11-A, el fascismo de los invisibles
FOTOS:ANDREINA MUJICA
Este texto lo publiqué en Tal Cual porque tenía la infinita necesidad de romper con una práctica y con unas operaciones en la que los medios de comunicación cumplieron un papel determinante. Una de las grandes lecciones que nos deja el 11-A (entre tantas), es que los intereses empresariales y las causas políticas son radicalmente incompatibles. Un cortocircuito que terminó por enseñarnos el rostro más oculto del fascismo
Héctor Bujanda
I
Existe un enigmático aforismo de René Char, escrito al calor de la resistencia francesa durante la II Guerra Mundial, que le sirvió a Hannah Arendt en 1954 para preguntarse por el valor de la política. Char había escrito: “nuestra herencia no proviene de ningún testamento”. La frase del poeta buscaba capturar “la tragedia” de todos aquellos que desde la resistencia se habían visto, de pronto e intempestivamente, obligados a luchar contra el agobio aniquilante y expansivo de las fuerzas hitlerianas, y sentenciaba que ante la monstruosidad del nazismo no había ninguna lección histórica que sirviera de testamento (de cartografía, de luz en el camino) para descifrar el presente. La lección que saca Arendt de esta historia es que la política significa, siempre, actuar en circunstancias desconocidas, y exige tomar decisiones para defender el espacio irreductible de la libertad (en tanto acción, lenguaje y asociación con los otros).
II
Arendt sostenía que la resistencia a un adversario mortal (el totalitarismo) había sido una experiencia política que a muchos miembros de la generación de Char les sirvió para “encontrarse a sí mismos”, y por esa misma razón comenzar a andar “desnudos por la vida”. La pretensión de poseer una certeza los hacía actuar ante los otros con naturalidad, sin máscaras: “por vez primera en sus vidas los visitaba una apariencia de libertad: no, por cierto, porque actuaran contra la tiranía o cosas peores que la tiranía (...) sino porque se habían convertido en retadores”. Aquí hay otra clave de Arendt que habría que interiorizar hasta sus últimas consecuencias: hay acontecimientos que piden del individuo su atención, su movilización y su compromiso en nombre de la libertad. Alain Badiou, el filósofo que se embarcó en el mismo vagón de la contracultura francesa de los 60, llamó a la “necesidad específica” que demanda una realidad dada, la necesidad de verdad de los hombres. Una verdad que de pronto transforma la confusión en creencia, la duda en posición y la amenaza en afirmación.
III
A la luz de estas perspectivas, podríamos evaluar lo que ha significado para muchos venezolanos el acontecimiento 11 de abril de 2002, y las clarísimas repercusiones que ha tenido en el proceso político nacional. Hay que hacerlo, en primer lugar, recordando la lección que diera Pilar Ternera, la nigromante de Cien años de soledad, que en medio de la intensa fiebre de olvido que embargó por un tiempo a los habitantes de Macondo, cambió la dirección de lectura de sus cartas, y se puso a descifrar el pasado. Hay que barajar una y otra vez las cartas de aquel día hecho de multitudes enardecidas, de discursos aniquiladores y de operaciones paralelas y encubiertas, porque ésta es la única manera de conseguir, al menos, una posición libertaria que nos conceda “ir desnudos por la vida” con toda naturalidad. La lección más indeleble que ha dejado el 11 de abril entre nosotros es la aparición, en medio del encono y la radicalización política, de una práctica anómala que buscaba cambiar de un trazo una tentación totalitaria (el estilo de Chávez y sus leyes aprobadas en la más estricta nocturnidad, la retórica excluyente y divisionista soportada sobre marcas y estigmas de clase) por un totalitarismo invisible, hecho a la medida de estos tiempos espectaculares.
IV
¿A qué llamamos totalitarismo invisible? A la última anomalía que dejó el modelo de democracia representativa: la de delegar en otros (preferiblemente expertos) las responsabilidades que nos competen directamente. La factura del 11-A no está hecha sólo de los pocos minutos de televisión de Carmona Estanga, y de los delirios que tenía este pequeño titán de ambiciones desbocadas. El 11-A es ante todo la construcción de un guión, realizado por una pléyade de expertos (juristas, asesores mediáticos, militares de alta casta, funcionarios internacionales, docentes y especialistas varios) que buscaba sacar con alta cirugía mediática, y apoyándose en el sentimiento dominante de incertidumbre y confusión colectiva que se vivía, a un régimen constitucional. La operación, desde el principio, estaba diseñada no como una respuesta democrática ante la tentación autoritaria, sino como un golpe de Estado, duro y puro.
V
Dos tesis se desprenden de este diagnóstico: el 11-A es, en primer lugar, el caso de una multitud traicionada, de una multitud que se fue cohesionando por una especie de negatividad – pero que encontró una salida creativa en las movilizaciones inéditas, las disquisiciones plurales, las críticas diversas– y que, sin embargo, fue utilizada perversamente para una operación que nos dejó, literalmente, fuera de la democracia y del ejercicio de la libertad. La segunda tesis es más perversa: apoyados en esa multitud, otros tomaron decisiones estrictamente interesadas, y concibieron a esa multitud crítica y creativa como verdadera “carne de cañón”. La mejor prueba sigue siendo la declaración de los generales golpistas en la residencia de San Román, en la que anunciaban la muerte de varios venezolanos por francotiradores, mucho antes de que se detonara el primer disparo en los alrededores de Miraflores. La multitud estaba, en este caso, únicamente “para poner los muertos”.
Héctor Bujanda
I
Existe un enigmático aforismo de René Char, escrito al calor de la resistencia francesa durante la II Guerra Mundial, que le sirvió a Hannah Arendt en 1954 para preguntarse por el valor de la política. Char había escrito: “nuestra herencia no proviene de ningún testamento”. La frase del poeta buscaba capturar “la tragedia” de todos aquellos que desde la resistencia se habían visto, de pronto e intempestivamente, obligados a luchar contra el agobio aniquilante y expansivo de las fuerzas hitlerianas, y sentenciaba que ante la monstruosidad del nazismo no había ninguna lección histórica que sirviera de testamento (de cartografía, de luz en el camino) para descifrar el presente. La lección que saca Arendt de esta historia es que la política significa, siempre, actuar en circunstancias desconocidas, y exige tomar decisiones para defender el espacio irreductible de la libertad (en tanto acción, lenguaje y asociación con los otros).
II
Arendt sostenía que la resistencia a un adversario mortal (el totalitarismo) había sido una experiencia política que a muchos miembros de la generación de Char les sirvió para “encontrarse a sí mismos”, y por esa misma razón comenzar a andar “desnudos por la vida”. La pretensión de poseer una certeza los hacía actuar ante los otros con naturalidad, sin máscaras: “por vez primera en sus vidas los visitaba una apariencia de libertad: no, por cierto, porque actuaran contra la tiranía o cosas peores que la tiranía (...) sino porque se habían convertido en retadores”. Aquí hay otra clave de Arendt que habría que interiorizar hasta sus últimas consecuencias: hay acontecimientos que piden del individuo su atención, su movilización y su compromiso en nombre de la libertad. Alain Badiou, el filósofo que se embarcó en el mismo vagón de la contracultura francesa de los 60, llamó a la “necesidad específica” que demanda una realidad dada, la necesidad de verdad de los hombres. Una verdad que de pronto transforma la confusión en creencia, la duda en posición y la amenaza en afirmación.
III
A la luz de estas perspectivas, podríamos evaluar lo que ha significado para muchos venezolanos el acontecimiento 11 de abril de 2002, y las clarísimas repercusiones que ha tenido en el proceso político nacional. Hay que hacerlo, en primer lugar, recordando la lección que diera Pilar Ternera, la nigromante de Cien años de soledad, que en medio de la intensa fiebre de olvido que embargó por un tiempo a los habitantes de Macondo, cambió la dirección de lectura de sus cartas, y se puso a descifrar el pasado. Hay que barajar una y otra vez las cartas de aquel día hecho de multitudes enardecidas, de discursos aniquiladores y de operaciones paralelas y encubiertas, porque ésta es la única manera de conseguir, al menos, una posición libertaria que nos conceda “ir desnudos por la vida” con toda naturalidad. La lección más indeleble que ha dejado el 11 de abril entre nosotros es la aparición, en medio del encono y la radicalización política, de una práctica anómala que buscaba cambiar de un trazo una tentación totalitaria (el estilo de Chávez y sus leyes aprobadas en la más estricta nocturnidad, la retórica excluyente y divisionista soportada sobre marcas y estigmas de clase) por un totalitarismo invisible, hecho a la medida de estos tiempos espectaculares.
IV
¿A qué llamamos totalitarismo invisible? A la última anomalía que dejó el modelo de democracia representativa: la de delegar en otros (preferiblemente expertos) las responsabilidades que nos competen directamente. La factura del 11-A no está hecha sólo de los pocos minutos de televisión de Carmona Estanga, y de los delirios que tenía este pequeño titán de ambiciones desbocadas. El 11-A es ante todo la construcción de un guión, realizado por una pléyade de expertos (juristas, asesores mediáticos, militares de alta casta, funcionarios internacionales, docentes y especialistas varios) que buscaba sacar con alta cirugía mediática, y apoyándose en el sentimiento dominante de incertidumbre y confusión colectiva que se vivía, a un régimen constitucional. La operación, desde el principio, estaba diseñada no como una respuesta democrática ante la tentación autoritaria, sino como un golpe de Estado, duro y puro.
V
Dos tesis se desprenden de este diagnóstico: el 11-A es, en primer lugar, el caso de una multitud traicionada, de una multitud que se fue cohesionando por una especie de negatividad – pero que encontró una salida creativa en las movilizaciones inéditas, las disquisiciones plurales, las críticas diversas– y que, sin embargo, fue utilizada perversamente para una operación que nos dejó, literalmente, fuera de la democracia y del ejercicio de la libertad. La segunda tesis es más perversa: apoyados en esa multitud, otros tomaron decisiones estrictamente interesadas, y concibieron a esa multitud crítica y creativa como verdadera “carne de cañón”. La mejor prueba sigue siendo la declaración de los generales golpistas en la residencia de San Román, en la que anunciaban la muerte de varios venezolanos por francotiradores, mucho antes de que se detonara el primer disparo en los alrededores de Miraflores. La multitud estaba, en este caso, únicamente “para poner los muertos”.
VI
El caso de la multitud traicionada, y utilizada para un horroroso espectáculo sangriento, tiene otra consecuencia para el ejercicio de la política. Después de la profunda inversión emocional que los colectivos opositores hicieron en los actos de protesta –que se habían desencadenado desde noviembre de 2001– el resultado fue tan desmoralizador, que vale la pena fijarse en sus formas fundamentales, pues el efecto 11-A es directamente proporcional a la derrota refrendaria del 15 de agosto de 2004. El golpe de Estado planificado por expertos, definitivamente reprogramó la ética y el sentido político de mucha gente, y dejó en estado de “déficit moral estructural” a los líderes de la oposición, ligados en su mayoría a la Coordinadora Democrática.
VII
Constituciones y poderes públicos disueltos en minutos, títulos borrados a la cañona, persecuciones políticas, detenciones ilegales, represión social, cierre de medios oficiales, invasiones a embajadas. Tráfico de militares de alto rango y de comunicadores por los pasillos del poder. Empresarios sediciosos... ¿Qué más puede decirse hoy de una operación espectacular donde lo que importaba, esencialmente, eran las imágenes del nuevo gobierno, las investiduras (los generales) y la evasión mediática (las comiquitas suplantando la información)? La posibilidad de organizar un frente político con características democráticas y principios políticos rectores, fue descarrilada para beneficio de poderes históricos, de aventureros y gozosos de los despeñaderos. Caso extraño para la práctica libertaria: una potencia política y soberana (la fuerza colectiva) es traicionada por sus líderes e invitada al suicidio.
VIII
Ante la amenaza totalitaria, la respuesta fue un golpe de Estado. Ante la posibilidad de restringir los derechos civiles, la respuesta fue violación flagrante de los derechos humanos, con razzias incluidas. Ante la denuncia persistente de un poder que viola la Carta Magna, la respuesta fue disolución expedita de un marco constitucional. Ante la resistencia a los estigmas y estereotipos clasistas, la respuesta fue más clasismo, más estigmas y más talibanismo. Ante la denuncia de los atropellos a la libertad de expresión, la respuesta fue verdadera censura. La medicina fue mucho peor que la enfermedad. El 11 de abril hace que recoloquemos la mirada y preguntemos cuál es el monstruo más peligroso que nos acecha. El 11-A nos obliga a reconsiderar la política, y a evaluar cuál es el territorio de acción que debemos desarrollar para ubicarnos entre el caudillismo y el fascismo invisible (expertos que deniegan su responsabilidad públicamente, evitan confesiones, se esconden tras bastidores). Ni más, ni menos.
IX
Aún existe una alternativa ante el cinismo de “los invisibles”, el de aquellos que ahora se reacomodan ante la evidencia de los hechos post-referéndum. Existe, todavía, posibilidad de recuperar el antagonismo político que tanto necesita una democracia participativa (con ejercicios de diálogo, acción y deliberación política). Ante la moralidad de los que “se acomodan” (ésos mismos que en su momento fueron los grandes agitadores sociales y protagonistas del golpe 11-A), debemos reivindicar la entereza que mostró René Char en su época. Ante el pragmatismo de los que viven calculando por los demás sus propios beneficios, vale responder con el fanatismo de los que sí creyeron que las circunstancias en Venezuela eran insuperables para asumir la libertad y el ejercicio de la política, con todas sus consecuencias (que es lo mismo que decir, con todas sus responsabilidades). Que era, y es el momento, de andar desnudos por la vida, dueños de certezas y afirmaciones innegociables.
2 Comments:
AH, ya entiendo. o sea que el gobierno nunca le echó plomo a la gente, y los muertos son un invento de los malucos de la oposición.
Gracias gris por revelarme la verdad
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