Zona de conflicto

Venezuela, sociedad mediática y comunidad política. Antagonismos y atolladeros. Ciudad y utopía. Un espacio para cruzarse con los unos y con los otros...

10/17/2006

Fernando Coronil, historiador y antropólogo


“La izquierda todavía
no tiene un proyecto coherente”


El director de la cátedra de estudios latinoamericanos de la Universidad de Michigan afirma que la izquierda naufragará si no es capaz de construir un modelo económico alternativo. Considera problemático que se pregone la democracia participativa en Venezuela, y se terminen tomando decisiones personalistas alrededor de materias fundamentales como el petróleo o la orientación del socialismo del siglo XXI. Vaticina que el 2007 será un año de intensos conflictos populares

Fernando Coronil suele venir de Michigan un par de veces al año para sumergirse, como un ágil buzo, en la realidad política y social del país, una materia que a pesar de lo opaca y compleja que se ha tornado con los años, lo obsesiona desde su juventud, cuando decidió hacerse historiador.

Los años de análisis, estudio e investigación sostenida, que lo llevaron a especializarse también como antropólogo, le han valido un puesto peculiar dentro del mapa académico del Continente. A contracorriente de las tendencias dominantes de la investigación sociocultural y política en América Latina, que se desprendieron con ligereza del enfoque materialista a finales de los años 80, Fernando Coronil ha venido desarrollando una perspectiva ligada a la crítica de la economía política de la sociedad global.

Su manera de relacionar el papel que están jugando los recursos naturales, la mano de obra, el mercado y el Estado dentro de la lógica capitalista actual, ha sido materia de elogiosos comentarios académicos, y ha recibido menciones especiales de figuras como Antonio Negri y Michael Hardt. Autor de un libro que ha tenido notables consecuencias para la lectura de nuestro siglo XX, El Estado mágico. Naturaleza, dinero y modernidad en Venezuela, Fernando Coronil viene desentrañando algunas claves para comprender el período que se inauguró en 1998 con la llegada de Chávez al poder. Estudioso del papel que ha jugado el petróleo como constructor del Estado y de la sociedad contemporánea, Coronil ha venido definiendo este proceso político y ha caracterizado el nuevo mito que se encarna en Hugo Chávez –el del justicialismo– como diametralmente diferente a los mitos que se construyeron en el siglo XX venezolano, y que estuvieron ligados al discurso del progreso y la modernización.

Director de la cátedra de estudios latinoamericanos de la Universidad de Michigan, Coronil conducirá este semestre un seminario sobre el candente tema de la izquierda en América Latina, una tendencia política que se pensó extinta durante los años 90, y que a principios del siglo XXI se ha convertido en un horizonte ineludible para pensar, debatir y discutir el futuro político del continente. A su seminario asistirán especialistas como el mexicano Enrique Dussel, el argentino Ernesto Laclau y el peruano Aníbal Quijano. Su tesis fundamental es que las tensiones y contradicciones son el sino de una izquierda que, si no consigue construir pronto un modelo económico alternativo al capitalismo global, naufragará irremediablemente, y generará una nueva decepción entre los sectores populares. “Ese es el gran dilema: la tensión entre el discurso político progresista, de equidad, justicia y lucha contra la pobreza, y una realidad económica que hace que sea difícil lograr esas aspiraciones. En este momento no existe un proyecto coherente, lo que hay es un reconocimiento de que el neoliberalismo fue una fuente de problemas nuevos para la sociedad en su conjunto”.

–¿Qué significa la izquierda en América Latina?
–Están pasando dos cosas simultáneamente. Hay una izquierda que está luchando por redefinir un panorama político y una visión de sociedad a futuro, y por otro lado hay una crisis del proyecto de la modernidad, y de sus principios rectores. Creo que hay en este momento una cantidad de respuestas políticas muy diversas, en la que existen muchos matices, difíciles de encasillar en una categoría única, o en una solución binaria al estilo de Jorge Castañeda o de Teodoro Petkoff. Creo que una manera es historizando a la izquierda. Ésta nunca ha sido una sola cosa, siempre ha sido heterogénea y cambiante, de acuerdo a las condiciones existentes. De cierta forma, la izquierda significa movimientos sociales particulares que encarnan un proyecto más universal, que enarbola principios más equitativos. Yo concibo a la izquierda como un proyecto siempre inconcluso, donde ciertos ideales de mayor democracia, en el sentido de participación política, ciudadana y económica, deben ser acompañados con una demanda de igualdad de derechos de género, de raza, de orientación sexual, de derecho a la vida y a la supervivencia. La izquierda es el signo de un proyecto que se reconoce como lo más plural y universal posible, y su contenido no puede ser definido a priori. Lo definen los distintos actores sociales en sus luchas específicas, en su tiempo y espacio dado.

–Después del fracaso de la experiencia socialista real, lo que quedó fue la globalización, donde desapareció cualquier posibilidad de crear una alternativa política al capitalismo. Ahora empiezan a esbozarse salidas, pero de manera precaria y poco clara. ¿Hacia dónde vamos?
–Desde principios de los 90 se produjeron numerosos indicios de que la cosa no marchaba bien. No sólo con la proliferación de movimientos sociales, con sus protestas y demandas, sino también desde los propios centros de poder, donde había el reconocimiento de que no se estaban resolviendo los problemas de pobreza y de reproducción del capital. Hay un consenso de que se tenían que tomar medidas ante los problemas de creciente exclusión y marginación. Surgen respuestas políticas desde la izquierda, pero las respuestas económicas no están claras. Hay una tensión entre la aspiración de una forma política distinta, de una democracia más participativa, y la base material de esas luchas. No creo, sinceramente, que alguien tenga una idea de qué camino tomar en este momento. Lo que está pasando es que hay una frustración creciente en América Latina por las promesas incumplidas, de gobiernos que se han presentado como de tendencia socialista. El problema, y eso es importante subrayarlo, es que no sólo existe ineficiencia y corrupción, sino que esta falta de respuesta también es producto de la lógica misma del sistema económico imperante. Ese es uno de los problemas fundamentales de la izquierda de hoy.

–Si la izquierda hasta ahora sólo ha sido una respuesta política, ¿qué la diferencia del populismo?
–Dicen que cuando San Martín se consigue con Bolívar en Guayaquil, le dice que está muy preocupado por el tipo de orden que se iba a establecer, y Bolívar le responde “no importa, del caos saldrá la libertad”. Yo creo que pensadores de la izquierda como el argentino Ernesto Laclau, por ejemplo, celebran un poco la opacidad de lo social como fuente de posibilidades políticas. Yo comparto un poco eso, pero lo político no es sólo retórica, es también prácticas institucionales que tienen un peso muy importante. Uno de los logros de este movimiento de izquierda latinoamericana es la toma de conciencia, por parte de muchos sectores, de sus derechos ciudadanos, de sus derechos políticos, incluso el sentimiento de obligación que tienen de participar en la vida pública. Eso es un logro muy significativo de estos tiempos.

El socialismo no es la toma de palacio

–¿La política como discurso no termina construyendo realidades?
–En América Latina hay una exacerbación de la palabra, en parte por la dificultad de establecer vínculos institucionales fuertes, y de crear nexos concretos y profundos entre cierta retórica de izquierda y cierta práctica institucional y económica. El caso venezolano es muy evidente. La palabra se ha convertido en una gran hacedora de realidades. Este es el Estado más mágico que hemos tenido en la historia. Tenemos una fábrica de palabras, y Chávez lo personifica con brillantez, elocuencia y exceso, depende de como uno lo vea. Chávez es el gran mago, para unos es el que hace magia de verdad, y para otros es un personaje fraudulento. La realidad se ha vuelto, por este exceso mágico de palabras, en una nebulosa. La situación es muy compleja.

–Pero si la situación es tan compleja, ¿cómo se le puede pedir a la clase media que tiene trabajo, propiedad y cierta estabilidad simbólica y material, que comprenda la incertidumbre?
–¿Y quién le pide eso?
–La dinámica del debate político le está exigiendo a la clase media ver lo que hasta ahora no ha visto?
–Es un problema muy profundo que tiene que ver con la crisis de credibilidad que afecta a muchos sectores sociales, entre ellos al de la clase media. Es más preocupante lo que ocurre en los sectores populares. Así como la clase media siente esa incertidumbre, y la vive con temor y ansiedad, también los sectores populares que han depositado la confianza en el gobierno de Chávez padecen esta situación con ansiedad y con dificultad. Yo no sé hasta qué punto esta situación de incertidumbre se pueda mantener. Hay tensiones profundas, y eso puede desembocar en una nueva desesperanza. No tengo idea de cómo se va a resolver esto en el futuro. Me preocupa la manera en que se le pide más confianza a los sectores populares, cuando en realidad el proyecto no satisface las demandas que ha generado. Eso puede ser muy peligroso. Después de las elecciones, si Chávez gana, habrá un momento intenso de exigencias populares.

–¿Y qué salida se pueden crear ante los descontentos de los sectores populares?
–Una posible respuesta, esperanzadora por demás, sería recogerlos, celebrarlos, incorporarlos, aprender de ellos. La otra sería reprimirlos, y eso sería muy nefasto para un sistema democrático. Dentro de esa disyuntiva, no sé cual salida se producirá en Venezuela después de las elecciones.

–¿Cómo definiría el proyecto de Chávez?
–Es una pregunta difícil, no se trata de hablar de un Chevrolet o de un Ford. Llama la atención de cómo surge en Venezuela, en un contexto de democracia participativa y protagónica, la decisión de marchar al socialismo del siglo XXI. No ha sido producto de un debate, ha sido una decisión individual. A lo mejor hubo discusiones de base, pero la forma que adquiere, públicamente, es la de una decisión personal. Yo creo que este es un gobierno que está insertado en una economía capitalista, y que ha hecho una redefinición bastante compleja de la renta petrolera, que no ha tenido discusión suficiente como para precisar si es en verdad de vocación socialista. Temas tan importantes como la transformación de las empresas petroleras en empresas mixtas, en contratos de largo aliento, creo que deberían ser motivo de un debate público, para entender la conveniencia de esa forma de estructuración económica. Siento que sería necesario un debate, un diálogo más profundo, más calmo, para que la gente entienda lo que está pasando. Un gobierno de izquierda debería profundizar las prácticas de participación, discusión, dispersión y despersonalización del poder. Hay un signo de interrogación serio sobre esta forma de centralismo del Gobierno de Chávez.

–¿Si la economía es la gran incógnita de la izquierda, qué se puede esperar?
–Pienso que el ideario de la izquierda podría articularse con una alternativa económica, si pensamos que los intentos de transformación social ocurren a distintos niveles, como decía Gramsci. Es decir, pueden existir guerras tangenciales, parciales, frontales. Se trata, inclusive, de analizar cómo el capitalismo fue en su momento una fuerza transformadora, democrática, revolucionaria. No se trata de rechazar toda forma de capital, sino de aspirar a que el capital sea más democrático, que sea más eficiente. Que se manejen las licitaciones, las empresas, los contratos de una forma más democrática y racional. Eso podría ser un punto de avance. Yo no veo el socialismo como una toma de palacio, al estilo Cuba, sino como un proceso complejo.

–¿Eso significaría desplazarse del mito del progreso al mito justicialista?
–Chávez ha planteado otro proyecto a partir de la justicia y de la confrontación entre sectores, y eso ha sido fundamental. El chavismo plantea un modelo justicialista, incluyente en cierta forma: “PDVSA ahora es de todos”. El proyecto tiende a hablar, retóricamente, de una unidad, pero en la práctica sigue siendo excluyente, y no con la clase media sino con los sectores populares. Aquí la banca está muy contenta con este Gobierno, y con ganancias exorbitantes dentro del contexto latinoamericano. La distribución de la renta petrolera, a través de los bancos, se ha convertido en un negocio fácil que atenta contra el proyecto de sembrar el petróleo en áreas productivas. Este proyecto político no excluye a sectores poderosos, y me da la impresión de que no integra suficientemente a los sectores populares. Existe además una tendencia a la exclusión, por factores ideológicos y políticos, que hacen que la participación popular esté signada por un apego, por una identificación con el Gobierno, y eso me parece muy problemático.

–¿Qué hace un oponente para enfrentarse a Chávez?
–Es muy fácil criticar cuando uno no está metido en la pelea, pero pienso que el caso venezolano es el de la ineptitud y la arrogancia de la oposición. El golpe cívico-militar de abril, el golpe petrolero, la reacción ante el referéndum son tres ejemplos clave que demuestran cierta actitud de desprecio por el país como totalidad. Cada una de esas experiencias parece que dejó enseñanzas, pero no sé si esas enseñanzas han cristalizado en un mensaje colectivo. Mucha gente, a nivel personal, ha reconocido errores. Estamos viendo la candidatura única de Manuel Rosales, que es un logro. En Venezuela es importante que haya una oposición seria y responsable, y que participe con un discurso político sustancial, no sólo retórico. Quizá es pedir bastante, pero me parece importantísimo que se debatan ideas y proyectos políticos.

–Más allá de los casos concretos, cree que el siglo XXI será socialista?
–El socialismo es necesario como visión política, económica y social, para contrarrestar los males del capitalismo. Son como hermanos gemelos, el socialismo surge junto al capitalismo como una crítica al modelo, y el capitalismo es menos malo de lo que es, en parte por el temor y la respuesta que puedan dar los sectores excluidos y sufrientes ante su lógica de injusticia. El capitalismo es una fuerza revolucionaria que crea sus propias estructuras de poder, sus niveles de jerarquía y sus desigualdades profundas, y precisamente son esos sectores afectados por estas desigualdades los que luchan para reformarlo o cambiarlo. Dentro de ese proceso global, que nunca puede ser enteramente local, el futuro del mundo tendrá que ver con formas de reorganización de la propiedad a nivel mundial, macadas de alguna manera por el signo del socialismo.

–¿Entonces cree que sí habrá socialismo del siglo XXI?
–Lo veo como un proyecto político marcado por un deseo de reconocimiento de la necesidad de que la democracia no sea simplemente formal y política, sino también sea económica, donde se disminuya o se elimine la exclusión social que genera el proceso de concentración económica, que es muy característico del capitalismo. Socialismo es reconocer la pluralidad de las capacidades humanas y de las sociedades. Ese es un ideal saludable, y no puede eliminarse mientras haya problemas de exclusión, de injusticia y de pobreza. Y como esos problemas son consustanciales con la propia lógica del desarrollo capitalista, éstos propician la crítica y el propio ideal del socialismo. Lo ideal sería que ya no se mantenga la dicotomía capitalismo-socialismo, sino busquemos formas que integren, transformen y modifiquen al capitalismo mismo, para que no sea tan mordiente y tan agresivo. Un punto fundamental para esa búsqueda sería el problema de la naturaleza, de la base material en la que está relacionado todo el planeta y la humanidad. No se trata ya de si eres o no capitalista, lumpen o marginado. Es necesario crear un sistema productivo social, donde los humanos no destruyamos el hábitat donde vivimos. El capitalismo, en ese sentido, ha sido un sistema muy devastador.

10/11/2006

La hora de mi novela
El jurado de la II Bienal Adriano González León me ha dado,unánimemente, el premio por mi novela La última vez. Más que emocionado, apenas pude garrapatear estas líneas y decirlas en un evento cálido, con gente a la que respeto un montón y con la presencia del siempre maestro de los maestros, Adriano González León. Un honor, pues, viniendo el veredicto de gente como Luis Barrera Linares, Ana Teresa Torres, María del Pilar Puig y de los escritores extranjeros Luis López Nieves y Juan Cruz, quienes destacaron, entre otras cosas, que la novela trasciende el contexto local.
Hace casi dos años empecé a escribir una historia cercana, una historia que me ata a nuestros revoltosos años 90. Nunca pensé que me dedicaría con tanta pasión a construir y desarrollar estos personajes, a ubicarlos en un paisaje, el de Caracas, que he compartido con muchos de ustedes en otras claves expresivas como la crónica o el ensayo. El tema de la escritura, para los que la padecen, es complicado y requiere de una paciencia y una disciplina que yo ni siquiera sabía que poseía.

La última vez cuenta mi Caracas: la de la desintegración, la rabia y la paranoia. ¿Una novela política? Sí, y asumo las consecuencias de ello. Pero antes que todo, esta novela es la historia de una fuga y de una derrota. Una historia que fue escrita y reescrita muchas veces en forma de cuento, buscando quizá las resonancias de aquella nouvelle de Hawthorne, Wakefield, que cuenta la desaparición repentina de un hombre que empieza a vivir una existencia solitaria, anónima, justo a una cuadra de donde vivía. Nadie lo reconoce ya, porque sencillamente lo han dado por muerto. Pues La última vez nació en medio de estas claves, buscando las formas del cuento y terminó creciendo a medida que un paisaje, una instantánea, la de nuestra Caracas vertiginosa y portátil, insistía en aparecer, en mezclarse, en fundirse con estos mecanismos de fuga y desaparición, al punto que terminó derrotándonos a todos, personajes y autor por igual, e imponiendo su ruda y despiadada lógica.

Los caminos de la escritura, como les digo, son insondables. En el 2002, cuando me fui de Venezuela buscando aire y nuevos insumos para la navegación de nuestra tremenda complejidad política y social, empecé a desarrollar ese síndrome que está descrito de manera insuperable en uno de los poemas de nuestro Eugenio Montejo, En el Norte, donde se habla de la paradójica disociación en la que estamos envueltos cuando nos desplazamos del Lugar. De manera que en Montejo la lluvia y los caminos del Támesis hacia el Mar del Norte terminan anunciando a “mi país de ultramar, donde se cruza el arco del sol y se baten azules las palmas”... De la misma manera, mi vida en Barcelona, España, activó unos sentimientos muy particulares, insospechados para quien huía del vértigo y del caos caraqueño. En ese parque temático de las culturas, en el que se ha venido convirtiendo esa ciudad mediterránea (una utopía de la no violencia, de la armonía y de la tolerancia, aunque sólo sea una fachada turística-comercial), empezó a aparecer insistentemente, no la idea del arco del sol y de las azules palmas, sino la ciudad que muere todos los días, que se desdibuja, que se destruye, que arruina todas las hipótesis y las coartadas, dejando a los hombres a la deriva, atendiendo claves ambiguas, y perdiéndose en todos sus infiernos. Fue esa Caracas, su ausencia, la que terminó convirtiéndose en mi único equipaje.

Esta novela es un homenaje a esas voces que se mezclan en la ciudad, que aparecen y desaparecen en cada esquina y que cuentan, al menos de manera pasajera y efímera, de qué materia esta hecha Caracas. Y como dice Ricardo Piglia “la realidad, es sabido, tiene una lógica esquiva; una lógica que parece, a ratos, imposible de narrar”. Y es precisamente desde esta dificultad de narrar la lógica esquiva de nuestra realidad, que les agradezco infinitamente a este jurado, a este premio que lleva el nombre del gran maestro de nuestra narrativa urbana, Adriano González León, haber valorado estas fugas y derrotas, estas instantáneas y estas voces sueltas de la capital apocalíptica. Esa capital que es todo un objeto sublime, que nos parece monstruoso, y que sin embargo no podemos dejar de vivir sin él. Por eso he vuelto, por eso estoy aquí. Muchas gracias.

10/10/2006

La hora de mi novela


Como lo oyen. Hace casi dos años empecé a escribir una historia cercana, una historia que me ata a los revoltosos años 90. Nunca pensé que me gustaría tanto, que me metería con tanta pasión a construir y desarrollar personajes, a ubicarlos en un paisaje, el de Caracas, que he compartido con muchos de ustedes (27-F, 4-F, 27-N...) El tema de la escritura, para los que lo han padecido, es complicado y requiere de una paciencia y una disciplina que yo, hasta ahora, ni siquiera sabía que poseía.

Les adelanto algunos datos para que los tengan en cuenta, y para que después no digan que les cayó esta historia de sorpresa. La novela se llama La última vez, y cuenta mi Caracas: la de la desintegración, la rabia y la paranoia. ¿Una novela política? Sí, y asumo las consecuencias. Pero antes que todo, la novela es la historia de una fuga y de una derrota.

Primicia: me han llamado de la Bienal de Novela Adriano González León. Mañana dan el veredicto en su segunda edición, y me cuentan que soy uno de los finalistas, no sé aún si ganador. Estoy muy feliz y agradecido. Amanecerá y veremos

10/02/2006


La campaña: multiplícalo por tres
y ponle asientos de cuero

La campaña presidencial llega a su máxima temperatura. Mes decisivo, si los hay, para saber hasta donde puede llegar Rosales y cuánto puede perder Chávez. Campaña atípica por demás, por su relativa brevedad, por su asimetría, por su falta de electricidad social y, sobretodo, porque se ha ido desarrollando con tonos y contenidos que desde hace mucho no percibíamos. En los años recientes de conflictividad agria, de disputas de vida o muerte, las campañas electorales se hicieron desde la perspectiva de la supervivencia de unos o de otros, se tornaron éticas y principistas: o estabas o no estabas. O eras aliado o eras enemigo. Finalmente han llegado otros matices y otras complejidades en el arduo ritual venezolano de construir y mantener las mayorías.
En estos meses las cosas han dado un vuelco sustancial con respecto a los años anteriores. Los contenidos y promesas de los candidatos se han centrado en uno de los aspectos más inquietantes de este momento histórico: la extraña y paradójica mezcla –o cortocircuito– de una promesa socialista en medio de altos precios petroleros y de grandes ingresos estatales. Una paradoja que combina en la calle el desarrollo de movimientos populares y el alto consumo de whisky 18 años; la ideologización de sectores y comunidades históricamente excluidas y la irrupción de vehículos importados, de lujo, por todas las vías del este de la ciudad.

Si se mira bien, una mezcla diabólica, y a velocidades distintas, de un proyecto político a largo plazo (la construcción de una sociedad igualitaria) con la aparición a corto plazo de una riqueza fácil y saudita, profundamente diferenciadora. Ya lo decía Fernando Coronil: estamos en un momento donde se fusionan el fenómeno de la irrupción de los pobres en la vida pública, de su gran visibilización (similar a la época de 1945), con la de la riqueza petrolera, que lleva a la actitud de facilismo y de derroche (tipo los años 70, del gobierno de CAP).

Esta campaña electoral se ubica en ese territorio específico en el que interactúan tres fuerzas asimétricas en plena expansión: la de los movimientos y plataformas sociales y comunitarias (guiadas por el principio de participación y de acción política), la del Estado (como monstruo burocrático que intenta redistribuir socialmente la renta, a través de acciones ejecutivas verticales) y la del mercado (que gira alrededor de los beneficios de la banca, de la importación y del comercio). En medio de esas fuerzas en expansión, la campaña se centra –y ese es un mérito de Rosales– en la ilusión de que hemos vuelto a ser un país rico, que hay que repartir lo que hay –que hay de sobra– y que la abundancia tiene que permearnos a todos de manera más radical.

Más allá de la demagogia y del populismo, la estrategia no deja de estar bien pensada, ajustada a estos tiempos complejos y potencialmente políticos (y eso es decir mucho para una oposición que se puso sifrina, exclusivista, totalitaria). Mientras el gobierno intenta dar un paso adelante, desarrollando el mito que sirva para construir una comunidad política estable para el futuro (el socialismo del siglo XXI), la oposición apela a los instintos y arquetipos que nos han marcado históricamente, y que han puesto en crisis, precisamente, proyectos inclusivos como el de la modernización y el progreso. El mito de la abundancia, “del cuánto hay pa´eso” y del “con los adecos y copeyanos se vive mejor porque dejan robar”, muestra una dimensión idiosincrásica muy fuerte. Más fuerte de lo que se creía.

La confrontación de visiones reaparece a niveles muy distintos. Es decir, la dinámica de esta campaña se traduce entre el Ser y el Deber Ser, entre el Superyó y el Ello freudiano, entre el Instinto y la Razón… El chavismo pone el Deber y la oposición pone el Instinto. La tarjeta Mi Negra, la condonación de las deudas de las cooperativas fraudulentas y cambiar dos mil dólares por un arma son estrategias opositoras que apelan al Ser, al Ello, al Instinto. El partido único, la reelección indefinida y las siete líneas estratégicas propuestas por Chávez para un largísimo período de liderazgo que iría del 2007 al 2021, obligan a apelar a una conciencia del Deber y establecer unos principios acordes con el modelo del socialismo del siglo XXI. A una idea de Razón (mente, ideas, principios).

¿Pero este es el límite del debate? ¿Una moralización sencilla de las dos opciones, que se presta a relacionar a Chávez con el Bien y a Rosales con el Mal? Desde los aportes del psicoanálisis sabemos que todo paso que se da para fortalecer la dimensión racional, moral y ética de un individuo o de una comunidad, desemboca en un síntoma, en la explosión de un contenido reprimido. Quien ha visto la conducta de los personeros de la Iglesia lo sabe de sobra: tanto celibato, tanta castidad profesada, termina desembocando en situaciones aberrantes, en anomalías que echan por tierra todas las premisas morales y éticas practicadas con estoicismo (tipo acontecimiento en el hotel Bruno, por ejemplo).

Quiero decir que de los síntomas no se salva nadie, cotidianamente, y lejos de ser una cosa que le pasa sólo a los chavistas, el síntoma le ocurre a todos los seres humanos. No es propiedad exclusiva de la izquierda, que yo sepa. Pero mientras Chávez se pone maximalista, y demanda Deber y Compromiso, en su retórica surge el propio síntoma. En la inauguración de unas viviendas en San Diego, Valencia, el pasado sábado, Chávez dijo, palabras más, palabras menos, que el presupuesto del año que viene será de 100 billones de bolívares, “todos son para ustedes, para los más necesitados”. Esa cifra tiene una importancia fundamental: nunca en la historia el país había tenido un presupuesto tan abultado. Es decir, aunque Chávez no nombra a Rosales, lo repite como su verdadero síntoma: no hay política sin construcción de una dimensión utópica excesiva, placentera, que en Venezuela pasa por cierta forma de concebir al Estado como gran repartidor, como una entidad dadivosa, y al Presidente como quien se encarga de dar y multiplicar por tres todos los recursos. Después de arduas luchas y sacrificios, de principios y de ideologías, es hora de ofrecer el paraíso a los pobres y excluidos.

Por el lado de Rosales, en tanto, mientras más se pone gozoso y apela al ideal de que la riqueza nos las tenemos que "rumbear" todos por igual, produce todo un síntoma que se expresa en el discurso de cierta clase media que se ha sentido golpeada por la manera como el Estado ha repartido en estos años la abundancia. A Rosales lo acusan de populista, de repetir la historia anterior, de hablar sin saber de los dineros del Estado. A pesar de que los medios marcan la pauta política opositora, aún hay gente que no siente identificación rotunda con Rosales, porque lo percibe adeco y demagogo.

De cualquier forma, mientras a Chávez le demandan Goce inmediato, a Rosales le demandan Razón. Esta es la manera de comprender los dilemas y las formas como se manifiestan las dos visiones políticas que existen en el país. Mientras Chávez esté en el poder, puede hablar de dinero a su antojo –al fin y al cabo lo administra– mientras que Rosales, si quiere, promete el cielo, a Dios y al Infierno por igual, aunque se parezca todo eso al pasado adeco. El problema de fondo, lo que conecta el goce de unos y las razones de otros, es que da la sensación de que para lo que se habla y se promete en Venezuela, aún hay mucho dinero del Estado que se sigue repartiendo de manera desigual, que se sigue decantando socialmente a la manera vertical, como ha sido siempre…
A la oposición le fue muy mal en estos años recientes de conflictividad, cuando apeló a la Razón (se creía culta, preparada, virtuosa) y terminó actuando sinrazón. ¿Le pasará eso al chavismo en algún momento, con tantas razones de por medio?

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Mientras todo esto se desarrolla, el concesionario que me vende un carro me ha dicho que ahora cuesta 3 palos más, porque ahora el modelo sale de la fábrica con asientos de cuero. Hay real en la calle, mucho real. Y al consumidor le toca pagar por ello. Así estamos.

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