Zona de conflicto

Venezuela, sociedad mediática y comunidad política. Antagonismos y atolladeros. Ciudad y utopía. Un espacio para cruzarse con los unos y con los otros...

11/11/2005

Las cenizas de París y la memoria de nuestro conflicto


Lo que ocurre desde hace 15 días en París, y en varias ciudades de Francia y Europa, ratifica lo que muchos en la fantasía global se niegan a ver. En el país de la invención democrática, de la construcción de la ciudadanía y de los ideales políticos por excelencia (justicia y libertad), hay una verdadera batalla intestina, noche a noche, provocada por lo que podría llamarse, en términos de Caos, “el simple aleteo de una mariposa”. ¿Pero cómo es esto posible? ¿Francia no ha sido un país que durante décadas –después de la II Guerra Mundial– ha abanderado la “integración racial”, frente a una Europa descaradamente xenófoba?

II
La muerte de dos inmigrantes adolescentes en una persecución policial, de esas que hemos vivido intensamente a través del cine, con la lúcida y visionaria “El odio”, de Matthieu Kasssovitz (La Haine, 1995), provoca una escalada de violencia tal, que a uno le recuerda los días pavorosos de la Caracas del 27-F. La diferencia radical con la explosión social que cambió el panorama político y social de nuestro país, es que Venezuela era parte de esa cosa tercermundista que empezaba a desmoronarse con las reformas económicas de finales de los años 80, y que en las puertas del neoliberalismo mostraba sus fracturas culturales y sociales más profundas. Era la historia de países periféricos que se comportaban, ante la llegada del nuevo proyecto de globalización, como un volcán en erupción (el libro de Alma Guillermoprieto, “Al pie del volcán te escribo”, tiene una vigencia increíble porque muestra con precisión la Latinoamérica que aparecía al pie del Consenso de Washington, turbulenta, desajustada, desigual, destruida...).

IV
Las explosiones y las revueltas sociales forman parte del estigma que arrastramos dentro del discurso europeo de la civilidad. Para ellos seguimos teniendo algo de “salvajes”, somos aún primitivos, desinstitucionalizados, llenos de caudillos populistas y políticas clientelares. ¿Cómo entender, entonces, que eso mismo esté sucediendo en la Francia de la revolución democrática, de la cuna del Iluminismo y de los derechos humanos? Es como el fin del mundo, ¿no les parece? Ya hay muchos que le achacan el caos a los árabes, aceptando la coartada tramposa y xenófoba de estos tiempos: los musulmanes son peores que nadie, son impresentables, violentos y dispuestos a destruir la civilización occidental. El ministro del interior francés, Nicolas Sarkozy, califica a la gente que protesta de “chusma” (y se asume como un verdadero repelente de insectos: “Gentuza, gamberros, los voy a limpiar a todos”) y también declara que expulsará del país a los inmigrantes que sean detenidos en los disturbios (hasta ahora, dicho sea de paso, hay sólo 120 inmigrantes entre los 1.800 detenidos, es decir, menos del 10%). Por supuesto, las organizaciones de derechos humanos han encendido las alarmas y han protestado categóricamente por los niveles de respuesta institucional que está dando el Estado francés ante sus propios conflictos internos, contraviniendo los derechos civiles y la legalidad más básica.

VI
Una vez más hay que estar atentos a los discursos dominantes y a los mecanismos de defensa que muestra la Europa xenófoba. Lo que pasa en Francia es una cosa que se encuentra en el ambiente en cualquier parte de la Unión Europea. Una de las grandes lecciones que me he llevado de la España “diversa” es haber comprobado cómo lo que en Venezuela pasa por chusma (la pobreza extrema, los barrios, los malandros) son gente como usted y como yo. Aquí la exclusión es tan descarada y tan gruesa como la de nuestros países, la diferencia es que se practica de manera directa contra los inmigrantes. El inmigrante es el desecho del que no se pueden deshacer. Es esa porción impensada, ese problema nunca resuelto, esa cosa traumática que habla de potenciales de cambio, de potenciales de transformación que nadie, desde el estatus, quiere asumir.

VII
Quiero pensar que en un futuro no muy lejano terminará cambiando radicalmente el mapa político de esta Unión Europea. Nada más en España hay 700.000 árabes y africanos, todos ellos sin derechos políticos. ¿Se imaginan cuando aparezca acá una verdadera política de apertura e inclusión, una verdadera “misión identidad”, y se le permita a cada uno de estos individuos votar y elegir a sus representantes? ¿Se pueden imaginar a esta Francia convulsionada, el día en que el 10% de su población pueda decidir políticamente su destino? Lo que más les asusta a los europeos no es que los inmigrantes puedan ser ricos o ganar dinero tanto como ellos, sino que puedan votar, decidir igual que ellos e imponer a sus propios candidatos. Lo que más le preocupa a un europeo no es que el chino o el paquistaní le venda el litro de leche en el abasto, sino que sea igual que él, políticamente, e incluso pueda llegar a imponer su lógica política. ¿No les parece familiar el problema: de repente pobres y anónimos quieren dirigir el país y cambiarle las coordenadas a las prioridades nacionales?

VIII
Ante la barbarie y la explosión, el Estado francés promete ayudas sociales por el orden de los 25.000 millones de euros. Parecería que hay que romper los modales, quemar carros todas las noches, incendiar escuelas y atacar locales comerciales para que las cúpulas administrativas del país asuman con urgencia lo que no han querido hacer por décadas, es decir, dignificar a esos barrios periféricos que viven al margen de la París que los turistas ven. ¿Eso no es populismo y clientelismo del más vil? ¿Tratar de taparle la boca al “odio social” a punta de dinero instantáneo? ¿Será por eso que los anuncios gubernamentales no han remediado la violencia diaria?

IX
Lo que se ha democratizado en el mundo global es el conflicto y la exclusión. Y poco a poco empieza también a democratizarse la idea de que sólo la política y las formas de asociación colectiva hacen posible que, lo que hoy parece violencia irracional, pueda llegar a producir cambios sociales y transformaciones efectivas. ¿En Venezuela no comenzó todo con el sacudón de Caracas de 1989, y hoy hay un panorama político totalmente distinto? ¿No tenemos que enseñarle algo al mundo? ¿No tenemos que explicarle a los franceses cómo se puede salir del atolladero de la violencia y del derrumbe de una nación, y aún así generar nuevas expectativas de cambio?

X
La lección es que en este mundo de explosiones sociales, de estigmas, de humillaciones cotidianas y desprecios culturales, lo que queda es asumir la politización y precisar con quién y con qué te vas a identificar. Cuando llegué a Barcelona, en 2002, muy rápidamente entendí que no me podía identificar, por más que lo quisiera, con el catalanismo, que es lo mismo que identificarse con las reglas del Poder (la lengua, los protocolos, la idiosincrasia, las costumbres, los imaginarios). Rápidamente entendí que me identificaba mejor, por más blanquito y pelirrojo que fuera, con mis vecinos árabes, con los ecuatorianos y el sin fin de latinoamericanos que circulan por estas calles con las mismas precariedades y los mismos resentimientos.

XI
Entendí, finalmente, y esa es una de las valiosas experiencias de vivir en el extranjero, que por años había evadido algo esencial de mi Caracas finisecular y apocalíptica. Había evadido esa cosa gigantesca y siempre dura de digerir llamada la exclusión y la pobreza. Ahora mismo, lo que le puede decir este venezolano que ve todas las noches por televisión cómo vuelven cenizas a la ciudad de la Torre Eiffel, es que más que nunca conocemos esta historia, la sabemos de memoria: después de las catástrofes sociales es posible impulsar grandes cambios políticos. Por primera vez un venezolano de los años 90 tiene algo que decir, algún consejo que darle a un francés traumatizado por la violencia “irracional”. Le llevamos, por un momento, una ventaja al mundo “desarrollado”, y sabemos lo que ahora tienen que hacer. La memoria del conflicto se ha convertido en uno de nuestros mejores patrimonios a nivel global...Aprovechémoslo.


5 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Hay varios puntos provocativos y polémicos en este artículo.

Especialmente los puntos II (Consenso de Washington y explosiones sociales) y VIII (asistencialismo y populismo como estrategia antimotines)

(¿Qué pasaría con el III y el V?).

Espero volver sobre estos puntos de debate, en un par de semanas.

Probablemente, se habrán apagados los incendios en París. Pero, no se habrá resuelto el problema de la exclusión. Ni allá, ni acá.

Por ahora, me llevo las preguntas del punto IX.

No creo que tengamos nada que enseñarle a los franceses. Ellos tienen que aprender por su cuenta.

Y nosotros también. Porque aún seguimos en el "atolladero" de la exclusión y de la violencia como sustituto de la política.

5:19 a. m.  
Blogger Héctor Bujanda said...

Con estos temas, amigo Resteado, hay que tener mucho cuidado, porque termina uno empantanado en confusiones...El punto IX no habla específicamente de la exclusión... Habla del atolladero de la violencia (yo agregaría de la "violencia irracional")y del derrumbe de una nación. El 27-F significa el desplome de un edificio institucional, de una tradición partidista, de un modelo político... A partir del 27-F se muere, en gran medida, la democracia representativa venezolana. Y la mejor muestra de eso es que ésta no pudo contener políticamente la furia y la violencia social, y respondió ante la debacle con estado de excepción y con una represión monstruosa.

He escrito en otros lugares sobre eso, y aquí en el archivo del blog hay un texto al respecto... Lamentablemente para nosotros, que somos parte de la periferia del mundo (aunque nos creamos sauditas), fuimos los primeros en acusar los desajustes severos de la globalización (saqueos y explosiones sociales hubo casi al unísono en Brasil, Argentina y Venezuela). En forma de violencia generalizada manifestamos nuestra protesta ante el profundo abismo que se producía entre un agotado modelo de Estado (el clientelar, más que el populista) y la posibilidad técnica (o tecnócratica) de decretarle su muerte súbita, por la lógica de la internacionalización y del mercado global, en aquella época emergente.

Ahora, cuando se ha generalizado el efecto globalización, aparecen estos brotes de violencia social/irracional en la cuna misma de la democracia europea. Eso habla de una incapacidad general que tienen hoy los estados nación (hasta los más "desarrollados") para afrontar los temas gruesos de la pobreza y la exclusión.

En Francia aparece el mismo hueco, esa ruptura similar a la del 27-F, en la que ni los funcionarios de Estado, ni los partidos, ni los líderes han podido salir a frenar cívicamente a la población.

En perspectiva, el derrumbe de una nación, el descalabro definitivo de un modelo político como el nuestro, trajo otras y nuevas expectativas de cambio y de transformación política... A la vuelta de 16 años hay una considerable politización social (cada quien tiene una idea, o pretende tenerla sobre lo que debe ser el país), hay otros partidos políticos, otros líderes (aunque algunos sueñen con regresar a las esferas del poder), y en general existe otra manera de encarar el tema de la pobreza y de la exclusión (decisivamente hay un giro de la política hacia los que resultaban invisibles para nuestra clase media).

Tanto es así, que por fin algunos sectores de la oposición han retoñando alrededor de la idea de afrontar definitivamente el tema grueso de la exclusión y la pobreza (creo, sin ir más lejos, que tú te inscribes en esa iniciativa). Si eso no es cambio, ¿qué otra cosa puede ser?

Y tienes razón, ni la exclusión ni la pobreza han sido resueltas en Venezuela, pero tampoco en ningún otro lugar de este mundo. Sin embargo, la politización es un primer paso. Después que la gente aprende a demandar, a actuar, a gestionar sus problemas, a organizarse colectivamente, a defender sus causas y sus liderazgos... los efectos comienzan a caer en cascada. En este sentido, desde el 2002 ya se ven algunos resultados importantes dentro del país.

*La otra cosa que hay que pensar es que estos brotes de violencia irracional son el síntoma, no la consecuencia. Y en Venezuela esto significó también la polarización subterránea, soterrada de la clase media versus las clases "malandras" (durante todos los años 90). En Francia pasa exactamente igual, mientras más violencia periférica, mientras más protestan los hijos de inmigrantes, más crece la popularidad de la neoderecha de Le Pen (xenófoba hasta las medias, más francesa que el roquefort y por ende hipereaccionaria)...

Así va el mundo, Resteado, mientras se pueda disfrazar la contradicción, estamos bien... Pero cuando emerge y aparece de manera brutal el antagonismo social, hay que afrontarlo y asumirlo, y decidir, sobretodo, donde se para uno ante estos gigantescos problemas.

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