EL MUNDO EN UN GRAFFITTI/PARTE II
Nuevos elementos visuales para comprender los límites de la zona de conflicto global, los adversarios y aliados que tenemos, así como las maneras de enfocar una política que busque modificar las coordenadas de nuestros más terribles antagonismos. Son elucubraciones sobre la naturaleza de nuestras sujeciones y sobre los mecanismos estructurales de dominación del presente. La serie acabará, en esta primera tanda, la semana que viene, cuando tengamos 12 postales. Justo el número que concibió Terry Guilliam en su película Twelve monkeys, como parte de una presunta conspiración planetaria
GRAFFITTI-BCN/VII
La fantasía más consistente que ha tenido nuestra modernidad ha sido el diseño de un mundo armónico y sin contradicciones. Como los resultados han sido diametralmente contrarios a la prédica pacifista (desde Auschwitz hasta la invasión de Irak), y una dosis monumental de humanidad ha quedado radicalmente excluida del progreso, hemos decidido que en las religiones orientales puede conseguirse la dosis de sosiego que le faltaba a este miserable planeta. Terapias contra el karma de la violencia han proliferado bajo todas las formas posibles. Uno podría aventurarse a decir que mientras más violencia se vive en nuestras ciudades (racismo y xenofobias múltiples, clasismo, sexismo, fundamentalismos religiosos) más resucitan las posibilidades de la fe. La última fantasía dominante es la de concebir una sociedad sin el Otro peligroso, por eso tantos parques temáticos, alcabalas y guetos urbanísticos vigilados hasta la saciedad. ¿No es hora de reconsiderar la máxima del psicoanálisis que concibe al hombre como producto de un acto de violencia primordial? ¿Qué tal si asumimos que toda búsqueda de paz debe partir de la idea de que la violencia no desaparece nunca, sino que cambia de lugar? ¿Y si asumimos que el conflicto es la condición primaria de la vida, y el motor de los cambios y los procesos dialécticos? En este caso, la violencia (o el trauma) ya no sería entonces una anomalía social, ni un virus temporal, sino la condición estructural de la sociedad, a la que no debemos desatender jamás, pero de la que tampoco podemos liberarnos nunca.
GRAFFITTI-BCN/VIII Ellos suben a un lugar que aún desconocemos. Son pocos, pero aún así se mantienen obsesivamente en la ruta. Buscan alcanzar la cima de algo (quizá un premio corporativo, la presidencia ejecutiva de una multinacional, el negocio global, el ingreso a algún club de galácticos, quién sabe). A pesar del paisaje que les rodea, ellos no abandonan lo que hacen. Han sido criados y formados por la excelencia, así que sólo responden a sus exigencias. No tienen tiempo ni ganas de mirar a su alrededor, donde lo que consiguen es basura, desechos tóxicos y seres perdidos en su propia mediocridad. Ellos ascienden montados sobre la fe de que sólo hay una salvación posible, y que depende exclusivamente de cada uno de ellos llegar a lo más alto. Esas minúsculas élites que ascienden (no sabemos a dónde) son las encargadas de nombrar y administrar el mundo en que vivimos, y lo hacen desde esta solitaria escalera mecánica. Quizá lo único que les quede a estas élites es precisamente el aparato, el mecanismo, la máquina que ciegamente sigue su ascenso. El problema esencial aquí es que mientras más se asciende, más aumenta la desconexión con el mundo circundante. A ellos les pasa lo mismo que a los astronautas de Bradbury cuando no pueden regresar a tierra: ven el mundo lejos y uniforme, como una masa compacta e inamovible, como una densa mancha, peligrosa e irreconocible.
GRAFFITI-BCN/IX
Nietzsche decía que hay una diferencia gigantesca entre la gente que no “quiere nada” y la gente que “quiere la nada”. La anorexia y la bulimia, que tanto prosperan en la sociedad hedonista de hoy, están asociadas más bien a la segunda categoría: los anoréxicos y bulímicos en realidad quieren la nada, son formas radicales de rechazar cualquier vínculo con el Otro (comida, afecto, autoridad, etc). El acto de expulsar todo lo que consumes, de rechazar radicalmente lo que tienes adentro es quizá una de las expresiones más consistentes de la dura situación del hombre del siglo XXI. En una sociedad donde está prohibida cualquier forma de degradación emocional (qué viva el placer, el ascenso y la felicidad sin condiciones), aparecen en cantidades nada despreciables criaturas que se indigestan de tanto hedonismo publicitario. Quizá es hora de ver con otros ojos la lección política que se encuentra en la película de David Fincher, El club de la pelea: la única violencia posible, la que puede movilizar y producir un acto concreto que modifique las circunstancias del presente, no es aquella que se inflinge contra el Otro, sino la que se ejerce decisivamente sobre uno mismo. Eso es precisamente lo que un hedonista no se permitiría pensar jamás. La lección política sería la siguiente: si tienes poco que perder, todo en la vida será ganancia. En cambio si tienes mucho que perder, todo en la vida será riesgo. ¿Esa no es la manera como se manifiesta hoy la polarización política de la globalización, entre los fanáticos locales (los hombres que han aprendido de la dura tarea de rechazar) y los tolerantes cosmopolitas (los que no están dispuestos a dejar nada de ellos en la batalla, y perciben por todos lados riesgos contra su manera de vivir?
10 Comments:
Roland Barthes por Roland Barthes y de ahí al blog como aventura semiológica. Y el blog activo y el blog reactivo. El blog como signo y semiología del blog....que nos llevan a tu excelente y didáctico post.
Un cordial saludo.
¿LA foto de esa Okupa es recién? Digo porque tengo exactamente esa foto tomada en 2000, desde dónde la debes haber tomado tú: El Park Guell...
(esta visto que me tocó hacer el comentario banal pero bueno...)
para el comentario nostálgico y para un instante banal: sí, esa foto fue tomada desde el Park Guell, hace un par de años. Aún está allí la casa okupa, por lo que me cuentan...
Saludos
Hector
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