Zona de conflicto

Venezuela, sociedad mediática y comunidad política. Antagonismos y atolladeros. Ciudad y utopía. Un espacio para cruzarse con los unos y con los otros...

6/02/2005

El mundo en un graffitti/y III
12 postales. 12 referencias del mundo actual. Los graffittis de Barcelona me han servido (hay que apropiarse de todo, hermano) para pensar nuestra zona de conflicto planetaria. Quien quiera entender el propósito preciso de estos textos y su relación con un blog que pretende ser profundamente venezolano, tendrá que hacer sus propias correspondencias. Todas estas reflexiones han sido cortadas con una misma tijera, y funcionan como el índice de una visión política. Terminamos la serie, vamos a ver qué se nos ocurre para la semana que viene

Resulta casi inevitable asociar ciertas figuras, ciertos nombres con los males de la globalización. Ya no se trata sólo de acuñar consignas contra el imperialismo norteamericano, que también. Hemos entrado, más bien, en la fase “pop” del dominio planetario, en la que creemos que existen determinados líderes malignos, seres propensos a las invasiones militares y a las expansiones, a la soberbia y a la antipolítica. De allí que no sorprenda esta amalgama iconográfica entre la hermosa heroína justiciera de Tarantino, presa de una furibunda pulsión de muerte (el nombre de la ética para el piscoanálisis lacaniano), y el verdugo Bush, comodín de todas las injusticias y arbitrariedades conocidas de la geopolítica del siglo XXI. Sin embargo, habría que insistir en que la batalla por nombrar, por identificar el mal de esta manera, está perdida de antemano. Detrás de esos seres tontos y malhablados que juegan al golf y leen cuentos infantiles mientras se desploman rascacielos, hay una compleja trama de intereses y poderes que no tiene lugar preciso, ni frontera única. Es la nueva y verdadera modalidad del Imperio del siglo XXI. Un juego de sombras, unos capitales flotantes, pool de inversionistas, lobbys multiculturales y presiones en varias direcciones. Por supuesto, la tarea no es olvidar las estructuras de poder que se afianzan en el mundo de hoy, sino apostar por la tarea compleja de desentrañar sus verdaderas formas e intereses. De identificar con precisión nuestra zona de conflicto.


La única filosofía, en estos tiempos, que sostiene que la verdad del hombre se encuentra en no “ceder a su propio deseo” es el psicoanálisis lacaniano. Todas las demás están presas, estructuralmente, de una clara vocación de sinergia con la realidad, de acoplamiento con el medio ambiente (incluso algunas doctrinas asociadas a cierta resistencia a la globalización hacen gala de una filosofía deleuziana que recuerda las bondades de las intensidades afectivas del hombre con la máquina). Quizá por eso, hoy muchas de estas filosofías, la mayoría de vocación orientalista, se convierten rápidamente en una especie de pálido suplemento afectivo ante las miserias de la vida cotidiana. Mientras más nos entregamos a la dinámica del consumo, mientras más legitimamos nuestro valor en la sociedad midiendo nuestra capacidad para comprar (el fetiche del poder adquisitivo), más estamos presos de una matriz claramente injusta y excluyente. Los grandes defensores del consumo dirán que no son tiempos para posturas heroicas, ni para actitudes estoicas. De acuerdo. Pero recuérdese con Lacan que la verdadera ética se basa en la fuerza de un acto: del acto que rompe una relación, que nos desconecta de la matriz, que nos saca de una comunidad dada. Quizá es hora de problematizar severamente cualquier interconectivididad (la más poderosa de ellas la del consumo) y poblar de minas el paisaje de lo que en apariencia parece líquido, inmediato. Quizá es hora de politizar todo lo que pretenda andar por el canal rápido de la vida, sin cuestionamientos ni críticas sustanciales.


La pregunta parece fundamental en este momento. Ya no sabemos, en este mundo de gestos desproporcionados y de doctrinas hobbesianas revitalizadas a punta de invasiones y destrucciones bélicas, quién es el verdadero portador de la violencia sin ley y sin razón. Estamos presos (estas rejas de la foto dan muestra de ello) en medio de un régimen planetario soportado sobre profundas excepciones: el campo de Guantánamo y de los millones de refugiados que se encuentran cercados en Francia, en Sudán, en Nigeria son el modelo más sofisticado de este orden sin ley ni garantías. A medida que la exclusión se vuelve más problemática, más conflictiva la respuesta de los poderes tradicionales parece apuntar a avivar la violencia y crear verdaderas bombas culturales y religiosas que nos costará mucho controlar en el futuro (la bomba del fundamentalismo musulmán y de los fanatismos étnicos, por ejemplo). La pregunta sobre el terrorismo es esencial, y pasa precisamente por identificar a aquellos que haciendo uso mediático de la razón, de la legalidad y del discurso ilustrado son capaces de pasar por encima de millones de seres, como si todo fuera un asunto de remedios instantáneos y de medidas ejecutivas. Ante el furor antipolítico que prolifera en el Imperio global, la respuesta debe ser más que nunca política: partir de la voluntad irrestricta de reconocimiento de todos los actores en conflicto, de todas sus causas y demandas.

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