Zona de conflicto

Venezuela, sociedad mediática y comunidad política. Antagonismos y atolladeros. Ciudad y utopía. Un espacio para cruzarse con los unos y con los otros...

10/06/2005

El caso Gabriel Puerta: es la hora de fragmentarse


Si para algo sirve la entrevista de Hugo Prieto a Gabriel Puerta (en la edición de Tal Cual del jueves) es para evidenciar la profunda metástasis del discurso opositor. Gabriel Puerta, después que fuera excluido de la lista de candidatos de la alianza antichavista a la Asamblea (una lista que cuenta, generosamente, con nuestros principales actores golpistas del 11 de abril), ahora sale a decir que lo suyo todo este tiempo ha sido defender el interés nacional, apurar la renacionalización petrolera, desbancar a la banca extranjera y manifestar una clara voluntad contra el yugo imperialista. Es decir, ser más chavista que Chávez. Al punto de que el propio periodista no le quedó otra que preguntarle si no lo sacaron de la lista golpista por su discurso de extrema izquierda. La metástasis, en toda su extensión, se encuentra precisamente allí: en cómo las palabras andan por si solas en el discurso mediático, ruedan libres y por inercia, sin anclarse en ninguna referencia social, en ningún lugar concreto. Se sueltan, y nada más. Para los que secuestraron a la oposición desde abril del 2002, y le dieron una narrativa y un formato específico a la forma de oponerse a Chávez, Gabriel Puerta, como ha dicho José Roberto Duque en su página (www.casadelperro.blogspot.com), sólo ha hecho el papel de tonto útil. No puede dejar de olvidarse: Puerta y su gente de Bandera Roja fueron los encargados de calentar la calle entre 2002 y 2004, y en algunas ocasiones pusieron hasta los muertos.

La fiesta del reparto se acaba para la ultraizquierda dentro de la alianza opositora, y se nota demasiado el estancamiento y la profunda crisis de esta oposición que se fraguó por consenso (y soportada ahora en tombos de la Metropolitana). Hay que sostener que la fórmula de “los cinco” no es más que el gesto de la derecha por llegar al Parlamento. Esa sí hay que comprársela al señor Puerta, en esta nueva fase de víctima mediática: la oposición se ha sincerado definitivamente, se ha quitado la máscara amorfa esa que tenía y se derechizó con miras a las elecciones de diciembre. El argumento político de esta derecha no es nada nuevo y se soporta en dos ideas obsesivas: el fantasma del comunismo y la defensa de los grandes empresarios (ayer fueron los medios de comunicación, hoy son la Polar y cualquier latifundista que aparezca por allí). Van bien, dice Puerta, con eso obtendrán los 31 “piches” diputados que calcula Enrique Mendoza.

En lo particular, me gusta la decantación que está ocurriendo, si puede llamarse de alguna manera. Es la corroboración de que son tiempos no de unir lo que no pegaba ni con cola, sino más bien de romper o de descoyuntar radicalmente la fórmula y el chantaje de que la resistencia a Chávez tiene que hacerse bajo una única marca (al mejor estilo de los obreros polacos del movimiento Solidaridad). Creo que vienen horas maravillosas, horas en que por fin algunos actores de verdad, de esos que trabajan directamente con los sectores sociales (llámense de clase media o de clase baja, llámense chavistas o antichavistas) adquirirán su autonomía y peso específico, con el cual negociar nuevas formas de hegemonía y construcción política en los años por venir.

El clarísimo error histórico de Gabriel Puerta fue haber pensado que dándole a la oposición su sentido de calle, podía colorear con su ideología izquierdista un movimiento que nació bajo el formato del fantasma comunista que nos persigue desde Miraflores. El error de Puerta (que pueden cometer ahora otros, y no necesariamente tan radicales como él) fue haber aceptado, sin hacerse ninguna autocrítica, el marco político de esa oposición. En ese corsé, en esa estructura, nadie se interesó en saber si las tesis políticas de Puerta y su Bandera Roja tenían algún tipo de validez. En el formato pragmático, express y oportunista en el que está imbuida la oposición (“nosotros salimos de Chávez y después arreglamos esta vaina”) a quién carajo le interesaba “la defensa de los intereses nacionales”, como pregona Puerta. Lo que interesaba de Bandera Roja era quiénes iban a formar la brigada de choque para la próxima marcha contra Chávez.

Me pregunto y les pregunto: ¿No va siendo hora de romper con la hipocresía y el chantaje, y asumir que se está consolidando una derecha opositora, y que bien valdría la pena que a la par se construyera una ultraizquierda, con Gabriel Puerta y Douglas Bravo como referentes dominantes? Hoy tendría un gran papel esa ultraizquierda, al detectar las contradicciones conceptuales y prácticas de un gobierno con proyección socialista. ¿No es hora, también, de que nazca una socialdemocracia blanda, apegada a prácticas legalistas y a formas constitucionales (la tesis de Teodoro), para reimpulsar en otros términos la idea de una oposición con vocación social y liberal? Desde luego, la fragmentación no está hecha para ganar elecciones presidenciales, pero sí para desmontar la estructura de una oposición que fracasó rotundamente (y que demostró ser profundamente antipolítica en estos años golpistas). La fragmentación puede ayudarnos a afianzar las condiciones para un diálogo y un debate político menos maniqueo, menos chantajista y menos oportunista. ¿No es hora entonces de invertir radicalmente la ecuación política que ha dominado desde el 2002, a ver que sale de allí?: en vez de unirnos todos contra Chávez, diferenciémonos todos de la oposición golpista. Suena bien.

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