Zona de conflicto

Venezuela, sociedad mediática y comunidad política. Antagonismos y atolladeros. Ciudad y utopía. Un espacio para cruzarse con los unos y con los otros...

8/18/2004

Más allá de los radicalismos

Héctor Bujanda
I
El modelo de política espectacular que impera en Venezuela desde por lo menos el 2001 es el del people’s meter. Es decir, la idea extendida de que la sociedad está estructuralmente mediatizada y que por más empinada que sea su vida en un cerro, o por más desprendida que sea en un caserío, ésta se encuentra irremisiblemente atada, enchufada, a un televisor. El people’s meter, la medición segundo a segundo de la relación del televidente con la oferta televisiva, sirve de patrón para tipificar la forma de hacer política que tiene la oposición: antes que la calle, antes que el barrio como escenario natural de la política en una sociedad con 80% de pobreza, preferimos obviar el decorado de lo popular y reclamar, en nombre de las mayorías pobres, un fraude desde el Hotel Tamanaco. ¿Cómo sostener un vínculo estrecho con lo popular en esas condiciones?
II
Si algo tiene la política espectacular es que construye sus guiones a partir de imágenes. Allí estaban la madrugada del 16 de agosto los hombres duros de la Coordinadora Democrática diciéndole al país que la sensación de final perpetuo continúa, que la batalla mediática no cesa. Seis millones de votos fueron reclamados desde un lujoso salón del Hotel Tamanaco. Sólo un acto de fe divina en el poder de las cámaras de televisión produce un suceso de esa naturaleza. Aunque desde hace tiempo ya no reparamos en el escenario desde donde se lanzan ciertos mensajes políticos, vale la pena hacer el siguiente ejercicio: la cúpula de la CD tiene en sus manos pruebas, indicios, de que cuenta con seis millones de votos a su favor. ¿De dónde salieron esos votos? ¿De Caurimare y El Cafetal? ¿De la Bombilla y La Dolorita? Una mayoría decisiva de votos por el Sí tuvieron que salir hasta debajo de las piedras, como prometía en campaña un célebre editor de diarios matutinos. Sin embargo se decide, en una hora tan aciaga y difícil, hablar desde un lujoso hotel cinco estrellas.
III
Sólo una coartada podría explicar tal disociación: el argumento mágico religioso del voto oculto, del que sabemos que existe pero no lo vemos. El alegato vino de técnicos y profesionales de la opinión: como nadie sube cerros, nadie conoce in situ la realidad de los sectores populares barrio adentro, nos damos a la tarea de especular desde nuestra propia lógica política las posibles reacciones de los otros. De esta manera, poco importa moverse de escenario para hablar en nombre de ellos: construimos mayorías desde el Hotel Tamanaco y lanzamos al mundo entero la especie de que seis millones de venezolanos votaron a nuestro favor. Todo esto debidamente dispuesto para la política espectacular: luces, cámaras, ¡acción!
IV
Pasará a la historia, definitivamente, esa manera de hacer política. Es decir, construir territorios virtuales, urbanidades mediáticas, mayorías invisibles que desafían a la ciudad real, a los territorios físicos, a las multitudes de carne y hueso. Parte de la confrontación radical entre dos mentalidades en Venezuela pasa por esa criba: la sociedad material y la construcción mediática, en la cual no importan los decorados sino los mensajes y las retóricas. No importa si hay o no un vínculo efectivo entre la gente y sus políticos. Lo que importa, lo que decide la agenda de discusión, es cierta construcción de la figura del enemigo.
V
Como no logramos superar esta terrible dimensión de goce de la política cotidiana, esta especie de microfísica del enyucamiento en la que nos manifestamos aterrorizados por la posibilidad de que los adversarios nos roben definitivamente nuestra forma de goce (el voto, la libertad, el confort, los medios, el trabajo, la propiedad), la dificultad de aterrizar en la realidad, de desenchufarnos de la matriz mediática, es una tarea titánica y traumática. Significa admitir que somos minoría, que perdimos una batalla construida arduamente desde el 2002 y que no tenemos verdaderos interlocutores políticos que sepan reprogramar la derrota y convertirla en victoria, es decir, trazar nuevas tareas políticas en medio del encono y la radicalización. Como no tenemos nada que ofrecerle a nuestros televidentes, apostamos por los atascos dramáticos, por los nudos trágicos: aparece la máxima de la microfísica del enyucamiento en tiempos electorales: el fraude, el robo de los votos.
VI
La dimensión mágico-religiosa está en el centro del discurso que construye la Coordinadora Democrática. Así como se forjó la idea de un voto oculto (sabemos que existe, pero no lo vemos) ahora se apela a otra dimensión oculta presente en las máquinas digitales. Los grandes cerebros de Súmate y de los sectores que se suponían más expertos de la sociedad en materia informática, reclaman sin pruebas contundentes (en plan ludita), que detrás de las máquinas hay un genio oculto que mueve los hilos binarios del Sí y el No. Por más racionales e instruidos que parezcamos, sustentamos desde hace algún tiempo nuestros saberes en creencias mágico-religiosas: ¿esa no es acaso la naturaleza argumental del exit poll?
VII
Me perdonan a estas alturas tanto escepticismo, tanto espíritu gris: pero creo que es hora de pasar el capítulo e iniciar tareas políticas que sean más viables. Me da la impresión de que este juego gozoso de denunciar fraudes y exigir, incluso, la repetición del revocatorio, ha comenzado a ser una tarea solitaria: ciudadanos, empresarios y políticos más grises que radicales, ya iniciaron lo que tanto cuesta: seguir el camino, repensar los objetivos de la batalla política en democracia, y enfrentar la enorme deuda que tiene la oposición con la sociedad venezolana: su nexo directo con los sectores populares, con esas mayorías que definitivamente ingresaron de manera decisiva en el mapa político, y están dando una lección de participación trascendental.
VIII
Una buena cuota de esos sectores, por cierto, terminó votando por el Sí, de manera que se derrumban los estereotipos más radicales de estos últimos años: que la clase media ve Globovisión y lee El Nacional, y el barrio ve Venezolana de Televisión y lee Panorama. Aquí hay votos de ambos bandos que deben ser medidos transversalmente: hay en cada uno de los sectores socioeconómicos un capital del Sí y del No nada desestimable, lo que garantiza en los años por venir una pluralidad que se debe traducir en más democracia. Hay que romper el consenso cínico que alega que la única tesis política sostenible en Venezuela gira sobre la tarea de extirpar o perpetuar definitivamente a Chávez. La ciudad --los otros en definitiva-- está compuesta por más gente de lo que se creía. En esto la consulta fue un gran éxito: terminamos de entender que en Venezuela somos muchos, de lado y lado, y que hoy más que nunca debemos empezar a reconocer la dimensión de nuestro adversario.
XIX
En lo personal, quisiera que cuanta auditoría se haga para despejar las dudas será bien recibida. Será bien recibida por toda la sociedad venezolana. Pero también hay que ir despachando la especie de que nos robaron millón y medio de votos a última hora, entre Carrasquero y Rodríguez, en una sala de totalización, de madrugada y a puertas cerradas, cuando todos dormían. He llegado a oír que hasta Carter y Gaviria hicieron el papel de tontos útiles, que fueron unos ingenuos ante los poderes ocultos del chavismo (qué va a saber de máquinas el viejito Carter). Esto no llega sino a confirmar una tesis desconcertante: la OEA y el Centro Carter han sido la vitrina más importante que ha tenido la oposición en el extranjero; han sido los ejes de presión que, junto al Grupo de Amigos, ha evitado cualquier posibilidad de fraude durante el proceso de recolección de firmas y de reparos; ahora, de la noche a la mañana, éstos son los agentes infiltrados de la causa revolucionaria, y unos títeres del castrocomunismo internacional, que ahora se vende como la única opción planetaria para bajarle el precio al petróleo. Sólo así estaríamos convencidos de un pacto –otra vez oculto—entre Carter, Cisneros, Chávez y los Estados Unidos. En lo personal, y hasta que no se demuestre lo contrario, todas esas teorías (ahora son conspirativas y globales) me parecen parte del mismo núcleo mágico-religioso que tiene el discurso de la CD. Con la camarilla mediática de Mendoza y compañía, sólo tendremos camorra y más camorra (algo que le gusta mucho a Chávez, por cierto, y que le saca unos dividendos del carajo) en vez de diálogo y entendimiento, organización social y acción concreta. Hay tareas ambiciosas que están más pendientes que nunca, y que hemos olvidado por tanto afán de extirpar la “verruga bolivariana”: fortalecer las instituciones y los espacios de diálogo y mediación social, dar la batalla por una justicia para todos y exigir condiciones para un crecimiento de las oportunidades económicas.
X
El nuevo mapa político no hay que verlo como una simple división binaria. Cometeríamos un grave error si nuevamente alimentamos la idea de que el país es la división taxativa entre dos sentimientos fundamentalistas e irreductibles. Hay una ancha franja gris que atraviesa el centro de esos extremos y que se ubica a un lado y al otro porque consiguió en esos bandos garantías suficientes para seguir adelante en medio de la turbulencia política. Son gente como usted y como yo, común y corriente, que no dejaría la vida por nadie, que no está dispuesta a tomar fusiles ni a rasparle la silla a un presidente a la cañona. Son gente que quiere vivir en paz, que quiere más oportunidades para todos, que en el fondo reconoce, porque vive rodeado de muchos otros como él, que mientras más le bajemos el volumen a los radicalismos, más posibilidad tendremos de que las políticas sociales y públicas tengan algún tipo de efectividad en la sociedad. Le haríamos un grave daño al país insistir en una división binaria que está llena de matices y que merece nuevas maneras de hacer política, ligadas a procesos de seducción e identificación más complejos, más diversos.

XI
Repito: un buen comienzo es reconocer el tamaño, la dimensión del adversario. Estaría muy bien también que tomáramos un poco de distancia de los canales que hemos usado en estos años para acceder a la realidad (sobre todo si estos canales son medios con intereses muy concretos y manifiestos) y esforzarnos en meternos, definitivamente, una cosa en la cabeza: sólo manifestando nuestra opinión ante los otros garantizamos, al menos, la posibilidad de que recibamos aviso del mensaje y ese aviso llegue, a su vez, con el mensaje del otro. Eso se llama diálogo. Se llama ejercer la libertad. Se llama abrir el espacio de comunicación para que dos opuestos se consigan en algún territorio. Se llama romper la estructura que reduce inexplicablemente al otro a algo que yo ya concibo previamente. Se llama, probablemente, ejercer la democracia de forma directa y participativa... En ese territorio vale todo: ¿terminarán de aparecer canales de televisión vecinales como Chuao TV o Chacao TV? ¿Se multiplicarán los espacios de deliberación y la posibilidad de realizar conquistas institucionales más duraderas que una misión? Para que la apertura se produzca, no encuentro otra solución que debatir más allá de los radicalismos...

8/14/2004

Contra el final perpetuo

Héctor Bujanda
I
Máxima temperatura: las energías y pasiones invertidas para aniquilar al otro, para borrarlo del mapa territorial, están en su salsa más espesa. A diferencia de otros momentos radicales de alto octanaje, vividos en los tres últimos años, esta semana finalmente empezamos a vislumbrar las claves de una telenovela que se ha alargado inexplicablemente. Ocupados como estamos en las máximas audiencias, en las tribunas multitudinarias, el culebrón nuestro sigue más o menos atascado en el mismo lugar desde el 2002: “Se va o no se va”. Supongo que Arquímedes Rivero aprendió una gran lección de nuestras vicisitudes patrias: cuando no sepamos qué hacer, cuando no tengamos nada que ofrecerle a nuestros “televidentes”, insistamos en los atascos dramáticos, en los retorcidos nudos del melodrama. Así, todos quedamos suspendidos en un vacío perenne, con las lágrimas en los ojos, con la ira entre los dientes. De hecho, como los grandes finales a lo Delia Fiallo, ya no importa qué ocurrirá el día de mañana, si saldrá una telenovela cultural de César Miguel Rondón o una barrial de Román Chalbaud. Si vendrá otra de Padrón o una de Jesse Chacón. Lo importante es que todas las fantasías estén puestas en un día, en unas horas, en el tan esperado capítulo final de esta historia. Rating garantizado.
II
Habrá que pensar seriamente cómo ha ocurrido está fusión tremendamente promiscua entre política y espectáculo, entre gestión y rating, entre información y melodrama. Al punto de que la política ha dejado de existir en su forma clásica (deliberación pública, diálogo, reconocimiento y persuasión) para operar como un guión más de nuestra poderosa lógica del espectáculo. Ocupados como estamos en atender a los títulos de la prensa, a los noticieros y a los programas de opinión radial, hemos perdido un lenguaje –el lenguaje propio—para discutir y entenderse en sociedad. Las palabras, las expresiones, las claves para juzgar los hechos cotidianos no están de nuestra parte (de la parte del consumidor, del televidente, del ciudadano). Esos lenguajes son acomodados una y otra vez para consumo rápido, vertiginoso y mediático. No crea, como el chavismo, que es un mal exclusivamente nacional. Por el contrario, la política global, más que nunca, es un subproducto espectacular. Una peli que atiende al riguroso guión dramático, con picos de tensión y distensión, con capítulos de terror y verdadero dolor.
III
¿Cómo vislumbrar lo que hay más allá del subproducto espectacular de la política? Por ahora, sólo vislumbramos vértigo, ansiedad, vacío. Cada quien tiene su nudo en la garganta y espera, en la ya larga letanía, que por obra y gracia de los hacedores de noticias aparezca el hecho, la circunstancia, el suceso que difiera una vez más el final de este culebrón. Al fin y al cabo, tenemos tres años sometidos a un final perpetuo. El fantasma que ahora ronda por las urnas electorales es precisamente el de “¿habrá o no referéndum?”. Este fantasma, por cierto, está ligado a la manera de gestionar nuestro goce. Estamos a la espera de que el espectro del otro, del que mueve los hilos en silencio y tras bastidores, nos robe definitivamente la voluntad más preciada e irreductible: la de elegir. Así estamos: presos, paralizados ante la amenaza gozosa del otro.
IV
En esta tupida red melodramática, de la que no podemos vislumbrar ni siquiera una alternativa, la posibilidad de que no haya referéndum sería el argumento ideal, perfecto, para disparar la guerra social. La matriz (pienso en la fórmula The Matrix) no es espontánea. Está atada a una madeja de argumentos que, como piezas de una rayuela, arman el guión sangriento de nuestros días: si no hay referéndum habrá violencia... si gana Chávez habrá violencia... si gana la oposición habrá violencia... si se desconocen los resultados habrá violencia... violencia, violencia, violencia. En esta perspectiva construida desde el terror, el referéndum del 15 de agosto ¿es el final o el comienzo de algo?
V
La gran estafa espectacular está asentada sobre el vacío. No podría ser de otro modo: la política mediática es efímera y vertiginosa, se ancla como el lema de una publicidad, pero no sirve para la acción, la gestión y la organización social. Es simplemente un mensaje, una píldora, un veneno. De allí que la política espectacular viva de reprogramar los nudos dramáticos, de suspender la tragedia, de elevar la tensión y la atención con el fin de ganar tiempo. ¿De ganar tiempo? Sí. Hoy más que nunca el espectáculo es un ritmo, una estructura que permite abrir boquetes profundos detrás de la matriz, sin que lo noten los espectadores. Así estamos, atrapados, presos en la fantasía de la violencia. Calentando el aceite, aceitando la block, limpiando los cuchillos, preparando las bolsas negras...
VI
Romper la matriz espectacular, deshacer la unidireccionalidad del guión, cambiar las líneas del argumento. En esa causa se inscribe Gris. Entiende que nunca se produce, efectivamente, el vacío ni el vértigo absoluto en la sociedad. Siempre hay maneras de recomenzar la historia, de rehacer el mapa, de reestructurar la política y desmontar los discursos para consumo rápido y masivo. De evadir la violencia que ahorca y paraliza. El 15 de agosto es sólo el comienzo de una historia en la que cada uno de nosotros tendrá que hacer valer sus intereses en democracia. Que cada uno tendrá que someterse a su auto examen y afrontar de manera protagónica su papel en sociedad. Ya no hay por qué esperar el nuevo titular de la prensa o las palabras del locutor o comentarista a las 6 de la mañana (los oráculos y grandes hacedores del guión) para hacerse una idea de cómo están las cosas en el país.
VII
Es hora de que cada quien empiece a entender que debe defender democráticamente (diálogo, persuasión, deliberación, reconocimiento) su porción en este territorio, su visibilidad, su voz. Es hora de multiplicar las redes de diálogo y comunicación, de autogestionar los mensajes y las voces. De activar la política con sentido solidario y no excluyente. De disipar, cuanto más se pueda, la dimensión espectral de las fantasías conspirativas y violentas (todas conducen a eliminar al otro). Para eso, un buen punto de partida sería terminar de comprender que detrás de las entelequias espectaculares llamadas “Hugo Chávez” y “Coordinadora Democrática”, hay gente de carne y hueso organizándose, pensando el país, actuando u opinando. Ese es el principal capital para saludar siempre la democracia, para evitar la violencia. Para continuar, gane quien gane, construyendo el país que queremos. Para los grises el 15 de agosto no es un capítulo más de este final perpetuo que ha sido arduamente montado por la política espectacular, sino un principio de apertura, de expansión, abierto a nuevas formas de identificación y participación política. A votar, pues. Y nos vemos al día siguiente (hablo de nuestros enemigos y de nuestros amigos, todos entrañables).

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