La espera mesiánica
La historia se repite por tercera vez en los últimos comicios, al punto de que empieza a resultar preocupante: una profunda y vasta indiferencia se apodera del electorado, que pareciera darle muy poca importancia a las instancias de representación política que están en juego en el país. Desde gobernaciones a juntas parroquiales, desde alcaldías a los puestos en el Parlamento, todas estas instancias han sufrido este año el fuerte desplante de un gran sector de la colectividad. ¿Todo esto es achacable a las erráticas y aún indescifrables actitudes que ha asumido la oposición desde que perdió el Referéndum?
No queda duda de que hay una tendencia mayoritaria en Venezuela a percibir que la única y gran batalla política es la de la elección presidencial, así que tanto unos como otros guardan sus energías para la lucha “final”, para la conquista o reconquista de Miraflores. El país, más que nunca, está atrapado en un fuerte sentimiento mesiánico. Todo pareciera depender de un solo hombre. El chavismo de su líder, y la oposición creando condiciones para, como dice Rafael Poleo, dar el zarpazo final al poder presidencial. ¿Es que acaso no se comprende en conjunto el mecanismo democrático? ¿Es que nadie quiere entender que el Parlamento es un espacio de poder indispensable para ejercer la pluralidad y dar la batalla política de los próximos cinco años? La sombra del presidencialismo nos acompaña de una manera casi obsesiva, y creemos que si se gana Miraflores, todo lo demás está garantizado.
El chavismo, por otro lado, parece no comprender masivamente lo que hay en juego en cada uno de estos rituales electorales, y no termina de dar una respuesta contundente en las urnas de su entusiasmo transformador y de su compromiso con las distintas instancias de representación política. Hay que decirlo: con todo y el desplante opositor, de la estrategia agua fiestas y todo lo demás, sigue pareciendo poco significativo que sólo 3 millones de votantes fueran a las urnas y que en Caracas, Zulia y Carabobo, la abstención general estuviera rondando el 80%. Eso significa, cuando menos, que algo no termina de funcionar entre el sentimiento chavista y su expresión electoral (¿los llamados de coacción hacia los empleados públicos de Iris Varela, no denotan que algo no fluye bien en realidad?). La débil respuesta electoral, con presiones o sin ellas, deja viva la discusión que la oposición impuso sobre la legitimidad y el Poder Electoral, y que sin duda marcará la agenda política de todo el 2006.
La “escasa” participación electoral también deja viva la discusión sobre la terrible estrategia de la oposición. 3 millones de votos no es un techo muy difícil de superar, después de las cifras que se manifestaron en el Referéndum 2004. Resulta entonces inconcebible haber descartado la batalla y haber dejado una profunda interrogante en puertas: ¿Si se hubiera participado, al menos no se tendría una representación opositora significativa y visible en el Parlamento? Lamentablemente, el suicidio electoral no permitió que apreciáramos la medición de fuerzas, y hacia allá apunta el verdadero objetivo opositor: ha ganado, por ahora, la incertidumbre, y con ello el fortalecimiento del fantasma mesiánico. La oposición espera, postrada, el milagro divino, espera la llegada del tan ansiado “mesías” que pueda vencer a Chávez.
No debemos engañarnos. Los que siguen considerando que el país está soldado a una opción, y que no hay nada que buscar políticamente, se equivocan de manera brutal. La gigantesca abstención lo que indica es que hay una fuerza inerte, una fuerza “invisible” marcada por la desconfianza, que está esperando otras formas de interpelación y de encantamiento político. La batalla que en Venezuela se sigue postergando es por la movilización de esos sectores que se han retirado paulatinamente de la contienda electoral, o que no comprenden suficientemente la importancia de lo que está en juego en cada elección. Y esto es para todos los bandos. Venezuela sigue siendo un país con un gran potencial para la maniobra política en democracia, y eso hay que demostrarlo con nuevos liderazgos y organizaciones que trabajen en todos los frentes y en todos los niveles de la sociedad.
Si para algo ha servido este ensayo tan inusual de elegir el Parlamento es, como dijimos, para corroborar lo profundamente mesiánico que nos hemos vuelto, cada uno esperando o defendiendo una única figura, tomando con absoluta indiferencia a todos los poderes que deben servir de interlocución social. Mantenemos esa actitud tan adversa de no tomar en cuenta que la única reconstrucción posible del Estado pasa por un verdadero fortalecimiento de las instancias de poder elegidas democráticamente. Lo demás es mesianismo, y aquí la diferencia sustancial entre unos y otros es que el chavismo consiguió desde hace años a su líder, y lo tiene en la cima del poder. La oposición simplemente sigue esperando, y esperando a que llegue el milagro. Miraflores es la meca, y todos miramos ciegamente hacia ella.
¿No es hora de asumir todos –sin distinción de clases, razas, modales e instrucciones– que no hay política en Venezuela sin una dosis fundamental de mesianismo? Quizá hemos subestimado por demasiado tiempo la idea de que un hombre encarne un proceso, un proyecto y unos objetivos políticos. ¿Este panorama marcado por la abstención no obliga a repensar, seriamente, la relación siempre espinosa que existe entre el mesianismo y la política? ¿No se trata siempre de que aparezca el hombre que nos mueva a seguirlo? ¿Y que pueda mover a una gente ensimismada, encerrada en su casa, atrapada en paranoias y desconfianzas, para que salga a votar y a defender unos ideales colectivos? Sin embargo, el problema de fondo de la actitud mesiánica -su aporía, como dicen- es que termina justificando cualquier salida, cualquier atajo, cualquier solución, por más rocambolesca y supersticiosa que parezca. El 2006 quedará atrapado, seguramente, en las dos caras de la moneda mesiánica.
No queda duda de que hay una tendencia mayoritaria en Venezuela a percibir que la única y gran batalla política es la de la elección presidencial, así que tanto unos como otros guardan sus energías para la lucha “final”, para la conquista o reconquista de Miraflores. El país, más que nunca, está atrapado en un fuerte sentimiento mesiánico. Todo pareciera depender de un solo hombre. El chavismo de su líder, y la oposición creando condiciones para, como dice Rafael Poleo, dar el zarpazo final al poder presidencial. ¿Es que acaso no se comprende en conjunto el mecanismo democrático? ¿Es que nadie quiere entender que el Parlamento es un espacio de poder indispensable para ejercer la pluralidad y dar la batalla política de los próximos cinco años? La sombra del presidencialismo nos acompaña de una manera casi obsesiva, y creemos que si se gana Miraflores, todo lo demás está garantizado.
El chavismo, por otro lado, parece no comprender masivamente lo que hay en juego en cada uno de estos rituales electorales, y no termina de dar una respuesta contundente en las urnas de su entusiasmo transformador y de su compromiso con las distintas instancias de representación política. Hay que decirlo: con todo y el desplante opositor, de la estrategia agua fiestas y todo lo demás, sigue pareciendo poco significativo que sólo 3 millones de votantes fueran a las urnas y que en Caracas, Zulia y Carabobo, la abstención general estuviera rondando el 80%. Eso significa, cuando menos, que algo no termina de funcionar entre el sentimiento chavista y su expresión electoral (¿los llamados de coacción hacia los empleados públicos de Iris Varela, no denotan que algo no fluye bien en realidad?). La débil respuesta electoral, con presiones o sin ellas, deja viva la discusión que la oposición impuso sobre la legitimidad y el Poder Electoral, y que sin duda marcará la agenda política de todo el 2006.
La “escasa” participación electoral también deja viva la discusión sobre la terrible estrategia de la oposición. 3 millones de votos no es un techo muy difícil de superar, después de las cifras que se manifestaron en el Referéndum 2004. Resulta entonces inconcebible haber descartado la batalla y haber dejado una profunda interrogante en puertas: ¿Si se hubiera participado, al menos no se tendría una representación opositora significativa y visible en el Parlamento? Lamentablemente, el suicidio electoral no permitió que apreciáramos la medición de fuerzas, y hacia allá apunta el verdadero objetivo opositor: ha ganado, por ahora, la incertidumbre, y con ello el fortalecimiento del fantasma mesiánico. La oposición espera, postrada, el milagro divino, espera la llegada del tan ansiado “mesías” que pueda vencer a Chávez.
No debemos engañarnos. Los que siguen considerando que el país está soldado a una opción, y que no hay nada que buscar políticamente, se equivocan de manera brutal. La gigantesca abstención lo que indica es que hay una fuerza inerte, una fuerza “invisible” marcada por la desconfianza, que está esperando otras formas de interpelación y de encantamiento político. La batalla que en Venezuela se sigue postergando es por la movilización de esos sectores que se han retirado paulatinamente de la contienda electoral, o que no comprenden suficientemente la importancia de lo que está en juego en cada elección. Y esto es para todos los bandos. Venezuela sigue siendo un país con un gran potencial para la maniobra política en democracia, y eso hay que demostrarlo con nuevos liderazgos y organizaciones que trabajen en todos los frentes y en todos los niveles de la sociedad.
Si para algo ha servido este ensayo tan inusual de elegir el Parlamento es, como dijimos, para corroborar lo profundamente mesiánico que nos hemos vuelto, cada uno esperando o defendiendo una única figura, tomando con absoluta indiferencia a todos los poderes que deben servir de interlocución social. Mantenemos esa actitud tan adversa de no tomar en cuenta que la única reconstrucción posible del Estado pasa por un verdadero fortalecimiento de las instancias de poder elegidas democráticamente. Lo demás es mesianismo, y aquí la diferencia sustancial entre unos y otros es que el chavismo consiguió desde hace años a su líder, y lo tiene en la cima del poder. La oposición simplemente sigue esperando, y esperando a que llegue el milagro. Miraflores es la meca, y todos miramos ciegamente hacia ella.
¿No es hora de asumir todos –sin distinción de clases, razas, modales e instrucciones– que no hay política en Venezuela sin una dosis fundamental de mesianismo? Quizá hemos subestimado por demasiado tiempo la idea de que un hombre encarne un proceso, un proyecto y unos objetivos políticos. ¿Este panorama marcado por la abstención no obliga a repensar, seriamente, la relación siempre espinosa que existe entre el mesianismo y la política? ¿No se trata siempre de que aparezca el hombre que nos mueva a seguirlo? ¿Y que pueda mover a una gente ensimismada, encerrada en su casa, atrapada en paranoias y desconfianzas, para que salga a votar y a defender unos ideales colectivos? Sin embargo, el problema de fondo de la actitud mesiánica -su aporía, como dicen- es que termina justificando cualquier salida, cualquier atajo, cualquier solución, por más rocambolesca y supersticiosa que parezca. El 2006 quedará atrapado, seguramente, en las dos caras de la moneda mesiánica.
6 Comments:
Yo no creo que en 2006 sea una cara de dos monedas. Creo que más bien será un engendro imposible: una moneda de una sola cara. Por la otra habrá agua y niebla, como en el principio. Un objeto así no despierta más que horror y reverencia. Quizás Cronos corté las verguenzas de Urano y siga la historía, entre mesías y otras deidades.
Estimado Héctor,
regreso a tu blog como el mal político que promete y no cumple sus promesas. No contesté las siete preguntas de tu otro post, la vorágine caraqueña me absorbió y no volví a escribir. Pero regreso dispuesto a seguir en tu zona de conflicto intercambiando ideas.
Dices, "Quizá hemos subestimado por demasiado tiempo la idea de que un hombre encarne un proceso, un proyecto y unos objetivos políticos." Yo seguiré subestimando el mesianismo, porque lo que necesitamos es un proyecto común, que los grupos coherentemente juntados entiendan de una buena vez que el pryecto que beneficia a uno debe beneficiar a todos, o por lo menos tratar de hacerlo. La abstención en las elecciones, no lo dudo, también se debió a que no estábamos votando por "el hombre" sino por los grupos que deberían ser los que le den articulación al país. Seguro que en diciembre de 2006 la masa que adora a su mesías saldrá a votar; y si la oposición encuentra uno (¿crees que lo hará?) saldrá a votar por ese hombre que sí camina, el hombre que arregla esto o el que vocifera "ya basta" antes de meterse otro toronto en la boca. Incluso por una María Corina de rodillitas depiladas, que es como la Eva Golinger de la oposición (por cierto que hay varios parecidos razonables de estos entre chavistas y oposición: Plutarco gozaría un mundo escribiendo unas nuevas "vidas paralelas").
Cuando se comprenda que detrás de un presidente hay un equipo y que su voz no es la de él mismo, de sus rabietas, o de sus pasiones, sino que es el portavoz del proyecto d eun grupo por el que los electores han optado, entonces dejarán de existir el gendarme necesario. Fíjate, lo sabes, que aquí en España el presidente del gobierno (que no del país) no tiene por qué estar dando declaraciones todo el tiempo, para eso tiene al ministro portavoz.
Y eso, que yo no creo que sea cuestión de subestimar una opción y decantarse por otra, sino que se trata de exigirles a los gobernantes que gobiernen entre todos y para todos.
un abrazo
Juan Carlos, bienvenido siempre... El tema es grueso y obliga a algunas consideraciones. Espero que con paciencia, estas líneas te motiven a la discusión, a ti y a alguno más que quiera participar...
I
Es cierto, Juan Carlos, muchas veces en nombre del carisma y del sentimiento mesiánico, América Latina ha tocado fondo, pero también, y al mismo tiempo, ha vivido momentos de una gran vitalidad política, al punto de que cuando más creemos que nos hemos liberado de las sangrientas interrogantes y de los enigmas duros del pasado, más retorna éste como si nunca se hubiera ido. ¿Es que acaso no hemos enterrado bien a nuestros muertos? ¿Cuántas deudas pendientes tenemos con la historia? ¿Cuánto luto mal llevado? ¿Cuánto desprecio por las innumerables demandas sociales? Fíjate que lo que retorna en América Latina no es alguna idea gerencial bien practicada en el pasado. Lo que vuelve una y otra vez es el espectro de una historia truncada, el espectro de un impulso, de una expectativa utópica traicionada. De un trauma. Y aquí hago uso de una de las tesis de la historia de Walter Benjamín: de vez en cuando el ángel del progreso se da vuelta y consigue a sus espaldas un sin número de ruinas, de momentos emancipatorios fracasados y de chatarras sociales que han quedado como almas en pena, y están listas para cobrar sus largas deudas. Benjamín diría que es a partir de esta lógica que se mueve la Historia, por los momentos puntuales en que reaparecen todas las expectativas frustradas del pasado, y exigen cobrar sus deudas pendientes. Esto, lógicamente, no cuadra en ninguna cuenta de un planificador IESA, ni tampoco en ninguna mentalidad racional europea. Lo que te puedo decir es que la lucha feroz que ocurrió en las calles de París durante más de 15 días, escapa a cualquier esquema racional de este tipo. Aquí hay odio históricamente acumulado, que se destapa muchas veces porque alguien tiene el valor y la responsabilidad de asumir un papel y un liderazgo. En París es apenas el comienzo, con los años se verá qué lideres salieron de las revueltas y quienes capitalizarán esas demandas históricamente frustradas.
II
El mesianismo, como tal, es una cosa que fue subestimada por la modernidad de una manera flagrante. Es más, diría que uno de los efectos más complejos de la modernidad es haber tratado de domesticar el sentimiento religioso, secularizarlo y conservarlo como un ritual social sin peligro. La fe da miedo, como sabes. Pero resulta que la globalización y sus promesas, sus ilusiones instantáneas y su concepto de que es posible gobernar “con todos y para todos”, ha traído, como un auténtico retorno de lo prohibido, todo un conjunto de actitudes y sentimientos que están ligados de manera profunda al mesianismo y la superstición. Desde todas las prácticas new age que han proliferado en el mundo, con claro acento oriental, hasta el fundamentalismo islámico. Mientras más caprichosa, irracional y arbitraria se vuelve nuestra globalización, más surgen necesidades espirituales de todo tipo. Monsiváis ya había entendido, a principio de los años 90, que en las grandes megalópolis se podía apreciar una verdadera resurrección de los actos de fe y sus secuelas. Ante la fragmentación, el caos, la disolución de los vínculos sociales y la privatización de la vida (el encierro en el mundo doméstico), la gente responde con budismo, yoga, pilates, tai chi, islamismo, rosa mística y con cualquier altar que nos ayude a tolerar la tremenda incertidumbre y profunda impotencia que nos produce no poder cambiar nuestro entorno. Un sociólogo de moda, Ulrick Beck, resumió esa sensación de una manera concisa e insuperable: “nos exigen todo el tiempo respuestas individuales a problemas que son sistémicos”.
III
El mesianismo, esencialmente, es una espera. ¿Una espera de qué? Los nuevos estudios que se han hecho sobre los campos de concentración, por ejemplo, muestran que entre los millones de condenados judíos al encierro y la degradación sin fin, afloraron tres tipos de personalidad claramente definidas. Y hay dos que vale la pena pensar en estos tiempos. Una de ellas es la que los judíos llamaban “musulmanes”, porque de tanta degradación llegaban a perder su conexión con el mundo concreto (se volvían auténticos muertos vivientes) y se quedaban en silencio, incomunicados, como mirando siempre a Dios. Ese personaje, que fue descrito implacablemente en los testimonios de Primo Levi, no es exactamente un animal, ni tampoco un hombre, tal como lo conocemos (con sus facultades, su dignidad, sus atributos morales y éticos). Este “musulmán” es el verdadero enigma que produjo el mortífero laboratorio nazi: la degradación de la humanidad a nivel “cero”, a un hombre que sólo le queda mirar ciegamente a Dios. ¿No es acaso “el musulmán”, como piensa Giorgio Agamben, la figura arquetipo de la modernidad para pensar al radicalmente excluido, al miserable absoluto, al impotente ante los avances del progreso? ¿No nos toca pensar precisamente qué dice en su silencio, en su voz ininteligible, “este musulmán de las ciudades y los pueblos de la globalización? La espera de ese enigma viviente llamado “musulmán” es, para mí, la base del compromiso ético y político para quien quiera reconstruir un sentido de humanidad y de comunidad en estos tiempos. Es decir, pensar seriamente al Otro en todos sus enigmas e interrogantes (y abandonar definitivamente la mentalidad de nuestros intelectuales, que vociferan a cada rato que detrás de Chávez lo que hay son unos menesterosos pidiendo limosna, y nada más, al mejor estilo del Otoño del Patriarca).
IV
El otro personaje que se destacó en los campos de concentración era, precisamente, el del líder. Nunca se producían dos en las barracas, no había competencia en medio del desastre. Tarde o temprano aparecía un Uno que se encargaba de dar la cara por los Otros. El psicoanálisis explica claramente que toda relación política está soportada en un lazo libidinal, y que se le transfiere a otro una cantidad de responsabilidades, de tareas, de sentimientos y creencias que uno mismo no podría acometer directamente. Pues en los campos de concentración, en el lugar donde se fabricaron en masa a los “musulmanes” que después fueron aniquilados en los hornos sin compasión, aparecía recurrentemente esta figura, el Uno, que era el que mantenía con dignidad la cohesión del grupo. De manera que el mesianismo como tal es el lazo básico de la política. No hay nunca ningún acuerdo grupal que gire simétricamente alrededor de unos contenidos, unos ideales y unas normativas. Siempre hay un exceso, ese exceso es mesiánico (es religioso, por eso el psicoanálisis no pudo deconstruir la creencia religiosa). Necesitamos siempre que alguien se pare primero, que responda, que nos defienda, que le dé una dirección a algo que no tiene dirección alguna (¿esa no es la labor de los medios de comunicación hoy día, darnos la dirección precisa de nuestra creencia?). Ese alguien debe parecerse a un líder y debe asumir una responsabilidad por los suyos, sobre todo que no se fugue o se vaya para Miami cada vez que se le pide dignidad y responsabilidad antes los suyos y sus fracasos.
V
¿Qué sería lo ideal? Lo ideal es que detrás del mesianismo la gente produzca los contenidos necesarios, las formas de comunidad que se necesita construir para que ese mesianismo no se convierta en una máquina única de hacer política. Ese es el verdadero dilema del mesianismo: es motor desencadenate, imagen de la apertura y fuerza energética que nos resume a todos, pero también tiene efectos potencialmente totalitarios. El gran mesías de Occidente no es Jesús sino San Pablo, el apóstol que se encargó, sin ser testigo directo del hecho, de propagar la idea de la resurrección de Cristo. Es San Pablo quien rompe con el judaísmo e instituye a la iglesia católica a punta de una fuerza y una convicción sin igual. Quizá, como digo, debemos repensar las condiciones y las bases que fundamentan al mesianismo. A partir de allí quizá podamos comprender los mecanismos políticos que están en juego, y cómo doblegar el fantasma del totalitarismo. No es suficiente con condenar al mesianismo de manera a priori. Hay que adentrarse hasta el fondo en esa doble figura que ya estaba presente en el campo de concentración: el de la espera mesiánica (la víctima por definición) y la del líder que mantiene cohesionada a una comunidad bajo el principio de la dignidad (potencialmente totémico o totalitario).
No sé, Héctor, me sigue sin gustar la idea del mesianismo. Quizá es que la palabra "esperar" no me dice amí más que "inacción". No hay que preocuparse por las cosas, hay que ocuparse de ellas; y eso es lo que hace falta en el país, que nos ocupemos de lo que nos tenenos que ocupar, sin esperar ni preocuparse. Que los héroes se queden en la ficción, que hay mucho trabajo por delante. Quizá los que logren sus objetivos se conviertan en ejemplos a imitar, no a líderes a quienes seguir, no nos vaya a pasar como los que se pusieron a correr detrás de Forrest Gump, hasta que éste se cansó y los dejó en medio del desierto.
En principio, me parece que la prioridad más importante sigue siendo la educación, la "paideia" con la que vamos a asumir el país (lo urgente son otras cosas: como la salud y la alimentación).
Pedagocracia, quizá por allí vayan los tiros de la concepción del mundo que se va formando en mi cabeza... pero son suposiciones.
Salud.
Cñ, Bujanda, ¡escribe!
El país no se ha acabado todavía.
Joli post-Nice. Je viens de tombé sur zonadeconflicto.blogspot.ru et je voulais vous dire que j'ai vraiment apprécié la navigation de votre blog. Après tout, je vais vous abonnant à vos flux RSS et j'espère que vous écrire à nouveau bientôt!
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