Las dos caras de la abstención
No tengo nada contra el abstencionismo. Me parece, más bien, que ser abstencionista es una postura política tan legítima como cualquier otra. Sin embargo, debo hacer una aclaratoria: la abstención es una posición política por excelencia que manifiesta, en primer lugar, un rechazo a un régimen determinado (la democracia puntofijista, la democracia social, la democracia del consenso...), y en segundo lugar, manifiesta también un rechazo rotundo a todos los factores que dentro de ese régimen político adversan al partido gobernante. De manera que el abstencionista hace uso de una negatividad radical: lo que se juega un abstencionista es abrir un espacio inédito, despejar un campo determinado para que la luz de una nueva política pegue ahí donde antes había oscuridad. Como es lógico, la radical negatividad, históricamente, ha sido un instrumento de las minorías, tanto en Venezuela como en otras democracias, y tiene el inmenso valor, cuando se asume activa y políticamente, de sostener una negatividad con respecto a todos los actores que participan en el sistema. Con el abstencionismo no se busca tumbar a un gobierno directamente, sino poner en crisis a todo un sistema de representación política, incluida a la oposición “institucional”, valga decir.
En este sentido, hay que recordar que la posición abstencionista de Chávez entre 1995 y 1997 se hizo desde esta radical negatividad. Al punto de que algunos factores políticos del establishment, ligados a cierta izquierda que se había históricamente democratizado, nunca le perdonó esta posición border, y cuando llegó el giro electoral ya resultaba demasiado tarde como para apuntarse en el proyecto. El abstencionismo, repito, cuando se ejerce de manera activa, es una posición de radical negatividad contra todo el espectro político establecido.
Llegado el caso, siempre hay una porción de la sociedad que escapa a cualquier mensaje político. Este sector, que parece históricamente sólido (ha oscilado entre 30% y 50% en los últimos 20 años) es más ambiguo y dinámico de lo que parece. Incluso, hay quienes piensan, como yo, que este sector es la correa de transmisión que hace posible el juego democrático. De esta franja se desplazan algunos ciudadanos hacia la oposición y otros hacia el chavismo. Es, digamos, lo más cercano al centro, pero un centro “ausente” de la política. Sin esa franja gris e indeterminada, habría sido imposible que se produjeran los distintos trasvaces que han ocurrido en las fuerzas antagónicas desde 2001 hasta el día de hoy (el chavismo y la oposición han cambiado considerablemente de actores y de fuerzas en los últimos 5 años).
Los mutantes y la pulsión de muerte
¿La posición de los 350 y de Súmate representan la versión activa/negativa de la abstención o la gris/centrista? Rotundamente: ninguna de las dos. Ni hacen uso de manera sostenida de un proyecto político que quiera despejar algo, que quiera abrir el campo para una reflexión y una politización distinta de la sociedad, ni tienen vocación por la evasión y la indiferencia (para eso hay que tener también alguna vocación). Esta gente representa, más bien, la extraña mutación que ha ocurrido con los que no han logrado reciclarse bajo la lógica democrática, con todo y los problemas que ha tenido esta lógica para desplegarse desde el 2002. Son un tumor maligno que nació con el golpe de abril y la huelga petrolera, y que no logra producir políticamente nada, dado que su preocupación fundamental es conquistar el poder encarnado en la figura del Presidente. Hay que tener claro que por más presidencialismo y por más petróleo que nazca de nuestras canteras estatales, el Poder, para decirlo con el Foucault de los años tardíos, es una malla complejísima, atravesada por vectores y factores que escapan a la simple identificación de una silla presidencial como único lugar de la dominación. Estos mutantes que no logran reinsertarse en la política son, en términos psicoanalíticos, una pura pulsión, el puro resto de una energía y de una movilización despiadada que se originó con el intenso proceso de confrontación política. Esa pulsión pura, esa pulsión de muerte, se comporta igual que el gato de Tom y Jerry, que de tanto perseguir al ratón no se da cuenta de que se ha rebasado y continúa corriendo por el aire... Después de haber corrido un buen trecho sin suelo firme, el gato se percata de que está sobre el abismo, y allí es cuando se desploma y se da el tortazo de su vida...
El 4 de diciembre no será más que una síntesis de esta metáfora pulsional: la corroboración de que el gato, desde hace bastante rato, camina por el aire sin ningún soporte, sin ninguna base... ¿Arrastrará nuevamente hasta el abismo a toda la oposición con él?