace posible el juego democrático. De esta franja se desplazan algunos ciudadanos hacia la oposición y otros hacia el chavismo. Es, digamos, lo más cercano al centro, pero un centro “ausente” de la política. Sin esa franja gris e indeterminada, habría sido imposible que se produjeran los distintos trasvaces que han ocurrido en las fuerzas antagónicas desde 2001 hasta el día de hoy (el chavismo y la oposición han cambiado considerablemente de actores y de fuerzas en los últimos 5 años).

Los mutantes y la pulsión de muerte

¿La posición de los 350 y de Súmate representan la versión activa/negativa de la abstención o la gris/centrista? Rotundamente: ninguna de las dos. Ni hacen uso de manera sostenida de un proyecto político que quiera despejar algo, que quiera abrir el campo para una reflexión y una politización distinta de la sociedad, ni tienen vocación por la evasión y la indiferencia (para eso hay que tener también alguna vocación). Esta gente representa, más bien, la extraña mutación que ha ocurrido con los que no han logrado reciclarse bajo la lógica democrática, con todo y los problemas que ha tenido esta lógica para desplegarse desde el 2002. Son un tumor maligno que nació con el golpe de abril y la huelga petrolera, y que no logra producir políticamente nada, dado que su preocupación fundamental es conquistar el poder encarnado en la figura del Presidente. Hay que tener claro que por más presidencialismo y por más petróleo que nazca de nuestras canteras estatales, el Poder, para decirlo con el Foucault de los años tardíos, es una malla complejísima, atravesada por vectores y factores que escapan a la simple identificación de una silla presidencial como único lugar de la dominación. Estos mutantes que no logran reinsertarse en la política son, en términos psicoanalíticos, una pura pulsión, el puro resto de una energía y de una movilización despiadada que se originó con el intenso proceso de confrontación política. Esa pulsión pura, esa pulsión de muerte, se comporta igual que el gato de Tom y Jerry, que de tanto perseguir al ratón no se da cuenta de que se ha rebasado y continúa corriendo por el aire... Después de haber corrido un buen trecho sin suelo firme, el gato se percata de que está sobre el abismo, y allí es cuando se desploma y se da el tortazo de su vida...

El 4 de diciembre no será más que una síntesis de esta metáfora pulsional: la corroboración de que el gato, desde hace bastante rato, camina por el aire sin ningún soporte, sin ninguna base... ¿Arrastrará nuevamente hasta el abismo a toda la oposición con él?

La peor paradoja de la pulsión de muerte es que, a pesar del tortazo, el gato siempre reaparece en pantalla dispuesto a perseguir a su ratón. En ese sentido, creo que hay que acostumbrarse a vivir con el gato, pero si se quiere evitar que vuelva a arrastrarnos hasta el abismo, hay que sobreponerse enérgicamente a sus pulsiones y constantes carajazos...

11/21/2005

Comparaciones que resultan descabelladas

Leo la entrevista de Marcel Granier que apareció ayer en El Universal, y me pregunto ¿es ésta una posición individual o una posición “gremial”? Desde hace rato, después de la cortina mediática que se estableció férreamente entre noviembre de 2001 y agosto de 2004, el representante de las empresas 1BC pareciera ahora el único que queda de aquellos hombres que llegaron a agrupar a multitudes en una autopista de Caracas bajo el patético lema “con mis medios no te metas”.

Granier ahora aparece solitario en sus denuncias y en sus vaticinios apocalípticos. Si no fuera por lo atildado del traje, por lo arreglado del bigote y por los ademanes serenos de quien se toma una taza de té mientras pasa el trago amargo de la revolución bolivariana, cualquiera podría pensar que este hombre salió de la esquina de Bárcenas –en pleno vórtice del tumulto caraqueño– a luchar contra poderosos molinos de viento comunistas.

Uno, a estas alturas del partido (después del 11-A y del paro petrolero, salidas totalitarias suficientemente elocuentes), tiene que sospecharlo todo, y debe tomarse con mucha distancia cualquier teoría conspirativa de esas que se esgrimen con el objeto de movilizar a los más enardecidos, e histerizar a los más atemorizados.

Lo sabemos: a pesar de los bigotes, Marcel Granier no es Don Quijote. Aunque la figura de Granier parece huérfana en estos tiempos, vale considerar que en el fondo de la escena, donde no pega la luz, se encuentran aquellos dueños de medios que negociaron con el Gobierno su supervivencia post-referéndum. Uno debe tener en cuenta en política que la figura y el fondo son parte del mismo escenario teatral, en el que cada personaje de esta obra cumple con un guión y un rol.

¿Acaso no se puede decir lo mismo de Chávez con respecto al eje Caracas-Brasilia-Buenos Aires-Montevideo? ¿Chávez no es acaso el Granier de la movilización anti ALCA? Parece solitario, parece demasiado histriónico para la realpolitik de hoy, parece demasiado soflamático como para encabezar un movimiento antinorteamericano. ¿Chávez no es el encargado en este drama –como Granier del suyo– de enardecer, de movilizar, de reconfigurar el espacio político latinoamericano, con el objeto de propiciar una integración política, a espaldas de Estados Unidos?

Cuando uno se pasea por la prensa latinoamericana, y por la venezolana en particular, se encuentra con que se hace un esfuerzo supremo por sostener una diferencia insalvable entre Kichner, Lula y Tabaré con respecto al Chávez de las rancheras y de la pugnacidad anti-cumbre. Pero la verdad dura y pura es que mientras el nuevo subsecretario de Estados Unidos para los asuntos latinoamericanos, Tom Shannon, acusa a Chávez de ser una amenaza para la democracia, de patrocinar el liderazgo de Evo Morales en Bolivia y de Daniel Ortega en Nicaragua, la canciller argentina desmiente categóricamente que la democracia en Venezuela corra peligro. Incluso, casi simultáneamente, el propio Evo Morales se reune con Lula y en plan de amigotes de toda la vida, se retrata en la foto, como presagio de una alianza duradera. ¿Está Chávez solo en la prédica contra Estados Unidos?

La llegada de Kirchner a Puerto Ordaz no hace más que confirmar lo que se sabe desde hace tiempo entre corrillos continentales: dentro de la constelación latinoamericana post-neoliberal, a Chávez le ha tocado asumir (porque además le gusta y es lo que sabe hacer de sobra) el protagonismo popular, romper el celofán, alterar a los atildados y a los “cachorros”, mover las aguas, despejar el espacio... Abrir el camino.

¿Está Granier solo en sus denuncias contra el régimen? A él también parece tocarle el trabajo duro y pesado de movilizar. Es el protagonista de una constelación específica que durante meses trabajó al unísono bajo el lema “Chávez vete ya”, y ahora, después de la rotunda derrota política, busca reagruparse alrededor de algunos mensajes suficientemente conocidos. Intenta cumplir bien su papel, el representante de las empresas 1BC. Se le siente en cada línea que recita las texturas de un monólogo bien engrasado, con todos los efectos especiales del aterrorizador. Valdría la pena que se vea en el espejo de Chávez, quien a la postre ha terminado abriendo un camino y un espacio para un proyecto político sudamericano. Para muchos, por cierto, esto era impensable, y tiene a más de uno confundido, desconcertado: ¿cuál es por fin la izquierda borbónica y cuál la democrática?

Estaremos atentos con Granier, aunque ya conocemos el resultado. Sin figuras que den la cara, que sostengan algo, que arriesguen la investidura y lo propio, que estén dispuestas a salir al frente del escenario y a no fugarse en las primeras de cambio, no es posible convencer a nadie. Sin hacerse una radical autocrítica, tampoco se puede cambiar nada. Chávez, por lo pronto, se ha anotado un éxito político innegable en Latinoamérica a punta de sostener una postura y de impulsar una iniciativa. ¿Tiene algo que sostener el dueño de un canal de televisión venezolano en el debate, por demás necesario y siempre postergado, sobre la libertad de expresión? ¿Tengo acaso que responderles esta pregunta?

11/11/2005

Las cenizas de París y la memoria de nuestro conflicto


Lo que ocurre desde hace 15 días en París, y en varias ciudades de Francia y Europa, ratifica lo que muchos en la fantasía global se niegan a ver. En el país de la invención democrática, de la construcción de la ciudadanía y de los ideales políticos por excelencia (justicia y libertad), hay una verdadera batalla intestina, noche a noche, provocada por lo que podría llamarse, en términos de Caos, “el simple aleteo de una mariposa”. ¿Pero cómo es esto posible? ¿Francia no ha sido un país que durante décadas –después de la II Guerra Mundial– ha abanderado la “integración racial”, frente a una Europa descaradamente xenófoba?

II
La muerte de dos inmigrantes adolescentes en una persecución policial, de esas que hemos vivido intensamente a través del cine, con la lúcida y visionaria “El odio”, de Matthieu Kasssovitz (La Haine, 1995), provoca una escalada de violencia tal, que a uno le recuerda los días pavorosos de la Caracas del 27-F. La diferencia radical con la explosión social que cambió el panorama político y social de nuestro país, es que Venezuela era parte de esa cosa tercermundista que empezaba a desmoronarse con las reformas económicas de finales de los años 80, y que en las puertas del neoliberalismo mostraba sus fracturas culturales y sociales más profundas. Era la historia de países periféricos que se comportaban, ante la llegada del nuevo proyecto de globalización, como un volcán en erupción (el libro de Alma Guillermoprieto, “Al pie del volcán te escribo”, tiene una vigencia increíble porque muestra con precisión la Latinoamérica que aparecía al pie del Consenso de Washington, turbulenta, desajustada, desigual, destruida...).

IV
Las explosiones y las revueltas sociales forman parte del estigma que arrastramos dentro del discurso europeo de la civilidad. Para ellos seguimos teniendo algo de “salvajes”, somos aún primitivos, desinstitucionalizados, llenos de caudillos populistas y políticas clientelares. ¿Cómo entender, entonces, que eso mismo esté sucediendo en la Francia de la revolución democrática, de la cuna del Iluminismo y de los derechos humanos? Es como el fin del mundo, ¿no les parece? Ya hay muchos que le achacan el caos a los árabes, aceptando la coartada tramposa y xenófoba de estos tiempos: los musulmanes son peores que nadie, son impresentables, violentos y dispuestos a destruir la civilización occidental. El ministro del interior francés, Nicolas Sarkozy, califica a la gente que protesta de “chusma” (y se asume como un verdadero repelente de insectos: “Gentuza, gamberros, los voy a limpiar a todos”) y también declara que expulsará del país a los inmigrantes que sean detenidos en los disturbios (hasta ahora, dicho sea de paso, hay sólo 120 inmigrantes entre los 1.800 detenidos, es decir, menos del 10%). Por supuesto, las organizaciones de derechos humanos han encendido las alarmas y han protestado categóricamente por los niveles de respuesta institucional que está dando el Estado francés ante sus propios conflictos internos, contraviniendo los derechos civiles y la legalidad más básica.

VI
Una vez más hay que estar atentos a los discursos dominantes y a los mecanismos de defensa que muestra la Europa xenófoba. Lo que pasa en Francia es una cosa que se encuentra en el ambiente en cualquier parte de la Unión Europea. Una de las grandes lecciones que me he llevado de la España “diversa” es haber comprobado cómo lo que en Venezuela pasa por chusma (la pobreza extrema, los barrios, los malandros) son gente como usted y como yo. Aquí la exclusión es tan descarada y tan gruesa como la de nuestros países, la diferencia es que se practica de manera directa contra los inmigrantes. El inmigrante es el desecho del que no se pueden deshacer. Es esa porción impensada, ese problema nunca resuelto, esa cosa traumática que habla de potenciales de cambio, de potenciales de transformación que nadie, desde el estatus, quiere asumir.

VII
Quiero pensar que en un futuro no muy lejano terminará cambiando radicalmente el mapa político de esta Unión Europea. Nada más en España hay 700.000 árabes y africanos, todos ellos sin derechos políticos. ¿Se imaginan cuando aparezca acá una verdadera política de apertura e inclusión, una verdadera “misión identidad”, y se le permita a cada uno de estos individuos votar y elegir a sus representantes? ¿Se pueden imaginar a esta Francia convulsionada, el día en que el 10% de su población pueda decidir políticamente su destino? Lo que más les asusta a los europeos no es que los inmigrantes puedan ser ricos o ganar dinero tanto como ellos, sino que puedan votar, decidir igual que ellos e imponer a sus propios candidatos. Lo que más le preocupa a un europeo no es que el chino o el paquistaní le venda el litro de leche en el abasto, sino que sea igual que él, políticamente, e incluso pueda llegar a imponer su lógica política. ¿No les parece familiar el problema: de repente pobres y anónimos quieren dirigir el país y cambiarle las coordenadas a las prioridades nacionales?

VIII
Ante la barbarie y la explosión, el Estado francés promete ayudas sociales por el orden de los 25.000 millones de euros. Parecería que hay que romper los modales, quemar carros todas las noches, incendiar escuelas y atacar locales comerciales para que las cúpulas administrativas del país asuman con urgencia lo que no han querido hacer por décadas, es decir, dignificar a esos barrios periféricos que viven al margen de la París que los turistas ven. ¿Eso no es populismo y clientelismo del más vil? ¿Tratar de taparle la boca al “odio social” a punta de dinero instantáneo? ¿Será por eso que los anuncios gubernamentales no han remediado la violencia diaria?

IX
Lo que se ha democratizado en el mundo global es el conflicto y la exclusión. Y poco a poco empieza también a democratizarse la idea de que sólo la política y las formas de asociación colectiva hacen posible que, lo que hoy parece violencia irracional, pueda llegar a producir cambios sociales y transformaciones efectivas. ¿En Venezuela no comenzó todo con el sacudón de Caracas de 1989, y hoy hay un panorama político totalmente distinto? ¿No tenemos que enseñarle algo al mundo? ¿No tenemos que explicarle a los franceses cómo se puede salir del atolladero de la violencia y del derrumbe de una nación, y aún así generar nuevas expectativas de cambio?

X
La lección es que en este mundo de explosiones sociales, de estigmas, de humillaciones cotidianas y desprecios culturales, lo que queda es asumir la politización y precisar con quién y con qué te vas a identificar. Cuando llegué a Barcelona, en 2002, muy rápidamente entendí que no me podía identificar, por más que lo quisiera, con el catalanismo, que es lo mismo que identificarse con las reglas del Poder (la lengua, los protocolos, la idiosincrasia, las costumbres, los imaginarios). Rápidamente entendí que me identificaba mejor, por más blanquito y pelirrojo que fuera, con mis vecinos árabes, con los ecuatorianos y el sin fin de latinoamericanos que circulan por estas calles con las mismas precariedades y los mismos resentimientos.

XI
Entendí, finalmente, y esa es una de las valiosas experiencias de vivir en el extranjero, que por años había evadido algo esencial de mi Caracas finisecular y apocalíptica. Había evadido esa cosa gigantesca y siempre dura de digerir llamada la exclusión y la pobreza. Ahora mismo, lo que le puede decir este venezolano que ve todas las noches por televisión cómo vuelven cenizas a la ciudad de la Torre Eiffel, es que más que nunca conocemos esta historia, la sabemos de memoria: después de las catástrofes sociales es posible impulsar grandes cambios políticos. Por primera vez un venezolano de los años 90 tiene algo que decir, algún consejo que darle a un francés traumatizado por la violencia “irracional”. Le llevamos, por un momento, una ventaja al mundo “desarrollado”, y sabemos lo que ahora tienen que hacer. La memoria del conflicto se ha convertido en uno de nuestros mejores patrimonios a nivel global...Aprovechémoslo.


11/01/2005

Siete preguntas sobre la ideología y sus mutaciones

Kira, una pugnaz bloguera, me hace ver, en su blog colectivo www.endialogo.blogspot.com, que le tiene miedo a las ideologías porque terminan dogmatizando y uniformizando a la gente. Recuerdo que a finales de los años 80, este vocabulario y estas premisas empezaban a calar muy hondo en las ciencias sociales y en las carreras humanísticas, al punto de que parecía un exabrupto de los compañeros de viaje de la Escuela de Frankfurt, y de los alumnos de Adorno en particular, seguir pensando el mundo en términos de ideología y uniformización.

La comunicación y el entretenimiento parecían fenómenos, y lo eran, mucho más complejos que seguir haciendo la sempiterna denuncia ideológica en nombre de las relaciones dominantes de producción. La cosa incluso se puso peor para los críticos cuando el sector del entretenimiento se convirtió en el bastión de la mundialización económica, a principio de los años 90. ¿Tiene sentido seguir hablando de ideología en un mundo donde ni siquiera se conocen los verdaderos actores que están detrás de la escena mediática? ¿Tiene sentido seguir con la cantaleta de la ideología y del orden dominante cuando ahora somos muchos, diversos y múltiples?

Pero en aquellos tiempos universitarios uno se negaba a los cambios y se preguntaba a cada rato ¿será que Marcel Granier y Gustavo Cisneros quieren mantenernos brutos toda la vida, a punta de novelitas rosas, programas de concursos y maratones musicales? Mientras nos tienen aquí enchufados a la caja boba, ellos seguramente andan gozando un bolón jugando al té canasta, esquiando en los Alpes o leyendo a Proust, quién sabe. Todo sonaba a resentimiento de derrotado: los únicos que pueden salir “en busca del tiempo perdido” son los burgueses, porque a las masas no les queda otra sino trabajar y ver televisión. Uf, qué quemao.

Esa época en que la ideología era una moneda de trasnochados, coincidió con la disolución del socialismo, con la aparición de una flamante economía global, con fusiones e inversiones multinacionales, con el sueño de un mundo único y próspero que no había podido antes siquiera imaginarse, por culpa de los enguerrillamientos ideológicos, por las rivalidades políticas y todo lo que iba en el kit de “los felices años 90”. El obstáculo finalmente había sido superado, el mundo había liquidado a la KGB y qué mala fama le había quedado a todo lo que oliera a Poliburó y Comité Central. ¿Para qué entonces seguir hablando de ideologías, coño?

A la vuelta de 15 años de experiencia única y “feliz”, podemos hacer un simple balance. No disminuyeron los conflictos (más bien aumentaron en todas partes del planeta, incluso en el propio corazón de Europa); no se hizo más transparente el mundo (más bien se levantaron nuevas restricciones a la circulación de la gente, a la protección arancelaria de los países ricos); no se calmó el río de la pobreza (ahora la pobreza es un asunto tan gigante, tan urgente, que toma las riendas mismas del proceso político y protagoniza cambios que a muchos le parecen vergonzosos); no se repartió la prosperidad de una manera más óptima (hay que decirlo, los ricos son más ricos y los pobres más pobres); y lo peor, en el mundo ahora hay un poco de bichos peligrosos, y como no se les puede llamar a la antigua, se les llama ahora terroristas.

Antes había un muro gigantesco que simbolizaba el abismo ideológico y la ominosa diferencia planetaria entre capitalismo y comunismo (el de Berlín), pero resulta que ahora hay tres muros que pasan por problemas domésticos y contingentes, y que pretenden ser abordados como si se hubiera roto un tubo de la plomería. ¿Los muros de Estados Unidos/México, de España/Africa y de Israel/Palestina no hablan, carajo, de unas diferencias y de unos abismos sociales y culturales que deben ser combatidos políticamente?

El mundo único hecho para las circulaciones monstruosas de capital (el capital es el único que tiene libertad de circulación por todo el mundo, por ende es el verdadero ciudadano cosmopolita de la globalización) se ha vuelto caprichoso, peligroso, amenazante, confuso, terriblemente injusto y sobretodo arbitrario. ¿Qué hacemos, entonces? ¿Le seguimos haciendo el juego a la fantasía de la felicidad global o abordamos los conflictos, identificamos nuestras causas y movilizamos nuestro pensamiento y nuestras acciones?

Las preguntas, a la vuelta de los “felices años 90”, parecen retornar a los viejos tópicos de los pensadores frankfurtianos.

1.-¿No es una trampa ideológica por excelencia pensar que el mundo es posible gracias a soluciones de consenso, que no subrayen consistentemente nuestras propias diferencias? ¿No hay una diferencia brutal entre el formato del consenso como estrategia de los que ya se encuentran en la pomada, y la articulación política de los "diferentes", de las mayorías que quieren establecer sus propios mecanismos de convergencia y de asociación?

2.-¿No es una estrategia ideológica por excelencia pensar que se puede discutir en este mundo múltiple y diverso de cualquier vaina, menos de la política y de la ideología, sobretodo si éstas son enarboladas directamente por los inmigrantes sin voz, por los sudsaharianos, por los desplazados por la guerra, por los huelepegas, por los desnutridos, por los marginales de todo tipo? ¿No les parece sintomático que el proyecto de la Constitución Europea no le reconozca derechos políticos inmediatos a los inmigrantes que se encuentran por millones en estado de ilegalidad (y de legalidad) en su territorio?

3.-¿No será que el mundo nunca fue único y que el conflicto es nuestro hábitat y nuestra forma de vida? ¿Si eso es así, entonces cuál es el problema que la gente asuma una ideología y una política para construir comunidad y para defenderse de sus adversarios? No hay ideología más letal que aquella que no te deja imaginar ningún otro mundo posible al de la diversidad y el multiculturalismo “suave” de la globalización.

4.-¿No es una gran estrategia ideológica hacernos creer que podemos vivir sin fronteras, en un mundo sin diferencias, un mundo sin ideologías y sin causas políticas? ¿No son estas grandes ilusiones una vaselina del “entertainment”, de la industria cultural en todas sus ramificaciones y géneros?

5.-¿No es a través del consenso del G-7, del Consejo de Seguridad de la ONU, del FMI, del Banco Mundial, que se habla en nombre de cada uno de nosotros? ¿Puede la modalidad del consenso superar el abismo entre las clases más desechables y los ciudadanos que se encuentran "cómodamente" insertos en un sistema con sus plenos derechos y beneficios?

6.-¿No es un chantaje ideológico inaceptable pensar que sólo queda adaptarnos a este mundo arbitrario, caprichoso e injusto mientras unos cuantos siguen haciendo su agosto? Mientras nos piden tranquilidad, desapego y distancia con la política, otros siguen apegados a reproducir capitales en cualquier área de la economía y a cualquier costo. Lo bueno de la política, cuando se asume de manera confrontativa, es que pone la luz donde antes había indiferencia, desprecio y oscuridad.

7.-¿No es ideología pura y dura seguir pensando que las oportunidades de progresar, de hacerse rico y de pasearse por las grandes ciudades del mundo están ahí, al abrir la puerta de la casa, con sólo ejercer la iniciativa y la imaginación? ¿No es ideología por excelencia imaginar que uno puede, desde el garaje o desde un rancho en Caucagüita, llegar a ser Bill Gates?

La ideología de la globalización no necesita de líderes, de consignas ni de salmos directos que recuerden el dogma o la religión. Eso se lo dejan a los islamistas y a los comunistas. Le basta, sí, con que tú y yo, espontáneamente, nos resistamos al conflicto, que neguemos la política y nos dediquemos a disfrutar, al estilo individual, cada poro de la diversidad que ofrece el consumo.

¿Cuál puede ser la respuesta en estos tiempos? No me queda duda: afirmar el papel de la ideología, asumir el valor de la politización y movilizar nuestras más profundas diferencias.

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