Un nuevo momento
para la imaginación política
Se cerró la campaña. Ambos candidatos convocaron, el fin de semana, a sendos actos multitudinarios en los lugares y los sitios que le han sido, simbólicamente, importantes en estos años. La oposición se apertrechó el sábado en la autopista, y creó una imagen abultada de multitud que rememoró los tiempos de las grandes movilizaciones, entre 2002 y 2004. El chavismo recurrió a la avenida Bolívar, la vía que le ha servido, en períodos más polarizados, para mostrar su verdadero caudal humano, y para desmontar la versión de que en el país había muy pocos rojos, rojitos. Ambas fuerzas, en definitiva, mostraron ante la televisión y ante la construcción mediática que se hizo alrededor de estos eventos, lo que son capaces de movilizar. El país, en este sentido, muestra sus límites y sus tareas políticas por venir. Tareas que son incansables, y que requieren de un ataque de imaginación política: refundir, remezclar, replantear esas multitudes aparentemente imposibles de juntar, en aras de crear una hegemonía más amplia, más contundente y más duradera. Más inclusiva.
Es el momento de sumar, no de restar. Esa es la lógica política que impera en los ciclos electorales. De allí que cada bando tenga que diversificar sus modos, sus mensajes, sus arengas. Si Rosales se cuidó por meses de no hacerle la escena a los radicales opositores, este sábado insistió en saludar públicamente a Patricia Poleo, adalid mediática de las fuerzas abstencionistas, y hablar en nombre de los exiliados y de los presos políticos, todos relacionados con el golpe de abril y el paro petrolero. Rosales asume, de esta manera, que en el afán de conseguir a las mayorías, tiene que hacer concesiones importantes con los sectores talibanes de la oposición. Hasta le hizo una loa a Globovisión por ser un canal imparcial, y por su lucha sostenida en estos años. Mensajes, todos, que generan un cortocircuito en el grueso de sus seguidores, y hablan de una oposición sin identidad sólida.
Con Chávez pasa exactamente igual. Ha tenido que sostener, una y otra vez, para no perder el eje de sus seguidores radicales, esa loa infatigable a la revolución cubana y a su caudillo eterno, Fidel Castro. Ha tenido que decir que aquí no hay cabida para otro proyecto político, y que la reelección indefinida va. Todos, puntos que para un chavista de la calle, moderado, sin grandes pasiones ideológicas, le parecen intimidantes y, cuanto menos, peligrosos. Entre ese mensaje y el de “aquí cabemos todos”, usado en el mismo discurso, se muestra también que el chavismo no es un ejército homogéneo, sino una suma de singularidades, de grupos sociales, de organizaciones con tenores y demandas diversas.
Los tonos de la campaña
No se confundan. El entusiasmo y efervescencia de los opositores en los actos de campaña, no puede compararse con los del chavismo. Hay quienes insisten, de manera maniquea, en esto: que la felicidad, la alegría, el entusiasmo son sentimientos que acompañan a los actos de Rosales, en cambio los de Chávez están hechos de clientelismo, obligatoriedad e imposición. Quien haya ido a las marchas del chavismo podrá constatar un entusiasmo y una efervescencia hacia el líder, nunca vista en la historia política venezolana. Pero hay matices que vale la pena distinguir. La oposición no se uniforma, es variada, está hecha de lazos livianos, efímeros, que son producto de una gran estrategia electoral que sacó del pesimismo y de la desmovilización a muchos sectores que compraron el abstencionismo entre 2004 y 2006. Su efervescencia, en este sentido, es expansiva, reaviva sentimientos y esperanzas que se habían dormido, y por ello esas multitudes emanan una energía entusiasta.
En cambio, en el chavismo se produce otra cosa. Es asombroso cómo en estos años se ha consolidado una fuerza política al mejor estilo de los años dorados de AD. Una fuerza que asume con orgullo un color, y una identidad política definida. No se confundan. En la avenida Bolívar no había caras de gente obligada. Había gente que ya se encuentra en otra fase política, muy distinta a la de la oposición: es una fase de organización, disciplina partidista y compromiso con un proyecto político dado, que a pesar de todos los errores cometidos, ya está bastante más definido y perfilado de lo que se encuentra el de la oposición. Así que no saquen las mismas cuentas que saca Globovisión: aquí hay dos multitudes desfasadas, con lógicas y dinámicas totalmente diferentes. Con un feeling radicalmente distinto.
Izquierda vs derecha. El momento populista
No sigamos en el estéril y anodino debate de hacer distinciones entre una izquierda ilustrada, culta, que come con cubiertos (y que apoya a Rosales), y otra izquierda bárbara, fanática y despeinada. Aquí, poco a poco, y bajo fuertes conflictos políticos, se ha venido perfilando un proyecto claramente de izquierda. Este proyecto puede resumirse en los siguientes términos:
1.-A partir de una posición deliberante, se produjo un debilitamiento moral y político del neoliberalismo y de sus formas de expresión (Rosales ha tenido que diseñar una campaña en tono populista para desmarcarse de las retóricas sifrinas y diferenciadoras del neoliberalismo, que imperaron en los años duros de la polarización), que han abierto el campo para la expresión, organización y crecimiento de otras retóricas y de otros actores sociales y políticos, que se agrupan alrededor del chavismo. El debilitamiento del neoliberalismo ha abierto el espacio para pensar el socialismo del siglo XXI, por más que la categoría nadie pueda definirla hoy claramente.
2.-Este debilitamiento moral y político ha venido acompañado de la reconstrucción de la figura del Estado, y de su papel fundamental en la redistribución de la renta, o en la visión de que los verdaderos avances sociales y económicos sólo son posibles si acortamos las distancias de la desigualdad. Así que el tema no es sólo de inclusión y oportunidades, es también de justicia y reducción de la desigualdad entre unos y otros.
3.-Desprivatización del sector público. Una recuperación de la visión de que privatizar puede que traiga beneficios inmediatos, pero arrastra en lo sucesivo problemas de gobernabilidad muy serios, al hacer que nadie, ninguna institución política, pueda contener las diferencias, las exclusiones y las demandas de la gente. Por eso, las empresas privadas han tenido que introducir el término de “responsabilidad social”, para llenar un espacio, un hueco, que nadie quería asumir. La inversión social, por más defectuosa que haya sido, es la más cuantiosa que se ha dado en los últimos 20 años.
4.-Una nueva política tributaria, hecha en función de reducir las ganancias de los que más tienen. El tan ansiado y nunca resuelto tema del cobro de impuestos parece haber agarrado un nuevo aliento en estos años.
5.-Una política petrolera en función de las numerosas deudas sociales, especialmente en el área de la educación y la salud.
La derecha ha tenido que recurrir a un viraje muy interesante de su retórica, e insistir en ofertas que ya se encuentran muy posicionadas en el imaginario colectivo, especialmente el popular: como el de las misiones y el de la tarjeta mi Negra, que sólo surge dentro del contexto de la creación de bancos comunales y de la posibilidad de que se transfieran, definitivamente, los recursos del Estado a los sectores pobres. Sin embargo, no se sabe aún cómo Rosales se ubica con respecto a estos puntos que la izquierda ha impuesto en el debate público: ¿hay que reducir el Estado?, ¿hay que privatizar Pdvsa? ¿Hay que recuperar como valor el mercado y el libre comercio? Esas son ideas que andan hibernando dentro de la retórica populista que impera en la oposición.
En el gran momento populista que vivimos –es el recurso retórico que manejan ambos sectores para encantar a las masas y mantener las esperanzas de las multitudes en alto- por lo menos puede decirse que en 8 años de chavismo, se ha venido definiendo una agenda política (a pesar de la ineficiencia, el sectarismo y la adulación fácil). En esta campaña, la oposición ha pasado por debajo de la mesa sus radicales diferencias con respecto a esta agenda política.
Más que nunca, este 3 de diciembre será la confirmación de dos visiones, de dos agendas y de dos maneras de encarar el futuro. Después del 3-D, volverá la necesidad de crear nuevos modos, nuevos puentes, nuevas maneras de garantizar que las diferencias no sean irreconciliables. Después del 3-D, vendrá un nuevo momento para la imaginación política, para crear una estrategia de reconciliación, de interpretación y aceptación de los otros, que ayude a establecer metas y consensos más duraderos en la Venezuela del siglo XXI. Veremos…