Zona de conflicto

Venezuela, sociedad mediática y comunidad política. Antagonismos y atolladeros. Ciudad y utopía. Un espacio para cruzarse con los unos y con los otros...

6/10/2006

Una sola izquierda en Latinoamérica

Nunca me ha gustado la idea de dividir las izquierdas en Latinoamérica, tal como se ha venido haciendo desde diversos lugares del continente. Gente como el salvadoreño Joaquín Villalobos o el dominicano Wilfredo Lozano han hablado de dos y hasta de tres izquierdas en acción. El propio Teodoro, en un libro que se convirtió en plataforma de su proyecto electoral, se hizo eco de estos deslindes y trató de abrirse un espacio (hasta ahora de manera vana, hay que decirlo) dentro de lo que ha venido definiéndose como “la izquierda moderna”, la “izquierda moderada”, la “izquierda que come con cubiertos”, “la izquierda que lleva flux y corbata” o la "izquierda del que grita que no haiga peo".
Creo que estas divisiones han sido apresuradas (el chavismo también ha usado el recurso) y creo que se han realizado bajo operaciones de cálculo político que no responden a la complejidad que vive el continente. Estos deslindes reflejan, más bien, los límites teóricos y analíticos que se tienen para comprender las múltiples formas que ha adoptado la nueva izquierda continental (una unidad precaria sostenida en muchas diferencias). En principio, considero que hay al menos cuatro tendencias no excluyentes (repito: no excluyentes) a la hora de afrontar el tema de la gestión política en Latinoamérica. Usted se encargará de poner las dosis de cada una de estas tendencias en los gobiernos de Lula y Chávez, de Kichner y Evo Morales:

1.-) El reconocimiento del valor que tiene la retórica –incluso incendiaria– en la construcción de una comunidad política. Eso hace que los límites de algunas experiencias y proyectos se confundan con el populismo, dado que se trata de explorar y explotar habilidades discursivas y efectistas que contribuyan a la configuración de mayorías populares sólidas. Populismo e izquierdismo son categorías que deben ser revisadas a la luz de los nuevos fenómenos políticos, caracterizados por la hibridación, el barroquismo y la heterodoxia ideológica.

2.-) El reconocimiento de que todo proceso de inclusión comienza por la palabra. Es decir, todo proceso de inclusión es ante todo un fuerte y denso conflicto cultural y simbólico, que desacomoda a las clases medias y a las clases altas, es decir a las que gozan del poder de inclusión simbólica. El síndrome se repite en todos lados: miedo y asco por los indígenas, por los sin tierras, por los piqueteros, por las hordas chavistas. En todos lados el mismo enemigo: la barbarie que ha llegado al poder a robarnos la tranquilidad, el confort y el pacer.

3.-) El reconocimiento de que debe revalorizarse un proyecto nacional (en contraste con las políticas de integración y de privatización tipo ALCA), que gire alrededor de un incremento considerable de la inversión social y del establecimiento de nuevas relaciones internacionales basadas en la cooperación y la complementación.

4.-) Toda transformación institucional no sólo está en función de la inclusión, como dijo el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza. Es también el esfuerzo por reducir las desigualdades, que son las más grandes en todo el mundo. Para cualquier proyecto político de izquierda en Latinoamérica, lo importante no es que la sociedad crezca a la vez, porque eso sería aceptar que los ricos siempre serán más ricos. Todo esfuerzo por la justicia social debe eliminar las distancias entre unos y otros, en función de los otros. Insulza no lo pudo decir mejor en la entrevista que le hicieron en el diario El País esta semana: “hay que diferenciar entre pobreza y desigualdad. La pobreza es atacable y en breves plazos se pueden obtener logros muy grandes. La desigualdad es un poco más complicada, porque para reducir la brecha, la única alternativa es que los que están abajo crezcan mucho más rápidamente que los que están arriba. Un crecimiento de todos por igual aumenta la brecha, ni siquiera la mantiene constante. Creo que América Latina está encaminada a eso [al crecimiento] y se va a notar en la pobreza, pero no inmediatamente en la desigualdad. La preocupación, con las cifras de la CEPAL, y considerando las metas del milenio, es que los países más desarrollados de América Latina van camino de cumplirlas, pero los más atrasados son los más pobres. Por lo tanto, existe la posibilidad también de una cierta brecha en la propia América”.

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Una prueba de las complejidades políticas que se viven en el continente son estas declaraciones que dio hoy en el diario El País el ministro de Relaciones Institucionales de Brasil, Tarso Genro, y que nos recuerdan, más allá de los modales y de las exquisiteces de cada quien, que existen en el continente tareas y objetivos comunes firmes, que escapan a las caracterizaciones interesadas que han hecho los expertos y políticos sobre la izquierda latinoamericana:

“Al margen de que Brasil tiene muchos problemas internos que solucionar, Genro cree que el país, por su poder económico, su extensión territorial y su peso político, debe tener una actitud de liderazgo en América del Sur. "Brasil no puede ser paternalista. Debemos hablar con Hugo Chávez [presidente de Venezuela] con la misma naturalidad con la que hablamos con Bush [presidente de EE UU]. En Europa hay una visión paternalista de América Latina, les preocupa que Chávez o Evo Morales [presidente de Bolivia] puedan distorsionar el proceso democrático, pero no se detienen a analizar esos procesos y a qué necesidades responden", explica el ministro.
"Morales, por ejemplo, dirige un país que vive del gas y si no cuida ese recurso, no tiene país. Venezuela tiene petróleo, y si no lo utiliza para promover su plan de desarrollo, no tiene ninguna oportunidad. Más allá de la retórica de los gobernantes, hay que comprender sus necesidades objetivas y no dramatizarlas como hacen algunos sectores de la democracia europea. Se habla mucho de populismo, pero lo que se ve son manifestaciones específicas de un deseo de proyecto nacional", añade.
"Lo que tenemos que intentar es adecuar a todos los movimientos a una realidad: no hay soberanía sin cooperación y reciprocidad. Los países menos desarrollados se manifiestan con un poco más de retórica, algo que los países desarrollados deben comprender, porque si no lo entienden contribuirán a desestabilizar estos jóvenes procesos de constitución de un proyecto nacional. Lula no puede ser un gendarme de América Latina para indicar a la región cómo debe comportarse según la visión de EE UU. La cooperación se logra mediante el liderazgo, no por la fuerza", concluye Genro.

6/06/2006


El tiempo de los monstruos

Veo las noticias del triunfo anunciado de Alan García en Perú y me pregunto hasta qué punto esto no es el signo que le faltaba a Suramérica para completar un mapa complejo y contradictorio, atravesado por buenas y malas intenciones, por diferencias insalvables y hasta por antagonismos lacerantes. Nadie dijo que sería fácil transformar la política latinoamericana en el siglo XXI, y los que pensaron que con la llegada de Chávez vendría un deslave “neoliberal”, pues se equivocaron: aquí lo que viene es más conflicto ideológico, y faltará mucha conciencia política, mucha confrontación y mucha mano izquierda (también del uso de la derecha) para avanzar en una integración que ponga el énfasis en otros términos menos dominantes que el mercado: cooperación, solidaridad, complementación. Queda por ver si García, hábil como ninguno de los viejos políticos latinoamericanos, no se convierte a su vez en un factor a imitar por la derecha de otros países que, como Venezuela, aún miran con asco a las muchedumbres y a los pobres excluidos de siempre.


II
Las elecciones del Perú dan muestra de ciertas habilidades y recursos que posee la vieja política para evitar el “escándalo del cambio”. Durante la primera fase de campaña, tanto Flores como García y Humala se entrabaron en una ruda contienda en la que los motivos fueron siempre similares, pero introducidos con tonos y acentos diferentes: la pobreza y la inclusión. A estas alturas, nadie puede decir que son pioneros de nada. Pero tampoco han llegado desinformados a esta encrucijada. Para las elecciones del Perú se puso en marcha un gran laboratorio político que sintetiza las tensiones y las dialécticas que han ocurrido en otros países latinoamericanos. Ante la feroz exclusión, ante las abultadas diferencias sociales y ante los reclamos de las distintas identidades culturales, no basta con reivindicar la defensa a ultranza de la clase media acomodada, y de sus irreductibles derechos. Hay que restregarse en la calle con los otros y dejar que las mayorías constituyan movimientos políticos, más allá de las demandas domésticas de unos vecinos de Altamira o El Cafetal. El gran paso que se dio en el Perú, en todo caso, está relacionado con todo eso: nadie le puso asco al sentimiento popular, y se avivaron por igual las luchas nacionalistas, las reivindicaciones sociales y el reconocimiento de las identidades.


III
¿Qué ha salido de allí? Un viejo zorro como García, capaz de enarbolar la bandera de una izquierda moderada, como dice, vinculada a Bachelet y a Lula. Aquí hay dos alternativas contradictorias —y no desechables— para los tiempos por venir: o García termina haciendo un gran show de reconciliación con Chávez, dada su gran capacidad mimética (histórica por demás), o termina fortaleciendo un eje con Uribe dentro del entorno andino, en resistencia a las políticas alternativas que está generando el Mercosur. Con estos monstruos populistas nunca se sabe. Para que todo siga igual, son capaces de bailar un tango con Fidel, tomarse un martini seco con Uibe o fumarse un porro en la selva con el Subcomandante Cero ¿Les suena conocido? Humala, por ahora, ha quedado descocido y maltrecho a pesar de sus buenos números. Será la prueba definitiva para medir si este clan milico-familiar tiene tanto arraigo popular como parece, y tanta voluntad como para sobrevivir a una derrota tan significativa. A Humala, lógicamente, le faltó tiempo para convencer al Perú de que su opción no era un salto al vacío. Ese tiempo que le faltó es lo que yo llamo hacer política con “P” mayúscula.

IV
A propósito del fenómeno García, uno se pregunta una y otra vez por qué ha costado tanto en Venezuela amalgamar, en tiempos post-referéndum, una opción electoral que tenga tantas aristas como las que maneja García. Quizá Teodoro es la respuesta más cercana que uno encuentra a la estrategia que puso en marcha Alan García en el Perú (ni de derecha, pero tampoco tanto de izquierda, ni proyanqui pero tampoco procubano), pero le ha faltado mucha calle (García la patea desde el 2000, por lo menos) y mucho apoyo mediático como para conseguir esos resultados. Teodoro recorre y recorre el país, por ahora, pero no despierta ni la más mínima pasión de los grandes medios de comunicación (ni él, ni ninguno). Con ello, se sigue teniendo la percepción de que no vale la pena ir a unas elecciones entubadas.

V
Perú es una respuesta y también una salida a tomar en cuenta. La politización extrema que vive ese país es el mejor signo de que no hay posibilidad de avanzar sin tomar en cuenta a las mayorías (y también a sus minorías). Esta es la mejor definición que se ha hecho últimamente del populismo, desde el punto de vista retórico (Ernesto Laclau): es el arma que sirve para constituir lazos sociales en tiempos de crisis institucional, económica y política. El populismo es lo que sirve para agrupar lo fragmentado, para reunir lo que parece irremediablemente suelto.

IV
La verdadera respuesta a Chávez la ha dado el monstruo populista del Perú, Alan García. El que quiera aprender la lección, tendrá que meterse un puñal sobre la manera como se diseñan y construyen estos monstruos (de izquierda y de derecha) que ahora lideran rotundamente el continente. ¿Más que escoger al menos malo, como vende la prensa internacional, no se trató en el Perú, más bien, de una reactivación soberbia de los ardides de la política, de la movilización libidinal de las masas y de una exacerbación de los mecanismos de identificación y de pertenencia? Eso, en pocas palabras, es la política. Una herramienta para construir mayorías, allí donde antes había minorías. Una herramienta con la cual cambiar lo que no sirve, lo que discrimina, divide y excluye. Para bien o para mal, es el tiempo de los monstruos.








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