El experto (mediático) y el sujeto político
Este texto es parte un trabajo más largo que publiqué en la revista Comunicación en el primer número de este año (se los recomiendo, valga la cuña). Mi tesis, en conexión con el piscoanálisis lacaniano, es que no podemos escapar a la figura del amo (sea el tradicional o el experto, también llamado amo universitario) y que lo que importa, a fin de cuentas, es que estos amos develan una estructura de poder que debemos identificar, para elegir nuestra posición. Cuestiono hoy toda forma de hacer política sin sujeto, de construir discurso sin interlocutores
Héctor Bujanda
Cualquiera podría preguntarse cuál es la característica que adopta el Amo Universitario en un país donde las instituciones de saber, de investigación social y cultural están prácticamente paralizadas desde hace una década. Una primera respuesta debería venir de la mano de las principales consignas políticas que se erigieron en la era neoliberal, que se inició con CAP II. En vez de política, hablemos de policía; en vez de transformaciones sociales, hablemos de gestión; en vez de ciencia, hablemos de técnica; en vez de arte (como radical forma de expresión del ser), hablemos de cultura (de presupuestos y tortas millonarias del Conac).
Esta especie de motor a cuatro ruedas en el que pretendió andar el modelo de la democracia representativa en los 90 —policía, gestión, técnica, cultura— indica de buena forma la manera en que se concibió la política en esta década. No en vano fueron los economistas los que tomaron la batuta de la real politik, incluso desde distintas procedencias y dinastías ideológicas: de Miguel Rodríguez a Maritza Izaguirre, de Gustavo García a Gerver Torres, de Matos Azócar a Moisés Naim (por citar a unos pocos). En una época convulsa, revuelta, con expectativas utópicas alborotadas, estos economistas y expertos varios se dedicaron a realizar intervenciones pragmáticas, “realistas” dentro de la administración pública, todas en abierta línea para salvar lo irremediable.
Ese va a ser el principal eje del discurso del Amo Universitario en estos años. Los periódicos se llenarán de cifras macroeconómicas y la crisis social será objetivada a través de programas sociales, diseñados en oficinas de la administración pública, sin mediaciones reales con el barrio ni con la creciente expansión de los sectores excluidos por los ajustes neoliberales. En general, los antagonismos sociales serán criminalizados, y toda posibilidad de hacer política será transformada en un asunto de orden público (el criterio policial).
Aquí está el principal problema estructural de toda una generación, de toda una estirpe que se escudó en la investidura del “experto neutral” para pasar por actor político, por movilizador de opinión y gestor de conflictos. No en vano, muchos se afirmaron en los cuerpos de opinión de los medios impresos, muchos fueron constantemente entrevistados en programas de televisión matutinos, y afinaron así su discurso entre los cada vez más exiguos sectores de la clase media (supervivientes de la debacle, encerrados en sus hogares, chupando noticieros y periódicos para no disociarse de la realidad dura del país).
¿Puede concebirse hoy un Amo Universitario sin la vitrina mediática? En ningún caso. He allí el factor fundamental donde se encarna el discurso aéreo del experto. Los medios de comunicación fueron las grandes agencias de la gestión pública, los simuladores de una mediación inexistente que se resumía en dos tendencias informativas fundamentales: por un lado, la criminalización del barrio a través de las páginas rojas (como eje reforzador de los miedos sociales, y a su vez como mecanismo de desprecio de la nuda vida) y la potenciación de la opinión del experto como verdadera autoridad para “dejar vivir y hacer morir” (los personajes de las páginas de economía, que hablaban por igual de privatizaciones y de programas sociales).
Estas estrategias aéreas sólo pueden concebirse en medio de una época en la que se dio gran importancia a la postura posmoderna (la máxima de que ya no hay esencialismos, ni determinismos, ni mucho menos materialismos), y que sirvió de marco para el proceso de globalización, para el cual lo importante eran las medidas policiales, de gestión, administración y técnica para la integración del mercado global.
En este precario contexto, la vida común y silvestre, la vida de los que habitan los cada vez más amplios y extensos campos de concentración de miseria que dejó nuestro pobre capitalismo a la criolla, no encuentra ningún punto de identificación para conectarse con estos expertos mediáticos. Ante el cortocircuito entre sociedad y Estado que produjo el 27-F, la clase política venezolana se balcanizó y dejó el terreno libre a los expertos que se manejaban en espacios mediáticos (muchos de ellos, incluso, los construían, porque un Amo Universitario que se precie, presume saber detectar necesidades temáticas en la opinión pública).
Estas limitaciones estructurales de una “clase política” (la del experto), no permiten la reconexión de un mundo aéreo, abstracto y etéreo con los barrios y los vastos sectores supervivientes de la excepción. Por eso resulta imposible asombrarse hoy de la radical polarización política que se ha desarrollado en el país. Mientras un movimiento político comprendía el desafío de hacer política allí donde los medios y los expertos la despreciaban, otros se dedicaban a objetivar las necesidades y demandas colectivas en nombre de los saberes y técnicas de moda.
Tendremos al menos mayor capacidad para juzgar lo que ha sucedido, cuando lleguemos a comprender que la verdadera polarización en Venezuela no pasa simplemente por el peaje de la figura de Hugo Chávez. Aquí hay que entender, definitivamente, si de ahora en adelante nos andamos por lo barrial o continuamos por lo aéreo, nos inscribimos en lo telúrico o seguimos perdidos en lo etéreo. En fin, si escogemos participar en la lucha democrática (que no excluye en ningún caso la formación y tensión hegemónica) o seguimos cuestionando desde el gélido liberalismo posmoderno cualquier posibilidad de organización colectiva (el miedo terrible de cierto individualismo a ser consumido por la voluntad “homogénea” de las masas). Hay que decidir si construimos sujetos políticos (si nos construimos, cada uno, como sujeto político) o nos dedicamos, como ciertos expertos, a fabricar objetos de discurso sin sujeto.
10 Comments:
Querido Tuquis:
No me había detenido en este texto y debo confesarte que me ha parecido, al decir de los ampulosos comentaristas, preclaro.
Me agradó encontrar una síntesis donde se contextualiza el pensamiento de los 90`s con los fenómenos sociales de entonces. Y, más allá, sus consecuencias.
Coincido en que las tenedencias neoliberales abonaron el terreno de lo que hoy vive el país, pero más aun son propuestas y concepciones que trataron de contener lo que habría de llegar.
Tienes razón, los tecnócratas y poseedores de la "razón técnica" intentaron acomodar la realidad a conveniencia e insisten torpemente en el mismo objetivo sin darse cuenta que sus instrumentos y discursos dejaron de ser útiles.
De igual manera, los medios de comunicación pretenden cambiar el entorno por una puesta en escena.
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