Candidatos al premio Lebón
Una de las ventajas de analizar con atención los discursos políticos que se alinean en cada uno de los bandos del proceso político venezolano es que podemos detectar en ellos, si lo desmenuzamos bien, un punto oculto, un punto ciego, como dirían los psicoanalistas, en el que se sostiene todo el desarrollo argumental de una posición determinada, pero que no aparece claramente como intención primordial en la superficie del discurso.
Si me permiten, analizaré el último artículo de Andrés Oppenheimer, que apareció el pasado martes en el diario argentino La Nación. La tesis fundamental del periodista es que debería crearse un galardón internacional que premie a los más incompetentes del planeta en materia de gestión económica. Algo así, sostiene Oppenheimer, como el reverso del Nóbel. Mientras reconocemos todos los años la labor de los genios de la humanidad, podríamos también premiar la gestión de estos incompetentes que, teniéndolo todo para triunfar, desperdician increíblemente sus oportunidades. El galardón, propone el periodista, debería llamarse Lebón, una inversión exacta del premio Nobel. La proposición, la verdad, no deja de tener gracia y habla bien de la fina ironía del autor.
La disertación de Oppenheimer, por supuesto, es apropósito de la gestión económica del gobierno de Chávez, candidato número uno a los premios Lebón, según él, por haber logrado la increíble proeza de aumentar la pobreza en un país que está recibiendo unos ingresos petroleros sólo comparables con los de la bonanza saudita de los años 70.
Oppenheimer no sólo cita los números del Instituto Nacional de Estadística (que ya había revelado hace siete meses en su misma columna, según afirma), y que indicarían que en la Venezuela de Chávez la pobreza ha aumentado 10%. También cita el “Reporte de desarrollo humano 2005” del PNUD, que indicaría el descenso considerable de un ranking que sopesa los índices de ingreso per capita, la esperanza de vida y el alfabetismo. Del puesto 68, Venezuela cayó al 75 en el 2005.
Sin duda, esos dos indicadores dan para muchos análisis, con todos los matices que se quieran buscar para el caso (el propio Oppenheimer sostiene que algunos analistas consultados indican que el descenso se debió en realidad a la caída del ingreso por la huelga petrolera opositora de 2003). Incluso, y como se debe en estos casos, uno puede guindarse a discutir si la mala gerencia, si la corrupción, si el despilfarro, si cualquier cosa están afectando en realidad la eficacia del gobierno de Chávez. Pero eso se lo dejo, en este momento, a los que les apasiona el tema de la macroeconomía, y buscan en ella las claves de toda la realidad. Incluso, me permito no citar otras dos cifras que ofrece Oppenheimer, porque me parecen inconsistentes, no achacables directa y específicamente a la gestión de Chávez.
Fetichismo y automatismo
Toda esta argumentación para la postulación al Lebón se debe, en una segunda intención de Oppenheimer, a la necesidad de escudriñar en el enigma más complejo que tiene a muchos listos también, hay que decirlo, para ser candidatos firmes al Lebón, incluso primero que Chávez: son esos que se parten la cabeza y no consiguen aún la clave para comprender lo que resulta inexplicable: que el país vaya para peor económicamente (por sus cifras) y que el liderazgo del presidente aún se mantenga, e incluso crezca.
Fetichismo y automatismo
Toda esta argumentación para la postulación al Lebón se debe, en una segunda intención de Oppenheimer, a la necesidad de escudriñar en el enigma más complejo que tiene a muchos listos también, hay que decirlo, para ser candidatos firmes al Lebón, incluso primero que Chávez: son esos que se parten la cabeza y no consiguen aún la clave para comprender lo que resulta inexplicable: que el país vaya para peor económicamente (por sus cifras) y que el liderazgo del presidente aún se mantenga, e incluso crezca.
Aquí quería llegar. Toda esta forma tan automática de relacionar las cifras macroeconómicas/sociales con la dinámica política parte de uno de los dogmas que aún quedan más firmemente en pie de la visión neoliberal. Al marxismo se le acusó por mucho tiempo, y con razón, de ser esencialista, de asociar expansión de la pobreza con posibilidad de revolución, y de insistir en que toda crisis económica es el lugar automático para el cambio social. Al marxismo se le acusó de querer asociar crisis con emancipación del proletariado, y resulta que muchos de esos viejos comunistas aún están esperando en sus casas que la revolución llegue algún día, tal como debía ocurrir bajo la lógica mecánica de la teoría más convencional.
Lo que no nos dimos cuenta, hablo de todos aquellos que como yo fuimos hijos de la Caída del Muro y del fin del comunismo a la soviética, es que la visión que se impuso globalmente resultó tan esencialista y tan mecánica como aquel marxismo de receta. Sin rivales de ningún tipo, el neoliberalismo soltó en los años 90 un poco de lugares comunes que aún sirven para calcular y para “razonar”, pero que se estrellan cada día más con complejidades que saltan de las cuentas y de las calculadoras. Aún existen muchas democracias en el mundo que a pesar de tener múltiples signos negativos, andan solas, como por inercia, debido a esta relación fetichista con las cifras macroeconómicas/sociales: si todo va bien, se le votará al candidato gobernante, si las cifras hablan mal, se le votará al candidato opositor. En eso se ha resumido, para muchos, la dinámica democrática, con aquella simpleza que no merece ningún otro apelativo.
¿Cuál es entonces el nudo fuerte, cuál es esa roca a la que se enfrentan los automatistas neoliberales, y que no pueden disolver en sus análisis sobre Chávez? Se enfrentan a la lógica autónoma de lo político, a los juegos retóricos y de sentido que animan a determinadas articulaciones sociales y que propician la aparición de ciertos liderazgos. Se enfrentan a esa cosa casi imposible de “matematizar” que es la política, un monstruo que depende no sólo de cuestiones concretas (materiales) sino sobretodo de imaginarios, de intervenciones, de mensajes, de debates, de hombres y mujeres, de oportunidades.
¿Qué le sucede a un neoliberal cuando se encuentra con lógicas políticas como la del chavismo? Empieza a delirar con la cosa de que le están regalando dinero a los pobres por toneladas, y que con eso mantienen, a punta de limosna, la adhesión de las mayorías. ¿Hay un argumento más liviano e incoherente que ese? ¿No es lo mismo decir que la clase media no soporta a Chávez porque éste ha cortado los subsidios, los créditos blandos, las comisiones y todo lo que pueda generarse entre el Estado y la sociedad productiva? ¿No es Venezuela toda, una máquina de demandas –tanto empresariales como sociales— que necesita inevitablemente del Estado para sobrevivir?
A lo que se enfrenta un neoliberal en tiempos de Chávez es al gigantesco muro, a la barricada infranqueable de la propia pobreza. Es ese sector excluido (en mi caso, pienso en los tantos inmigrantes en España que viven, se pasean por las calles y que, a pesar de que son visibles, se encuentran radicalmente excluidos de los procesos de decisión y participación pública) el que no es capaz de pensarse como una gigantesca fuerza subjetiva, políticamente movilizada, dispuesta a creer y a confiar. Un neoliberal no puede entender esto. Siempre pensará que la creencia, la fe y la confianza (fuerzas que alimentan la política) pasan por una transacción material, como buenos utilitaristas. Quizá por ello insistieron tanto en programas sociales impersonales en los años de CAP II y Caldera, en los que se repartía el dinero como verdadera limosna: “Todo pedacito de mierda del barrio con cédula de identidad, por favor que vaya a la agencia del banco privado tal, a recibir las cuatro lochas de la beca escolar”. Mientras menos trato se tenga con esta pobreza, mejor: hay que decirlo, un buen neoliberal coquetea con la idea de que esos pobres no vale la pena pensarlos, porque son los eternos fracasados de la sociedad.
Esa argumentación de Oppenheimer, simple, mecánica y esencialista, que muchos analistas y operadores mediáticos comparten en Venezuela, resume la tremenda limitación que tiene el neoliberalismo ante el inabarcable universo de la política. El desprecio hacia los sectores populares llega tan lejos (sólo están ahí para recibir dádivas, no para ser sujetos iguales ante la sociedad), que Oppenheimer se permite asegurar lo siguiente: “Mientras Chávez esté nadando en petrodólares, no sólo podrá seguir regalando dinero en el exterior y comprando armas en todo el mundo, sino que hasta puede ser que el aumento de la pobreza dentro de Venezuela juegue en su favor”.
Gracias a esta mentalidad, existe una oposición tan sifrina, tan prejuiciosa y tan materialista (en el fondo el tema del dinero es el mismo que el del goce para el psicoanálisis: alguien se está gozando los petrodólares y no soy yo, y eso es lo que me histeriza), que no es capaz de ver la inmensidad de la política cuando se convierte en campo de apertura e inclusión. Cosa que Chávez, hay que admitirlo, intuye con gran profundidad. De manera que Oppenheimer tiene razón: hay que crear el premio Lebón, pero seguramente conseguiríamos muchos candidatos que habría que dárselos sin que lo pidieran, antes de dárselo al propio Chávez. Quizá ahí se encuentra la mejor dádiva que le podemos dar en estos tiempos a los neoliberales: un Lebón ante su galáctica inacapcidad para entender la política.
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