Zona de conflicto

Venezuela, sociedad mediática y comunidad política. Antagonismos y atolladeros. Ciudad y utopía. Un espacio para cruzarse con los unos y con los otros...

10/28/2005

La proeza de ozzie

Hoy es uno de esos días raros, plenos, en los que se te olvidan las causas existenciales, las peleas, las angustias tracendentales. Hoy es un día raro, repito, de esos que uno desearía duraran toda la vida –la felicidad es una ilusión pasajerísima, lo sabemos, y el ardid predilecto de la ideología–. Sé que de un momento a otro volveré a aterrizar en mi zona de conflicto, en esta parcela apasionada donde nos desplazamos y reinventamos a punta de confrontarnos con los otros. Pero hoy, por unas horas, por unos días quizá, esta zona de conflicto llamada Venezuela se ha vuelto rumba y descontrol. Todo esto se lo debemos a la intuición “divina”, a la picardía caribeña, a la inteligencia de Oswaldo Guillén. Hoy, definitivamente, no es día para hablar de tentaciones autoritarias, ni de maquinaciones golpistas. Hoy se decreta el desmadre y la celebración. Hoy no se habla del artículo 350, ni de Patricia Poleo. Ni de morochas malqueridas y malparidas. Hoy sólo queremos hablar de esa cosa tan extraña y fulgurante de sentirnos campeones. Hoy es día para botarla del estadio, digo, de la zona de conflicto.

10/21/2005

Sobre los neutrales y sus opciones

Tengo una discusión con una bloguera que ya es como de la casa (o ella conmigo, no sé) sobre el país y sus alternativas para el 2006. Se nota que el calendario electoral empieza a llenar de adrenalina a la gente y los que aún no consiguen asociarse a un movimiento político se replantean una vez más, ¿qué hacer? Iria Puyosa y sus amigos tienen una página llamada www.endialogo.blogspot.com, donde sacan información pertinente y discuten sobre distintos tópicos políticos. Allí revelaron una encuesta (o dos) donde se le asignaba un valor enorme a los indecisos o mal llamados neutrales (30%)... Me permití decir allí mi opinión y reproduzco acá la discusión que hemos tenido al respecto. Creo que podemos recoger conclusiones y seguir pensando opciones. Por las limitaciones del blob, les recomiendo que lean este diálogo de abajo hacia arriba, es decir, lo que viene inmediatamente es mi última repsuesta
Mi última respuesta
Tus últimas opiniones, Iria, me obligan a decir algunas cosas más. Nunca me referí a que la gente escoge “por su peor es nada”. Sólo dije que hay que mantener la distancia con la forma como en las encuestas se formulan las soluciones “ideales”. Te doy un ejemplo: antes de que yo me viniera a España, por aquellos días confusos y terriblemente complejos post-11 de abril, varios chavistas de mi generación me formulaban el siguiente razonamiento: “Yo sé que Chávez no le gusta a mucha gente, y si me preguntaras, yo te diría que hubiera preferido, mil veces, que surgiera en Venezuela un líder como el subcomandante Marcos. Pero no fue así. Este es el que tenemos, y ¿qué le vamos a hacer? Para atrás ni para coger impulso”.

En su debido contexto, 2002, esta opinión resumía ya una máxima de las lógicas políticas: éstas son un complicado juego de ideales y situaciones pragmáticas. Y sólo el tiempo, la convicción y la lucha sostenida pueden hacer que las cosas pragmáticas terminen pareciéndose a un ideal, y viceversa, que un ideal se transforme en algo práctico y visible para todos.

Eso es lo grandioso e incalculable de la política. Alguno de estos chavistas me dirá hoy, y con razón, que no se equivocó en aquella apuesta, y que por el contrario, ante el estancamiento que sufre hoy el proyecto zapatista, la tesis chavista ha ganado sentido y proyección continental (un ejemplo bueno es que hoy los zapatistas revisan la posibilidad de establecer alianzas políticas con sectores de la izquierda mexicana para participar en la próxima contienda electoral). ¿La lección? Que hay que trabajar y apostar por las cosas y por la gente que le tienes fe. Trabajar con tus iguales, en alguna medida.

América Latina ha cambiado y cuando uno observa lo que ha sucedido en la Cumbre Iberoamericana de Salamanca, entiende que toda esta cosa anticomunista y fantasiosa que sataniza al proyecto de Chávez debe tener una definición: ideología. Las ideologías marcan un espacio (no identificarte con nada también es una forma ideológica por excelencia, la del individualismo puro y duro) y también levantan unas barreras a veces invisibles, pero que en contingencias específicas, en momentos concretos, se revelan como una diferencia. Insalvable diferencia.

La bipolaridad nos ha servido, y mucho, para poder ubicar precisamente cuál es la posición que debemos adoptar y cuáles las causas por las que hay que pelear. Eso hace que hasta el sector neutral ya tenga unas cuantas conclusiones al respecto, y muchas de esas conclusiones o caen de un lado o caen del otro (y esto no significa inscribirse en el MVR o en Primero Justicia).

Te doy un ejemplo: uno puede decir en materia moral que el bien y el mal son dos extremos insoportables y se prestan, ambos, al fanatismo y el fundamentalismo. De acuerdo. Pero lo que no podemos es prescindir de la idea del bien y del mal porque es la que nos sirve para ubicar nuestra propia posición. Por eso soy de los que creo que cualquier formulación política ya está mediada por algún polo. Y que en un acto supremo y heroico es que se puede llegar a trascender esa polaridad. Eso se llama en lenguaje práctico ser de izquierda o de derecha, una dicotomía que no debe ser usada como categoría esencialista (como carnet o chapa en la frente), sino para darle sentido a una posición en un contexto dado. La izquierda siempre tirará para organizar a la sociedad desde abajo, la derecha lo hará por las libertades al mercado y al consumo.

Yo celebro cualquier movimiento, cualquier iniciativa política que nazca legítimamente como necesidad de defender unos ideales y de concretar esos ideales en la práctica social. Pero eso no significa que todos los movimientos que surjan de aquí al 2006 tienen que ser de oposición. No es un privilegio de los neutrales convertirse en el próximo movimiento de oposición. Porque si es así, entonces no serían neutrales un carajo. Son oposición esperando un candidato y un partido que los represente. Por eso Keller en su estudio toma en cuenta que no hay exactamente nada como un neutral. Lo que hay son sentimientos indirectos hacia el gobierno o hacia la oposición como entidades abstractas. ¿Qué saldrán movimientos y posiciones políticas de allí? Claro, por supuesto. Pero no todas saldrán para sacar al inquilino, como le dicen, sino para defender espacios precisos, para garantizar continuidad en algunas políticas, para demandar derechos específicos, para pelear por la igualdad o la libertad, llegado el caso, para garantizar la institucionalizad de la V República, aún tan incipiente.

Por eso te digo, Iria, bienvenida tu fe y tus ganas. Pero toma en cuenta que no toda esa porción de la torta se movilizaría en la misma dirección que tú.
Respuesta de Iria
Vuelves a caer en la bipolaridad, Bujanda. También hay chavismo mediático. En realidad, hay más chavismo mediático que chavismo vinculado a movimientos sociales populares. Y, tengo la impresión de que Primero Justicia está haciendo algo de trabajo en barrios (aunque no muy exitosamente). Pero, lo más interesante es que las organizaciones que tienen años haciendo trabajo con movimientos sociales, no por responder a la coyuntura política sino porque creen en la organización y la participación social, no tienen actualmente vínculos con partidos políticos. Y son invisibles en los medios.
Sobre la necesidad de fortalecer estos movimientos sociales, así como sobre la necesidad de establecer vínculos entre ellos y el liderazgo político conversábamos hace algunos meses, a propósito de Tres izquierdas y de los resultados de las elecciones municipalesYo sigo dando el debate en todos los espacios que puedo. Claro que los “ogros” (no sé me había ocurrido esa imagen) tratan de excluirme y hasta me han mordido, pero sigo. Pero, no todos somos iguales. Hay gente que sólo habla bajito y en privado, por miedo a tus dos ogros. Trato de no culpar a las víctimas; más bien animarlos para que dejen de serlo.
Hay que defender los espacios. Sí. Y construir más espacios.Y calcular avances. Estoy de acuerdo que en la práctica todo el mundo renuncia a los ideales y se transa por su peor es nada. Pero, la escogencia de ese peor es nada tiene siempre como punto de referencia el ideal, así que vale la pena tenerlo claro.
Vamos a promover un movimiento social. Y, si nos agarran las elecciones en el proceso, que así va ser, también tenemos que pelear en ese espacio. Con tu peor es nada, porque no se puede esperar por el ideal. Deslindarse de ciertos compañeros de viaje que no suman sino que restan, por supuesto. Cerrar filas contra quienes tienen otras pasiones y otros miedos. No. No, necesariamente.
Mi segunda respuesta
Sólo para puntualizar mi posición con respecto a esta encuesta. Yo creo que hay que asumir que esas 14 millones de personas que forman parte de nuestro horizonte político son singulares e irreductibles. Todas. Cada quien es uno, aunque para resolver sus problemas busque asociarse con otros (construye o forma parte de hegemonías políticas); o prefiera, llegado el caso, abstenerse o no participar de las asociaciones que ya existen.
Toda construcción política, Iria, requiere un mínimo de representación, de distancia: yo no soy la consigna, yo no soy el líder, yo no soy el proyecto, yo no soy las franelas ni los pitos, pero soy en realidad el sostén de eso, es decir, doy fe de mi compromiso político apoyando sus formas y manifestaciones.
Hay que partir del hecho de que cada quien es un mundo. No se puede comparar a Oswaldo Guillén con Iris Valera, ni a Fernando Carrillo con José Roberto Duque, ni a Román Chalbaud con Lina Ron, ni a Chaderton con Elías Jaua. Dentro del chavismo se conseguirán tantos matices como se puedan encontrar en la oposición. No es lo mismo tampoco Gerver Torres que Pompeyo Márquez, ni tampoco Marcel Granier que Elías Santana. No es lo mismo Ybéyise Pacheco que Fernando Rodríguez, ni Elías Pino Iturrieta que Gabriel Puerta. Lo mismo pasa dentro del campo de los neutrales, hay de todo y para todos los tonos. Pero eso no quiere decir, que llegado el caso, cada quien defina con su corazoncito, con sus intuiciones cuál es la trinchera en donde uno debe recostarse (allí entran a jugar principios éticos, visiones ideológicas, etc).
El problema de fondo radica en cómo la gente en un momento dado se identifica y se concibe dentro de una corriente política determinanda, dispuesto incluso a perder, en la superficie, su propia identidad personal (de eso se trata la lógica política).
En estos años hemos visto dos maneras fundamentales de contruir la política: algunos decidieron organizar a la sociedad desde abajo (y por eso su relación con los barrios y la pobreza en general, que son los chavistas), mientras otros decidieron unir a la gente a través de la prensa y la televisión a la manera estándar de controlar la opinión pública, como se hizo en Venezuela por décadas.Ese, para mí, es el verdadero abismo que hay en Venezuela, y el que no ayuda a que los más escépticos, los más difíciles de convencer y que no tienen la fe a flor de piel, encuentren la manera adecuada de inscribirse en alguna tendencia. Porque si a haber vamos, proyectos, escritos y diagnósticos es lo que sobra. Esa es otra de las cosas que hay que tener clara: la idealidad de las encuestas (cómo debe ser mi líder) no es nunca la propia pragmática de la vida. Es como la pregunta ¿cómo quisiera que fuera su marido, o su próxima novia?
En estas dos maneras de construir lo político hay temores: por un lado, le tenemos miedo a la canalla, al barrio, al malandraje, a todos esos tonos no oficiales (pero que se han oficializado en estos años) que nuestra prensa nos educó para tratar como "siempre peligrosos" y delictivos. Pero también le tenemos desconfianza al sifrinaje que aparece por televisión hablando del país, de la pobreza, de la inclusión, mostrando proyectos en mano, invoncando multitudes, diálogos sociales, cifras y encuestas, pero que no tienen ninguna manera concreta de vincularse con la gente, con las mayorías (sólo en la Plaza Altamira).
Ese es el abismo. ¿Qué hacer ante esos dos temores? Bueno, en primer lugar abandonar la retórica victimista y dejar de pensar que estamos fuera del debate porque dos ogros intentan excluirnos. Creo que debemos afrontar el debate frontalmente en todos los terrenos y contra todas las tentaciones autoritarias (que, por cierto, esa competencia la va ganando por goleada la oposición). Nadie, técnicamente, nos ha robado nada. Ningún espacio. Si no hay espacio para los "neutrales" en el debate, es porque esa batalla por conquistarlo aún está por darse (es una deuda del atemorizado, en la cual me incluyo, aunque he dado mis pataletas). Hay que defender el tercer espacio sin cálculos (llegar a Miraflores rapidito, esperar esta vez al candidato salvador, al caballo ganador, ¿Teodoro?).
¿Qué pasa con opciones como la de Teodoro? Que cuando ya se está en el formato de la oposición (por más centrada que parezca) terminas arrastrando todas sus consecuencias: que tengas que hacerte el loco con la lista golpista que preparó la oposición para la Asamblea Nacional, que tengas que aguantar las imposturas abstencionistas, que se te peguen, llegado el caso, todos esos operadores y figurones que han jugado con la antipolítica estos años... Es decir, como Teodoro no tiene capital político propio (hablo de contacto, de calle, de vinculación efectiva con la gente) tendrá que aceptar el formato que ya está construido para la oposición. ¿Esa es la alternativa?
Para mí la verdadera alternativa hoy pasa por afirmar la crítica, sin cortapisas ni cálculos electoreros. La democracia es conflicto, y desgasta, pero en algún momento te devuelve los sacrificios con pasión y emoción. Habría que contagiarse con unos cuantos que trabajan en barrios y comunidades y con la pasión que por años han tenido para cambiar al país (no para sacar a Chávez, al inquilino de Miraflores, como he leído a alguien por acá) Eso no es cambio, eso no es transformación... Quizá por eso entiendas, Iria, que hasta en "los neutrales" hay diferencias insalvables, como en cada uno de los polos... ¿Eso se le podrá llamar conciencia de clase? ¿O algo así?
La primera respuesta de Iria
Me impresiona como mucha gente sigue atrapada en el discurso de la bipolaridad, a pesar de que tanto los datos de las encuestas como las opiniones de la gente con la cual uno habla dicen que el espectro político es mucho más complejo.
La bipolaridad es un artificio de la propaganda chavista, el negocio de las encuestas y la incompetencia de quienes han confiscado los espacios de oposición. Los neutrales, ni-ni o el centro, se definen a sí mismos como opuestos a la bipolaridad, como partidarios del debate. Y quienes viven de la política pretenden hacerlos invisibles, forzarlos a escoger entre opciones que no representan sus intereses políticos. Llegado el momento, sin opciones que representen sus intereses políticos, la gente se inclina por la abstención, Bujanda.
Un político que ande buscando “capital electoral” no debería definirse como equidistante entre el chavismo y la oposición. Tarea difícil además porque sabemos en donde está el chavismo y no sabemos exactamente en dónde está la oposición (yo veo tres tendencias en la oposición, y al parecer hay gente que no se identifica con ninguna de ellas).
Lo que debería hacer un político que quiera ese capital es preguntarle a los independientes, a los sin representación: ¿cuáles son sus intereses políticos?, ¿qué esperan ellos del Estado?, ¿cómo creen que debería enfrentarse el problema de la pobreza?, ¿quieren ley y orden? ¿quieren libre empresa? ¿quieren economía solidaria? Investiguemos si quienes no tienen representación de verdad están en el centro, o más bien a la derecha, o a la izquierda de las opciones actuales.
Por mi parte, no pierdo oportunidad de hacerles saber lo que yo espero. Quien quiera asumir “mi representación política” tiene que montarse en un programa para superar la pobreza. El otro punto es que no soy soldado, las políticas se discuten, no se imponen. Ese es el punto de arranque. De allí en adelante discutimos. De qué color quieren la franelita y como rima el slogan es asunto de otros.
Mi primer comentario
Me permito entrar en este diálogo porque me interesan las cifras que ha suministrado, tan generosamente, Iria. Podríamos hacer numerosos ejercicios sobre el capital electoral que existe en el llamado sector neutral, es decir, los que no se identifican de manera directa (y esto es muy importante resaltarlo, de manera directa) con la gestión del gobierno ni con las ofertas de la oposición, es decir, no encuentran aún algo que valga la pena comprar a mediano y largo plazo.
Lo que me parece verdaderamente importante en este estudio es que en su presentación no hay mistificaciones de ese capital flotante de indecisos. O son simpatizantes del gobierno a distancia, o lo son de la oposición. Cuestión que me ayuda a confirmar una visión que mantengo en estos tiempos: llegado el momento y el tono electoral, la gente identifica a su adversario y se inclina por alguna de las balanzas. Es decir, nunca hay un asceta de la política.
Esto condenaría, a mí modo de ver, la idea apriorística de crear un centro político basado en ese capital flotante. Cualquier centro político que quiera abrirse un espacio efectivo (y propio) en el debate social, no puede autodefinirse como una opción neutral o un lugar intermedio o equidistante (al estilo arisótélico ramplón). Ese es el atolladeropara los que no consiguen aún una convicción profunda. Neutral, en este caso, no puede ser sinónimo de intermedio, ni de "en el medio". Si queremos movilizar a ese sector (y a otros más asociados a los polos) hay que crear una política propia, un discurso propio, incluso con más radicalidad y énfasis que los que se encuentran flotando en la superficie de la prensa. ¿Eso es posible sin estar mediados por los polos? Tengo mis dudas, y por eso creo que toda opción de centro que quiera aportar algo al debate democrático, tiene que nacer de la más absoluta marginalidad, que es la mejor garantía de supervivencia y autonomía.
El hecho de asociar cualquier política a una cifra estadística corre el riesgo de encunetarse en medio del debate a gran formato que mantienen los polos extremos. Hoy, más que nunca, cualquier opción que desafíe fanatismos y antipolíticas, debe nacer con determinación y sin cálculos. La mejor lección la sigue dando Chávez, quien un día salió de la cárcel y desde la más absoluta marginalidad inició sus recorridos por las calles, pulsó voluntades, creció en la interacción social. No me lo puedo imaginar, por aquel entonces, saliendo de prisión y buscando el último reporte de Keller y asociados....

10/13/2005

Candidatos al premio Lebón

Una de las ventajas de analizar con atención los discursos políticos que se alinean en cada uno de los bandos del proceso político venezolano es que podemos detectar en ellos, si lo desmenuzamos bien, un punto oculto, un punto ciego, como dirían los psicoanalistas, en el que se sostiene todo el desarrollo argumental de una posición determinada, pero que no aparece claramente como intención primordial en la superficie del discurso.
Si me permiten, analizaré el último artículo de Andrés Oppenheimer, que apareció el pasado martes en el diario argentino La Nación. La tesis fundamental del periodista es que debería crearse un galardón internacional que premie a los más incompetentes del planeta en materia de gestión económica. Algo así, sostiene Oppenheimer, como el reverso del Nóbel. Mientras reconocemos todos los años la labor de los genios de la humanidad, podríamos también premiar la gestión de estos incompetentes que, teniéndolo todo para triunfar, desperdician increíblemente sus oportunidades. El galardón, propone el periodista, debería llamarse Lebón, una inversión exacta del premio Nobel. La proposición, la verdad, no deja de tener gracia y habla bien de la fina ironía del autor.
La disertación de Oppenheimer, por supuesto, es apropósito de la gestión económica del gobierno de Chávez, candidato número uno a los premios Lebón, según él, por haber logrado la increíble proeza de aumentar la pobreza en un país que está recibiendo unos ingresos petroleros sólo comparables con los de la bonanza saudita de los años 70.
Oppenheimer no sólo cita los números del Instituto Nacional de Estadística (que ya había revelado hace siete meses en su misma columna, según afirma), y que indicarían que en la Venezuela de Chávez la pobreza ha aumentado 10%. También cita el “Reporte de desarrollo humano 2005” del PNUD, que indicaría el descenso considerable de un ranking que sopesa los índices de ingreso per capita, la esperanza de vida y el alfabetismo. Del puesto 68, Venezuela cayó al 75 en el 2005.
Sin duda, esos dos indicadores dan para muchos análisis, con todos los matices que se quieran buscar para el caso (el propio Oppenheimer sostiene que algunos analistas consultados indican que el descenso se debió en realidad a la caída del ingreso por la huelga petrolera opositora de 2003). Incluso, y como se debe en estos casos, uno puede guindarse a discutir si la mala gerencia, si la corrupción, si el despilfarro, si cualquier cosa están afectando en realidad la eficacia del gobierno de Chávez. Pero eso se lo dejo, en este momento, a los que les apasiona el tema de la macroeconomía, y buscan en ella las claves de toda la realidad. Incluso, me permito no citar otras dos cifras que ofrece Oppenheimer, porque me parecen inconsistentes, no achacables directa y específicamente a la gestión de Chávez.

Fetichismo y automatismo

Toda esta argumentación para la postulación al Lebón se debe, en una segunda intención de Oppenheimer, a la necesidad de escudriñar en el enigma más complejo que tiene a muchos listos también, hay que decirlo, para ser candidatos firmes al Lebón, incluso primero que Chávez: son esos que se parten la cabeza y no consiguen aún la clave para comprender lo que resulta inexplicable: que el país vaya para peor económicamente (por sus cifras) y que el liderazgo del presidente aún se mantenga, e incluso crezca.

Aquí quería llegar. Toda esta forma tan automática de relacionar las cifras macroeconómicas/sociales con la dinámica política parte de uno de los dogmas que aún quedan más firmemente en pie de la visión neoliberal. Al marxismo se le acusó por mucho tiempo, y con razón, de ser esencialista, de asociar expansión de la pobreza con posibilidad de revolución, y de insistir en que toda crisis económica es el lugar automático para el cambio social. Al marxismo se le acusó de querer asociar crisis con emancipación del proletariado, y resulta que muchos de esos viejos comunistas aún están esperando en sus casas que la revolución llegue algún día, tal como debía ocurrir bajo la lógica mecánica de la teoría más convencional.

Lo que no nos dimos cuenta, hablo de todos aquellos que como yo fuimos hijos de la Caída del Muro y del fin del comunismo a la soviética, es que la visión que se impuso globalmente resultó tan esencialista y tan mecánica como aquel marxismo de receta. Sin rivales de ningún tipo, el neoliberalismo soltó en los años 90 un poco de lugares comunes que aún sirven para calcular y para “razonar”, pero que se estrellan cada día más con complejidades que saltan de las cuentas y de las calculadoras. Aún existen muchas democracias en el mundo que a pesar de tener múltiples signos negativos, andan solas, como por inercia, debido a esta relación fetichista con las cifras macroeconómicas/sociales: si todo va bien, se le votará al candidato gobernante, si las cifras hablan mal, se le votará al candidato opositor. En eso se ha resumido, para muchos, la dinámica democrática, con aquella simpleza que no merece ningún otro apelativo.

¿Cuál es entonces el nudo fuerte, cuál es esa roca a la que se enfrentan los automatistas neoliberales, y que no pueden disolver en sus análisis sobre Chávez? Se enfrentan a la lógica autónoma de lo político, a los juegos retóricos y de sentido que animan a determinadas articulaciones sociales y que propician la aparición de ciertos liderazgos. Se enfrentan a esa cosa casi imposible de “matematizar” que es la política, un monstruo que depende no sólo de cuestiones concretas (materiales) sino sobretodo de imaginarios, de intervenciones, de mensajes, de debates, de hombres y mujeres, de oportunidades.

¿Qué le sucede a un neoliberal cuando se encuentra con lógicas políticas como la del chavismo? Empieza a delirar con la cosa de que le están regalando dinero a los pobres por toneladas, y que con eso mantienen, a punta de limosna, la adhesión de las mayorías. ¿Hay un argumento más liviano e incoherente que ese? ¿No es lo mismo decir que la clase media no soporta a Chávez porque éste ha cortado los subsidios, los créditos blandos, las comisiones y todo lo que pueda generarse entre el Estado y la sociedad productiva? ¿No es Venezuela toda, una máquina de demandas –tanto empresariales como sociales— que necesita inevitablemente del Estado para sobrevivir?

A lo que se enfrenta un neoliberal en tiempos de Chávez es al gigantesco muro, a la barricada infranqueable de la propia pobreza. Es ese sector excluido (en mi caso, pienso en los tantos inmigrantes en España que viven, se pasean por las calles y que, a pesar de que son visibles, se encuentran radicalmente excluidos de los procesos de decisión y participación pública) el que no es capaz de pensarse como una gigantesca fuerza subjetiva, políticamente movilizada, dispuesta a creer y a confiar. Un neoliberal no puede entender esto. Siempre pensará que la creencia, la fe y la confianza (fuerzas que alimentan la política) pasan por una transacción material, como buenos utilitaristas. Quizá por ello insistieron tanto en programas sociales impersonales en los años de CAP II y Caldera, en los que se repartía el dinero como verdadera limosna: “Todo pedacito de mierda del barrio con cédula de identidad, por favor que vaya a la agencia del banco privado tal, a recibir las cuatro lochas de la beca escolar”. Mientras menos trato se tenga con esta pobreza, mejor: hay que decirlo, un buen neoliberal coquetea con la idea de que esos pobres no vale la pena pensarlos, porque son los eternos fracasados de la sociedad.

Esa argumentación de Oppenheimer, simple, mecánica y esencialista, que muchos analistas y operadores mediáticos comparten en Venezuela, resume la tremenda limitación que tiene el neoliberalismo ante el inabarcable universo de la política. El desprecio hacia los sectores populares llega tan lejos (sólo están ahí para recibir dádivas, no para ser sujetos iguales ante la sociedad), que Oppenheimer se permite asegurar lo siguiente: “Mientras Chávez esté nadando en petrodólares, no sólo podrá seguir regalando dinero en el exterior y comprando armas en todo el mundo, sino que hasta puede ser que el aumento de la pobreza dentro de Venezuela juegue en su favor”.

Gracias a esta mentalidad, existe una oposición tan sifrina, tan prejuiciosa y tan materialista (en el fondo el tema del dinero es el mismo que el del goce para el psicoanálisis: alguien se está gozando los petrodólares y no soy yo, y eso es lo que me histeriza), que no es capaz de ver la inmensidad de la política cuando se convierte en campo de apertura e inclusión. Cosa que Chávez, hay que admitirlo, intuye con gran profundidad. De manera que Oppenheimer tiene razón: hay que crear el premio Lebón, pero seguramente conseguiríamos muchos candidatos que habría que dárselos sin que lo pidieran, antes de dárselo al propio Chávez. Quizá ahí se encuentra la mejor dádiva que le podemos dar en estos tiempos a los neoliberales: un Lebón ante su galáctica inacapcidad para entender la política.

10/06/2005

El caso Gabriel Puerta: es la hora de fragmentarse


Si para algo sirve la entrevista de Hugo Prieto a Gabriel Puerta (en la edición de Tal Cual del jueves) es para evidenciar la profunda metástasis del discurso opositor. Gabriel Puerta, después que fuera excluido de la lista de candidatos de la alianza antichavista a la Asamblea (una lista que cuenta, generosamente, con nuestros principales actores golpistas del 11 de abril), ahora sale a decir que lo suyo todo este tiempo ha sido defender el interés nacional, apurar la renacionalización petrolera, desbancar a la banca extranjera y manifestar una clara voluntad contra el yugo imperialista. Es decir, ser más chavista que Chávez. Al punto de que el propio periodista no le quedó otra que preguntarle si no lo sacaron de la lista golpista por su discurso de extrema izquierda. La metástasis, en toda su extensión, se encuentra precisamente allí: en cómo las palabras andan por si solas en el discurso mediático, ruedan libres y por inercia, sin anclarse en ninguna referencia social, en ningún lugar concreto. Se sueltan, y nada más. Para los que secuestraron a la oposición desde abril del 2002, y le dieron una narrativa y un formato específico a la forma de oponerse a Chávez, Gabriel Puerta, como ha dicho José Roberto Duque en su página (www.casadelperro.blogspot.com), sólo ha hecho el papel de tonto útil. No puede dejar de olvidarse: Puerta y su gente de Bandera Roja fueron los encargados de calentar la calle entre 2002 y 2004, y en algunas ocasiones pusieron hasta los muertos.

La fiesta del reparto se acaba para la ultraizquierda dentro de la alianza opositora, y se nota demasiado el estancamiento y la profunda crisis de esta oposición que se fraguó por consenso (y soportada ahora en tombos de la Metropolitana). Hay que sostener que la fórmula de “los cinco” no es más que el gesto de la derecha por llegar al Parlamento. Esa sí hay que comprársela al señor Puerta, en esta nueva fase de víctima mediática: la oposición se ha sincerado definitivamente, se ha quitado la máscara amorfa esa que tenía y se derechizó con miras a las elecciones de diciembre. El argumento político de esta derecha no es nada nuevo y se soporta en dos ideas obsesivas: el fantasma del comunismo y la defensa de los grandes empresarios (ayer fueron los medios de comunicación, hoy son la Polar y cualquier latifundista que aparezca por allí). Van bien, dice Puerta, con eso obtendrán los 31 “piches” diputados que calcula Enrique Mendoza.

En lo particular, me gusta la decantación que está ocurriendo, si puede llamarse de alguna manera. Es la corroboración de que son tiempos no de unir lo que no pegaba ni con cola, sino más bien de romper o de descoyuntar radicalmente la fórmula y el chantaje de que la resistencia a Chávez tiene que hacerse bajo una única marca (al mejor estilo de los obreros polacos del movimiento Solidaridad). Creo que vienen horas maravillosas, horas en que por fin algunos actores de verdad, de esos que trabajan directamente con los sectores sociales (llámense de clase media o de clase baja, llámense chavistas o antichavistas) adquirirán su autonomía y peso específico, con el cual negociar nuevas formas de hegemonía y construcción política en los años por venir.

El clarísimo error histórico de Gabriel Puerta fue haber pensado que dándole a la oposición su sentido de calle, podía colorear con su ideología izquierdista un movimiento que nació bajo el formato del fantasma comunista que nos persigue desde Miraflores. El error de Puerta (que pueden cometer ahora otros, y no necesariamente tan radicales como él) fue haber aceptado, sin hacerse ninguna autocrítica, el marco político de esa oposición. En ese corsé, en esa estructura, nadie se interesó en saber si las tesis políticas de Puerta y su Bandera Roja tenían algún tipo de validez. En el formato pragmático, express y oportunista en el que está imbuida la oposición (“nosotros salimos de Chávez y después arreglamos esta vaina”) a quién carajo le interesaba “la defensa de los intereses nacionales”, como pregona Puerta. Lo que interesaba de Bandera Roja era quiénes iban a formar la brigada de choque para la próxima marcha contra Chávez.

Me pregunto y les pregunto: ¿No va siendo hora de romper con la hipocresía y el chantaje, y asumir que se está consolidando una derecha opositora, y que bien valdría la pena que a la par se construyera una ultraizquierda, con Gabriel Puerta y Douglas Bravo como referentes dominantes? Hoy tendría un gran papel esa ultraizquierda, al detectar las contradicciones conceptuales y prácticas de un gobierno con proyección socialista. ¿No es hora, también, de que nazca una socialdemocracia blanda, apegada a prácticas legalistas y a formas constitucionales (la tesis de Teodoro), para reimpulsar en otros términos la idea de una oposición con vocación social y liberal? Desde luego, la fragmentación no está hecha para ganar elecciones presidenciales, pero sí para desmontar la estructura de una oposición que fracasó rotundamente (y que demostró ser profundamente antipolítica en estos años golpistas). La fragmentación puede ayudarnos a afianzar las condiciones para un diálogo y un debate político menos maniqueo, menos chantajista y menos oportunista. ¿No es hora entonces de invertir radicalmente la ecuación política que ha dominado desde el 2002, a ver que sale de allí?: en vez de unirnos todos contra Chávez, diferenciémonos todos de la oposición golpista. Suena bien.

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