Zona de conflicto

Venezuela, sociedad mediática y comunidad política. Antagonismos y atolladeros. Ciudad y utopía. Un espacio para cruzarse con los unos y con los otros...

10/17/2006

Fernando Coronil, historiador y antropólogo


“La izquierda todavía
no tiene un proyecto coherente”


El director de la cátedra de estudios latinoamericanos de la Universidad de Michigan afirma que la izquierda naufragará si no es capaz de construir un modelo económico alternativo. Considera problemático que se pregone la democracia participativa en Venezuela, y se terminen tomando decisiones personalistas alrededor de materias fundamentales como el petróleo o la orientación del socialismo del siglo XXI. Vaticina que el 2007 será un año de intensos conflictos populares

Fernando Coronil suele venir de Michigan un par de veces al año para sumergirse, como un ágil buzo, en la realidad política y social del país, una materia que a pesar de lo opaca y compleja que se ha tornado con los años, lo obsesiona desde su juventud, cuando decidió hacerse historiador.

Los años de análisis, estudio e investigación sostenida, que lo llevaron a especializarse también como antropólogo, le han valido un puesto peculiar dentro del mapa académico del Continente. A contracorriente de las tendencias dominantes de la investigación sociocultural y política en América Latina, que se desprendieron con ligereza del enfoque materialista a finales de los años 80, Fernando Coronil ha venido desarrollando una perspectiva ligada a la crítica de la economía política de la sociedad global.

Su manera de relacionar el papel que están jugando los recursos naturales, la mano de obra, el mercado y el Estado dentro de la lógica capitalista actual, ha sido materia de elogiosos comentarios académicos, y ha recibido menciones especiales de figuras como Antonio Negri y Michael Hardt. Autor de un libro que ha tenido notables consecuencias para la lectura de nuestro siglo XX, El Estado mágico. Naturaleza, dinero y modernidad en Venezuela, Fernando Coronil viene desentrañando algunas claves para comprender el período que se inauguró en 1998 con la llegada de Chávez al poder. Estudioso del papel que ha jugado el petróleo como constructor del Estado y de la sociedad contemporánea, Coronil ha venido definiendo este proceso político y ha caracterizado el nuevo mito que se encarna en Hugo Chávez –el del justicialismo– como diametralmente diferente a los mitos que se construyeron en el siglo XX venezolano, y que estuvieron ligados al discurso del progreso y la modernización.

Director de la cátedra de estudios latinoamericanos de la Universidad de Michigan, Coronil conducirá este semestre un seminario sobre el candente tema de la izquierda en América Latina, una tendencia política que se pensó extinta durante los años 90, y que a principios del siglo XXI se ha convertido en un horizonte ineludible para pensar, debatir y discutir el futuro político del continente. A su seminario asistirán especialistas como el mexicano Enrique Dussel, el argentino Ernesto Laclau y el peruano Aníbal Quijano. Su tesis fundamental es que las tensiones y contradicciones son el sino de una izquierda que, si no consigue construir pronto un modelo económico alternativo al capitalismo global, naufragará irremediablemente, y generará una nueva decepción entre los sectores populares. “Ese es el gran dilema: la tensión entre el discurso político progresista, de equidad, justicia y lucha contra la pobreza, y una realidad económica que hace que sea difícil lograr esas aspiraciones. En este momento no existe un proyecto coherente, lo que hay es un reconocimiento de que el neoliberalismo fue una fuente de problemas nuevos para la sociedad en su conjunto”.

–¿Qué significa la izquierda en América Latina?
–Están pasando dos cosas simultáneamente. Hay una izquierda que está luchando por redefinir un panorama político y una visión de sociedad a futuro, y por otro lado hay una crisis del proyecto de la modernidad, y de sus principios rectores. Creo que hay en este momento una cantidad de respuestas políticas muy diversas, en la que existen muchos matices, difíciles de encasillar en una categoría única, o en una solución binaria al estilo de Jorge Castañeda o de Teodoro Petkoff. Creo que una manera es historizando a la izquierda. Ésta nunca ha sido una sola cosa, siempre ha sido heterogénea y cambiante, de acuerdo a las condiciones existentes. De cierta forma, la izquierda significa movimientos sociales particulares que encarnan un proyecto más universal, que enarbola principios más equitativos. Yo concibo a la izquierda como un proyecto siempre inconcluso, donde ciertos ideales de mayor democracia, en el sentido de participación política, ciudadana y económica, deben ser acompañados con una demanda de igualdad de derechos de género, de raza, de orientación sexual, de derecho a la vida y a la supervivencia. La izquierda es el signo de un proyecto que se reconoce como lo más plural y universal posible, y su contenido no puede ser definido a priori. Lo definen los distintos actores sociales en sus luchas específicas, en su tiempo y espacio dado.

–Después del fracaso de la experiencia socialista real, lo que quedó fue la globalización, donde desapareció cualquier posibilidad de crear una alternativa política al capitalismo. Ahora empiezan a esbozarse salidas, pero de manera precaria y poco clara. ¿Hacia dónde vamos?
–Desde principios de los 90 se produjeron numerosos indicios de que la cosa no marchaba bien. No sólo con la proliferación de movimientos sociales, con sus protestas y demandas, sino también desde los propios centros de poder, donde había el reconocimiento de que no se estaban resolviendo los problemas de pobreza y de reproducción del capital. Hay un consenso de que se tenían que tomar medidas ante los problemas de creciente exclusión y marginación. Surgen respuestas políticas desde la izquierda, pero las respuestas económicas no están claras. Hay una tensión entre la aspiración de una forma política distinta, de una democracia más participativa, y la base material de esas luchas. No creo, sinceramente, que alguien tenga una idea de qué camino tomar en este momento. Lo que está pasando es que hay una frustración creciente en América Latina por las promesas incumplidas, de gobiernos que se han presentado como de tendencia socialista. El problema, y eso es importante subrayarlo, es que no sólo existe ineficiencia y corrupción, sino que esta falta de respuesta también es producto de la lógica misma del sistema económico imperante. Ese es uno de los problemas fundamentales de la izquierda de hoy.

–Si la izquierda hasta ahora sólo ha sido una respuesta política, ¿qué la diferencia del populismo?
–Dicen que cuando San Martín se consigue con Bolívar en Guayaquil, le dice que está muy preocupado por el tipo de orden que se iba a establecer, y Bolívar le responde “no importa, del caos saldrá la libertad”. Yo creo que pensadores de la izquierda como el argentino Ernesto Laclau, por ejemplo, celebran un poco la opacidad de lo social como fuente de posibilidades políticas. Yo comparto un poco eso, pero lo político no es sólo retórica, es también prácticas institucionales que tienen un peso muy importante. Uno de los logros de este movimiento de izquierda latinoamericana es la toma de conciencia, por parte de muchos sectores, de sus derechos ciudadanos, de sus derechos políticos, incluso el sentimiento de obligación que tienen de participar en la vida pública. Eso es un logro muy significativo de estos tiempos.

El socialismo no es la toma de palacio

–¿La política como discurso no termina construyendo realidades?
–En América Latina hay una exacerbación de la palabra, en parte por la dificultad de establecer vínculos institucionales fuertes, y de crear nexos concretos y profundos entre cierta retórica de izquierda y cierta práctica institucional y económica. El caso venezolano es muy evidente. La palabra se ha convertido en una gran hacedora de realidades. Este es el Estado más mágico que hemos tenido en la historia. Tenemos una fábrica de palabras, y Chávez lo personifica con brillantez, elocuencia y exceso, depende de como uno lo vea. Chávez es el gran mago, para unos es el que hace magia de verdad, y para otros es un personaje fraudulento. La realidad se ha vuelto, por este exceso mágico de palabras, en una nebulosa. La situación es muy compleja.

–Pero si la situación es tan compleja, ¿cómo se le puede pedir a la clase media que tiene trabajo, propiedad y cierta estabilidad simbólica y material, que comprenda la incertidumbre?
–¿Y quién le pide eso?
–La dinámica del debate político le está exigiendo a la clase media ver lo que hasta ahora no ha visto?
–Es un problema muy profundo que tiene que ver con la crisis de credibilidad que afecta a muchos sectores sociales, entre ellos al de la clase media. Es más preocupante lo que ocurre en los sectores populares. Así como la clase media siente esa incertidumbre, y la vive con temor y ansiedad, también los sectores populares que han depositado la confianza en el gobierno de Chávez padecen esta situación con ansiedad y con dificultad. Yo no sé hasta qué punto esta situación de incertidumbre se pueda mantener. Hay tensiones profundas, y eso puede desembocar en una nueva desesperanza. No tengo idea de cómo se va a resolver esto en el futuro. Me preocupa la manera en que se le pide más confianza a los sectores populares, cuando en realidad el proyecto no satisface las demandas que ha generado. Eso puede ser muy peligroso. Después de las elecciones, si Chávez gana, habrá un momento intenso de exigencias populares.

–¿Y qué salida se pueden crear ante los descontentos de los sectores populares?
–Una posible respuesta, esperanzadora por demás, sería recogerlos, celebrarlos, incorporarlos, aprender de ellos. La otra sería reprimirlos, y eso sería muy nefasto para un sistema democrático. Dentro de esa disyuntiva, no sé cual salida se producirá en Venezuela después de las elecciones.

–¿Cómo definiría el proyecto de Chávez?
–Es una pregunta difícil, no se trata de hablar de un Chevrolet o de un Ford. Llama la atención de cómo surge en Venezuela, en un contexto de democracia participativa y protagónica, la decisión de marchar al socialismo del siglo XXI. No ha sido producto de un debate, ha sido una decisión individual. A lo mejor hubo discusiones de base, pero la forma que adquiere, públicamente, es la de una decisión personal. Yo creo que este es un gobierno que está insertado en una economía capitalista, y que ha hecho una redefinición bastante compleja de la renta petrolera, que no ha tenido discusión suficiente como para precisar si es en verdad de vocación socialista. Temas tan importantes como la transformación de las empresas petroleras en empresas mixtas, en contratos de largo aliento, creo que deberían ser motivo de un debate público, para entender la conveniencia de esa forma de estructuración económica. Siento que sería necesario un debate, un diálogo más profundo, más calmo, para que la gente entienda lo que está pasando. Un gobierno de izquierda debería profundizar las prácticas de participación, discusión, dispersión y despersonalización del poder. Hay un signo de interrogación serio sobre esta forma de centralismo del Gobierno de Chávez.

–¿Si la economía es la gran incógnita de la izquierda, qué se puede esperar?
–Pienso que el ideario de la izquierda podría articularse con una alternativa económica, si pensamos que los intentos de transformación social ocurren a distintos niveles, como decía Gramsci. Es decir, pueden existir guerras tangenciales, parciales, frontales. Se trata, inclusive, de analizar cómo el capitalismo fue en su momento una fuerza transformadora, democrática, revolucionaria. No se trata de rechazar toda forma de capital, sino de aspirar a que el capital sea más democrático, que sea más eficiente. Que se manejen las licitaciones, las empresas, los contratos de una forma más democrática y racional. Eso podría ser un punto de avance. Yo no veo el socialismo como una toma de palacio, al estilo Cuba, sino como un proceso complejo.

–¿Eso significaría desplazarse del mito del progreso al mito justicialista?
–Chávez ha planteado otro proyecto a partir de la justicia y de la confrontación entre sectores, y eso ha sido fundamental. El chavismo plantea un modelo justicialista, incluyente en cierta forma: “PDVSA ahora es de todos”. El proyecto tiende a hablar, retóricamente, de una unidad, pero en la práctica sigue siendo excluyente, y no con la clase media sino con los sectores populares. Aquí la banca está muy contenta con este Gobierno, y con ganancias exorbitantes dentro del contexto latinoamericano. La distribución de la renta petrolera, a través de los bancos, se ha convertido en un negocio fácil que atenta contra el proyecto de sembrar el petróleo en áreas productivas. Este proyecto político no excluye a sectores poderosos, y me da la impresión de que no integra suficientemente a los sectores populares. Existe además una tendencia a la exclusión, por factores ideológicos y políticos, que hacen que la participación popular esté signada por un apego, por una identificación con el Gobierno, y eso me parece muy problemático.

–¿Qué hace un oponente para enfrentarse a Chávez?
–Es muy fácil criticar cuando uno no está metido en la pelea, pero pienso que el caso venezolano es el de la ineptitud y la arrogancia de la oposición. El golpe cívico-militar de abril, el golpe petrolero, la reacción ante el referéndum son tres ejemplos clave que demuestran cierta actitud de desprecio por el país como totalidad. Cada una de esas experiencias parece que dejó enseñanzas, pero no sé si esas enseñanzas han cristalizado en un mensaje colectivo. Mucha gente, a nivel personal, ha reconocido errores. Estamos viendo la candidatura única de Manuel Rosales, que es un logro. En Venezuela es importante que haya una oposición seria y responsable, y que participe con un discurso político sustancial, no sólo retórico. Quizá es pedir bastante, pero me parece importantísimo que se debatan ideas y proyectos políticos.

–Más allá de los casos concretos, cree que el siglo XXI será socialista?
–El socialismo es necesario como visión política, económica y social, para contrarrestar los males del capitalismo. Son como hermanos gemelos, el socialismo surge junto al capitalismo como una crítica al modelo, y el capitalismo es menos malo de lo que es, en parte por el temor y la respuesta que puedan dar los sectores excluidos y sufrientes ante su lógica de injusticia. El capitalismo es una fuerza revolucionaria que crea sus propias estructuras de poder, sus niveles de jerarquía y sus desigualdades profundas, y precisamente son esos sectores afectados por estas desigualdades los que luchan para reformarlo o cambiarlo. Dentro de ese proceso global, que nunca puede ser enteramente local, el futuro del mundo tendrá que ver con formas de reorganización de la propiedad a nivel mundial, macadas de alguna manera por el signo del socialismo.

–¿Entonces cree que sí habrá socialismo del siglo XXI?
–Lo veo como un proyecto político marcado por un deseo de reconocimiento de la necesidad de que la democracia no sea simplemente formal y política, sino también sea económica, donde se disminuya o se elimine la exclusión social que genera el proceso de concentración económica, que es muy característico del capitalismo. Socialismo es reconocer la pluralidad de las capacidades humanas y de las sociedades. Ese es un ideal saludable, y no puede eliminarse mientras haya problemas de exclusión, de injusticia y de pobreza. Y como esos problemas son consustanciales con la propia lógica del desarrollo capitalista, éstos propician la crítica y el propio ideal del socialismo. Lo ideal sería que ya no se mantenga la dicotomía capitalismo-socialismo, sino busquemos formas que integren, transformen y modifiquen al capitalismo mismo, para que no sea tan mordiente y tan agresivo. Un punto fundamental para esa búsqueda sería el problema de la naturaleza, de la base material en la que está relacionado todo el planeta y la humanidad. No se trata ya de si eres o no capitalista, lumpen o marginado. Es necesario crear un sistema productivo social, donde los humanos no destruyamos el hábitat donde vivimos. El capitalismo, en ese sentido, ha sido un sistema muy devastador.

4 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Me parece muy interesante esta entrevista. Creo que es bueno destacar la posición crítica de Coronil frente al chavismo, cosa que no significa que no destaque algunos elementos importantes de él.
Insisto que en este sentido queda de la izquierda moderada hacer un esfuerzo para pensar lo posistivo del chavismo y marcar una distancia bien crítica con lo negativo del chavismo si es que no se quiere caer en los mismos errores del pasado. Teodoro y muchos intelectuales y profesores han estado entablando una batalla desde hace tiempo muy valerosa y digna, que sin embargo poca resonancia ha traído en otras instancias, pese a ser las que más ha dolido al chavismo por su rigor y exactitud crítica.
Creo que en este sentido deberías establecer lazos de conexión con otros grupos de reflexión y animar a otros pensadores. Me refiero, como una vez te dije, a las reflexiones que están llevando a cabo Colette Capriles, Elizabeth Burgos o Perez Oramas. Incluso me atrevería a sugerirte buscar conexión con gente de izquierda de las nuevas generaciones, como Vicente Lecuna o Gisela Kozac.
Me parece que, más allá de proponer relecturas interesantes de los nuevos debates de la izquierda globalizada, como son los de Negri o Baclau, que son importantes, hay que reflexionar desde nuestro contexto, o desde nuestro propio circuito discursivo. Es necesario volver al marxismo desde otra mirada, y releer críticamente las lecturas que se han hecho en Venezuela, para marcar una distancia con ellas y proponer otras. No puede ser que todavía mucha gente confunda al marxismo con el caudillismo recalcitrante del chavismo y del Castrismo. Es verdad que hay cosas del marxismo que no se puede sostener: como su teleología, como su maniqueismo, como su pretención cintífica, a menos que haya una nueva lectura de ellos.
Debería trazarse un nuevo consenso teórico, tratando de integrar las lecturas positivas del marxismo en el país (si es que existe, habría que volver a Ludovico Silva, y a otros, para leerlos incluso en contra de ellos mismos a ver qué cosas interesantes se consiguen), las lecturas recientes del marxismo, y las demandas que deben procurarse para los nuevos tiempos por venir, e incluso (¿y por qué no?) las críticas al marxismo o el comunismo, que van desde Picón Salas, Manuel Caballero o Carlos Rangel.
Yo sí creo personalmente en las utopías, y más precisamente en los cambios, pero no creo que estos tengas un tinte ideológico y que dependan de la voluntad personal de un gran papá. Para mí se trata de una nueva forma de pensar, de ver las cosas. Nuestras guerras no es contra unos oligarcas, o contra Bush, o contra las transnacionales. Nuestra guerra es contra una forma de ver el mundo. Descubrir otra mirada, proponer otra salida es el primer paso al gran cambio.

El hombre K

3:58 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Bujanda, una sugerencia. ¿Por qué no cuelgas un fragmento de tu novela en el blog? Así vamos conociéndola. Mucha suerte con todo, aunque supongo que la admiración por el Maestro de Maestros Adriano es un saludo retórico. Mal estaríamos en un país de las mononovelas...
Pero nada, que a ver si te animas y comenzamos a leerte.

4:13 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

general en zona de conflicto (servia). benjamin jacob canne nemerovsky, 1999

10:25 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

general orlov, general emilio kleber, emilio largo, ernst singer

3:30 a. m.  

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