Nunca me ha gustado la idea de dividir las izquierdas en Latinoamérica, tal como se ha venido haciendo desde diversos lugares del continente. Gente como el salvadoreño Joaquín Villalobos o el dominicano Wilfredo Lozano han hablado de dos y hasta de tres izquierdas en acción. El propio Teodoro, en un libro que se convirtió en plataforma de su proyecto electoral, se hizo eco de estos deslindes y trató de abrirse un espacio (hasta ahora de manera vana, hay que decirlo) dentro de lo que ha venido definiéndose como “la izquierda moderna”, la “izquierda moderada”, la “izquierda que come con cubiertos”, “la izquierda que lleva flux y corbata” o la "izquierda del que grita que no haiga peo".
Creo que estas divisiones han sido apresuradas (el chavismo también ha usado el recurso) y creo que se han realizado bajo operaciones de cálculo político que no responden a la complejidad que vive el continente. Estos deslindes reflejan, más bien, los límites teóricos y analíticos que se tienen para comprender las múltiples formas que ha adoptado la nueva izquierda continental (una unidad precaria sostenida en muchas diferencias). En principio, considero que hay al menos cuatro tendencias no excluyentes (repito: no excluyentes) a la hora de afrontar el tema de la gestión política en Latinoamérica. Usted se encargará de poner las dosis de cada una de estas tendencias en los gobiernos de Lula y Chávez, de Kichner y Evo Morales:
1.-) El reconocimiento del valor que tiene la retórica –incluso incendiaria– en la construcción de una comunidad política. Eso hace que los límites de algunas experiencias y proyectos se confundan con el populismo, dado que se trata de explorar y explotar habilidades discursivas y efectistas que contribuyan a la configuración de mayorías populares sólidas. Populismo e izquierdismo son categorías que deben ser revisadas a la luz de los nuevos fenómenos políticos, caracterizados por la hibridación, el barroquismo y la heterodoxia ideológica.
2.-) El reconocimiento de que todo proceso de inclusión comienza por la palabra. Es decir, todo proceso de inclusión es ante todo un fuerte y denso conflicto cultural y simbólico, que desacomoda a las clases medias y a las clases altas, es decir a las que gozan del poder de inclusión simbólica. El síndrome se repite en todos lados: miedo y asco por los indígenas, por los sin tierras, por los piqueteros, por las hordas chavistas. En todos lados el mismo enemigo: la barbarie que ha llegado al poder a robarnos la tranquilidad, el confort y el pacer.
3.-) El reconocimiento de que debe revalorizarse un proyecto nacional (en contraste con las políticas de integración y de privatización tipo ALCA), que gire alrededor de un incremento considerable de la inversión social y del establecimiento de nuevas relaciones internacionales basadas en la cooperación y la complementación.
4.-) Toda transformación institucional no sólo está en función de la inclusión, como dijo el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza. Es también el esfuerzo por reducir las desigualdades, que son las más grandes en todo el mundo. Para cualquier proyecto político de izquierda en Latinoamérica, lo importante no es que la sociedad crezca a la vez, porque eso sería aceptar que los ricos siempre serán más ricos. Todo esfuerzo por la justicia social debe eliminar las distancias entre unos y otros, en función de los otros. Insulza no lo pudo decir mejor en la entrevista que le hicieron en el diario El País esta semana: “hay que diferenciar entre pobreza y desigualdad. La pobreza es atacable y en breves plazos se pueden obtener logros muy grandes. La desigualdad es un poco más complicada, porque para reducir la brecha, la única alternativa es que los que están abajo crezcan mucho más rápidamente que los que están arriba. Un crecimiento de todos por igual aumenta la brecha, ni siquiera la mantiene constante. Creo que América Latina está encaminada a eso [al crecimiento] y se va a notar en la pobreza, pero no inmediatamente en la desigualdad. La preocupación, con las cifras de la CEPAL, y considerando las metas del milenio, es que los países más desarrollados de América Latina van camino de cumplirlas, pero los más atrasados son los más pobres. Por lo tanto, existe la posibilidad también de una cierta brecha en la propia América”.
*****************
Una prueba de las complejidades políticas que se viven en el continente son estas declaraciones que dio hoy en el diario El País el ministro de Relaciones Institucionales de Brasil, Tarso Genro, y que nos recuerdan, más allá de los modales y de las exquisiteces de cada quien, que existen en el continente tareas y objetivos comunes firmes, que escapan a las caracterizaciones interesadas que han hecho los expertos y políticos sobre la izquierda latinoamericana:
“Al margen de que Brasil tiene muchos problemas internos que solucionar, Genro cree que el país, por su poder económico, su extensión territorial y su peso político, debe tener una actitud de liderazgo en América del Sur. "Brasil no puede ser paternalista. Debemos hablar con Hugo Chávez [presidente de Venezuela] con la misma naturalidad con la que hablamos con Bush [presidente de EE UU]. En Europa hay una visión paternalista de América Latina, les preocupa que Chávez o Evo Morales [presidente de Bolivia] puedan distorsionar el proceso democrático, pero no se detienen a analizar esos procesos y a qué necesidades responden", explica el ministro.
"Morales, por ejemplo, dirige un país que vive del gas y si no cuida ese recurso, no tiene país. Venezuela tiene petróleo, y si no lo utiliza para promover su plan de desarrollo, no tiene ninguna oportunidad. Más allá de la retórica de los gobernantes, hay que comprender sus necesidades objetivas y no dramatizarlas como hacen algunos sectores de la democracia europea. Se habla mucho de populismo, pero lo que se ve son manifestaciones específicas de un deseo de proyecto nacional", añade.
"Lo que tenemos que intentar es adecuar a todos los movimientos a una realidad: no hay soberanía sin cooperación y reciprocidad. Los países menos desarrollados se manifiestan con un poco más de retórica, algo que los países desarrollados deben comprender, porque si no lo entienden contribuirán a desestabilizar estos jóvenes procesos de constitución de un proyecto nacional. Lula no puede ser un gendarme de América Latina para indicar a la región cómo debe comportarse según la visión de EE UU. La cooperación se logra mediante el liderazgo, no por la fuerza", concluye Genro.