Zona de conflicto

Venezuela, sociedad mediática y comunidad política. Antagonismos y atolladeros. Ciudad y utopía. Un espacio para cruzarse con los unos y con los otros...

4/27/2005

Bienvenidos a la zona de conflicto


Tengo más de dos años fuera del país. Los dos años más importantes de nuestra historia contemporánea. He tenido que vivir a distancia, con ansiedad e incertidumbre, los complejísimos procesos políticos de Venezuela, y cada vez que he intervenido en algunos debates y polémicas, ha sido por el puro afán de definir, sobretodo, mi propia posición. Eso fue lo que me animó a construir un personaje político, Míster Gris, en un momento en que las fantasías más aniquiladoras andaban sueltas, en vísperas del referéndum de agosto de 2004.

La posición de Gris fue interpretada por muchos como una postura laxa, neutral. Yo, por el contrario, quise construir a partir de un atolladero muy específico, la manera de mirar al país que saldría después del referéndum. El intenso y rico debate que realicé con varios de mis más entrañables amigos, y con algunos colegas queridos y respetados (aún la página web existe con todos los debates: dialogoengris.org) me sirvió para desplazar convicciones y seguir definiendo mi posición. Creo que esa experiencia, en lo personal, fue vital y terminó de demostrarme que no existe nada mejor que confrontarse con los otros. Qué viva la dialéctica y la fricción... Lo demás es onanismo.

Siento, eso sí, que algunos de esos textos, escritos al calor de una coyuntura feroz, se han quedado atrás, es decir, son insuficientes para explicar mi percepción actual del país. ¿El acto de escribir no es acaso un acto siempre insuficiente, siempre fallido? A la manera de los situacionistas franceses de los años 60, me sigue enamorando la necesidad de hacer del pensamiento un arma, una acción ante contingencias específicas.

He tenido que soportar, a veces de mis propios amigos, ese desdén terrible que se ha puesto tan de moda en Venezuela: "tu visión es externa, tu no entiendes lo que está pasando". En un mundo donde cada decisión interna repercute en el otro lado del planeta, y viceversa, mantener esa cínica distancia entre el afuera y el adentro me recuerda otras formas de exclusión, igualmente deshonrosas: "esos bárbaros que viven cerro adentro no merecen ni votar, ni opinar, ni decidir".

Me animé, entonces, a juntar textos, a comunicarlos, a confrontarlos con todos ustedes por esta vía. Nos ha tocado mirar el derrumbe de todas las instituciones de la democracia representativa, y el último de ellos ha sido el de los grandes medios de comunicación. Han empezado a prosperar, como rizomas, alternativas comunicacionales y opináticas que nunca previmos. Hoy sólo queda insistir en buscar nuevas maneras para subrayar una posición o desplazarla, dado el caso. Visto en perspectiva, no queda más que asumir como infinitamente abierto el campo de la imaginación política, social y cultural. No asumirlo sería repetir la flojera y la sarta de prejuicios que nos persiguen.

Les cuento que hacer la experiencia del extranjero, en mi caso, ha sido aleccionadora. Dejé un trabajo por convicción, dejé oportunidades laborales específicas para venir a Barcelona a comenzar de cero, y retomar viejos deseos "intelectuales". Dejé el periodismo, temporalmente, porque no me parecía un buen lugar en Venezuela para pensar con independencia, tal como lo exigían las coyunturas y los conflictos. Si uno quería realizar una crítica profunda de las situaciones y los procesos que verdaderamente nos estaban molestando, teníamos que asumir algún riesgo, alguna desconexión, desplazarnos de los tradicionales consensos cínicos. A los periodistas nos enseñan, sobretodo, a denegar nuestra posición. Y en el atolladero donde estábamos metidos, las señas habían cambiado y se nos pedía opinar a coro con empresas o causas políticas que, en lo personal, no comulgaban con mis propios intereses. Soy de los que cree que el acto de opinar tiene tanta responsabilidad como el de informar. Cada uno de estos ejercicios responde a una ética y a una política. Ambos tienen en común el hecho de que deben estar guiados por una voluntad de sostener algo, por una necesidad de no negociar lo fundamental. En mi caso, no se trataba de abandonar un oficio para entregarle mi voz a los otros. Si había que opinar, pues aquí me tienen.

Puedo decir que en tierras extranjeras me he mirado en el oscuro espejo de la exclusión, de ese lugar indiferente en el cual nadie te está esperando, nadie pregunta por ti. El lugar para los seres invisibles que vienen de toda la periferia del mundo a invadir las Europas. Desde aquí he logrado construir, pienso, otra forma de compromiso con el país y su proceso.

Esta página es para los que han asumido como tarea pensar el lugar de los atolladeros, el único por cierto de donde puede salir una verdadera certeza o convicción. Odio el sentido común, esa filosofía cotidiana tan venezolana que muchos analistas usan para dictaminar instántaneamente dónde está el bien y dónde el mal. Esta página es, en definitiva, para los que no sienten que ha llegado el fin del mundo. Ni para los que creen que vamos de mal en peor. Esta página es para los que no se dejan arropar por los prejuicios y las recetas conocidas, sino para los que quieren rebasar cada vez más sus límites.

Para los que entienden que el conflicto es fundamental para avanzar y para crecer. Para los que tienen claro que no quieren vivir en sociedades homogéneas (ni tolerantes ni represivas), y combaten diariamente para mejorar el territorio de los suyos. Para los que no se quieren guardar nada, y entienden el valor de dar y recibir.

Para los que están convencidos de que es un momento inmejorable para soltar la pasión y producir la convicción. Para los que han comprendido que el mundo se declaró en proceso de cambios, y que depende exclusivamente de nosotros moverlo de lugar.

Para los que retan a las corporaciones y a las factorías políticas, a las verdades coaguladas. En fin, para los que saben que el acto de pensar es un ejercicio muy arduo, que necesita de imaginación y de un compromiso infinito.

4/20/2005

El momento post-mediático
Aquí les entrego una confesión y una reflexión a partir del "insuperable" Tom Wolfe. El tema me daba vueltas desde hace mucho, y unas opiniones del periodista norteamericano en la revista del diario El País, me terminaron de convencer. He abierto mi propia weblog. Al fin y al cabo, en un mundo donde se han abierto radicalmente las maneras de decir y de comunicar, insistir en el filtro de los grandes medios de comunicación no tiene mucho sentido. Hoy esas instituciones se aferran de manera conservadora a unas pretensiones de autoridad que ya no tienen. Bienvenidos a la era post-mediática, en la que la voz de cualquiera tiene su valor

Héctor Bujanda

Mi formación periodística, como la de la mayoría de los miembros de mi generación entregados a este oficio, es, por decir lo menos, heterodoxa. Lo único claro que tenía la Escuela de Comunicación Social de la UCV a finales de los 80, era que no debía usufructuar la mente de sus estudiantes con engorrosos rigores o tendencias del conocimiento. La escuela hacía gala, más bien, de una pedagogía casi profética, y se adelantaba a estos tiempos espectaculares en que lo que importa, sobre todo, es el uso del tiempo libre a la carta. La gente de la escuela tenía clarísimo que la mejor condición para el aprendizaje era el ocio radical, así que nos mandaba a beber todas las noches en el O’Gran Sol, y a perdernos en burbujas por los huecos de Sabana Grande.
Todo esto se los cuento porque no sé exactamente ni cuándo ni cómo llegué a los libros de crónicas de Tom Wolfe. Tengan la seguridad de que el dato jamás salió de un aula de clases. Lo cierto es que, a mitad de los 90, esos libros ya eran para mí una religión, y guía práctica para explorar la ciudad (eran tiempos en los que algunos panas hacíamos la página Con Todo, que salía los miércoles en El Nacional).
Descubrí sus crónicas sobre surfistas californianos imbuidos en la novísima new age. Las de astronautas listos para despegar a la luna y las de hippies quedados en la luna. Conocí a través de Wolfe el hábito olvidado de los envenenadores de máquinas 8 cilindros. Seguí con él por los caminos secos de Las Vegas, persiguiendo anuncios de neón que presagiaban el gran momento de la cultura kitsch. Me crucé en sus páginas con millonarios arruinados en ruletas que giraban sobre el desierto, y me adentré en los rigores de una arquitectura europea falsamente impuesta en la tierra de la innovación y de los sueños. En fin, leí una y otra vez sus crónicas de la era pop, de los años del desmadre, de la Bauhaus feroz...
Atrapé en Wolfe lo que considero su principal sabiduría: la ciudad hay que recorrerla, descubrirla, intervenirla, meterse en ella, en la carne de sus hombres, en sus nodos creativos y en sus energías cautivas. Wolfe es el periodista del asombro y la fascinación infinita, por eso se dio a la tarea de “colonizar”, bajo determinadas marcas y tendencias, la explosión generacional de los 60.
Al grano: detesto su posición política, sus aires de neocon intelectual, su traje blanco de dama pura del deseo y su jactancia imposible. Sin embargo, como la pega de zapatos, no puedo apartarme de las entrevistas o textos periodísticos que saca por ahí. A sus 77 años, y a propósito de su nueva novela (“Soy Charlotte Simmons”) sigue teniendo una curiosidad y una intuición de oro.


Tom Wolfe

He aquí lo que dijo en una entrevista que salió en el dominical de El País (España), a propósito de la crisis estructural del periodismo y la proliferación de webslogs.

-¿Qué problemas tiene el periodismo en EE UU?...
-El problema que tiene es muy sencillo: la gente se informa sobre todo a través de la televisión, porque es rápido, es fácil, no hay que leer nada, y las imágenes son excelentes. ¿De dónde saca la televisión la información? Las televisiones no tienen reporteros, tienen unos bustos parlantes en Washington y poco más. La televisión saca su información de los periódicos. Y cuando la televisión trata de conseguir una exclusiva, como la de la CBS y Dan Rather sobre Bush, siempre lo hace mal, porque no están acostumbrados al reportaje (...) En cuanto a los periódicos, por desgracia, se han convertido en monopolios locales. Salvo casos excepcionales, hay un solo diario por ciudad. En esta situación, ¿para qué necesitas cinco o seis reporteros para cubrir un área, con lo caro que es? Por tanto, hay una persona que cubre educación, una que cubre sucesos... Cuando yo trabajaba aquí (Nueva York) había reporteros de sucesos en cada barrio, ahora hay uno sólo para el departamento central de la policía. Eso significa que dependes de la policía para tu información. Nunca se habían cubierto tan pocas noticias en EE UU. Parece que son muchas, por el efecto de las cadenas de televisión, pero la información en televisión es una risa.
-¿Qué medios le interesan?
-Creo que hay unas cuantas publicaciones semanales buenas, y habría que crear más, porque atienden mejor la información que los grandes diarios no cubren. Y los blogs son, probablemente, algo bueno: toda esa gente que hace circular información. Seguramente es lo mejor que le ha ocurrido al periodismo. La mayoría de los blogs es una basura; pero, si se busca, siempre se puede encontrar algo interesante. Los blogs pueden reproducir rumores que la prensa no publica, pueden hacer muchas cosas. Son fuentes posibles que nos dan una información que no teníamos antes. Y hace falta más información.

No es mucho lo que dice nuestro querido Tom Wolfe, pero si se lee bien cada línea, podrían desmenuzarse los problemas estructurales que tienen los medios para seguir vendiéndose como las únicas instituciones que reflejan la realidad. Se los digo yo, que me tocó conducir el cuerpo de Política de El Nacional, y me vi justo en las mismas limitaciones para tratar de buscar información novedosa, fuera de las rígidas cadenas de la vocería institucional (partidos, organismos públicos, asesores mediáticos, grupos de presión).

No vayan a creer que en Venezuela han aparecido nuevos medios, nuevas voces comunicantes y nuevos focos de opinión y discusión, sólo por culpa de la encarnizada polarización y por la disputa política entre Gobierno y Medios. Sí, pero no sólo. En perspectiva, si no hubieran aparecido iniciativas comunicacionales específicas, probablemente sucesos como el paro nacional de 2003 y el 11 de abril de 2002 seguirían siendo un acertijo duro y puro, como deseaban algunos sectores de poder.
La proliferación de medios alternativos es un hecho global, y se riega como la pólvora. Aquí en Europa el fenómeno ya tiene nombre: post-media. La gente se cansó definitivamente de ver la realidad sentado frente a la pantalla del televisor, de esperar los titulares y los consejitos mañaneros de nuestros oráculos mediáticos. La gente se cansó de sentir que hay una tremenda disociación entre lo que piensa y lo que ve, y la representación de esas cosas en la prensa. La gente empezó a desconfiar de las versiones supuestamente neutrales, y de las únicas instituciones modeladoras del consenso y del discenso en democracia.
La gente lo que quiere ahora es hacerse sentir, salir del anonimato y de la invisibilidad. La gente lo que quiere es mostrar su propia verdad e incluirse en el debate. Sin complejos y sin nostalgias. Sin modales. Que se abran las puertas, pues, al ruido de muchos, a las visiones plurales y diversas, a las nuevas simetrías que establece el mundo de las weblog. ¿Ese no es la mejor condición para hacer política? ¿Que todos salgan al espacio público (sea real o virtual) y digan lo que piensan y cómo lo piensan? Por eso me desconciertan todas esas medidas legalistas (desde la sentencia 1.013 hasta la reforma del Código Penal, que buscan limitar precisamente lo que se ha abierto con tanto furor en Venezuela). No podemos tener un discurso participativo y protagónico y a la par limitar el ejercicio de la libertad de expresión. En esta era de novedosas formas de expresión y asosiación, lo único que retorna es la sospecha. Enhorabuena, porque sin sospechas no se mueve nada en esta vida...

4/11/2005

11-A, el fascismo de los invisibles

FOTOS:ANDREINA MUJICA
Este texto lo publiqué en Tal Cual porque tenía la infinita necesidad de romper con una práctica y con unas operaciones en la que los medios de comunicación cumplieron un papel determinante. Una de las grandes lecciones que nos deja el 11-A (entre tantas), es que los intereses empresariales y las causas políticas son radicalmente incompatibles. Un cortocircuito que terminó por enseñarnos el rostro más oculto del fascismo

Héctor Bujanda

I
Existe un enigmático aforismo de René Char, escrito al calor de la resistencia francesa durante la II Guerra Mundial, que le sirvió a Hannah Arendt en 1954 para preguntarse por el valor de la política. Char había escrito: “nuestra herencia no proviene de ningún testamento”. La frase del poeta buscaba capturar “la tragedia” de todos aquellos que desde la resistencia se habían visto, de pronto e intempestivamente, obligados a luchar contra el agobio aniquilante y expansivo de las fuerzas hitlerianas, y sentenciaba que ante la monstruosidad del nazismo no había ninguna lección histórica que sirviera de testamento (de cartografía, de luz en el camino) para descifrar el presente. La lección que saca Arendt de esta historia es que la política significa, siempre, actuar en circunstancias desconocidas, y exige tomar decisiones para defender el espacio irreductible de la libertad (en tanto acción, lenguaje y asociación con los otros).

II
Arendt sostenía que la resistencia a un adversario mortal (el totalitarismo) había sido una experiencia política que a muchos miembros de la generación de Char les sirvió para “encontrarse a sí mismos”, y por esa misma razón comenzar a andar “desnudos por la vida”. La pretensión de poseer una certeza los hacía actuar ante los otros con naturalidad, sin máscaras: “por vez primera en sus vidas los visitaba una apariencia de libertad: no, por cierto, porque actuaran contra la tiranía o cosas peores que la tiranía (...) sino porque se habían convertido en retadores”. Aquí hay otra clave de Arendt que habría que interiorizar hasta sus últimas consecuencias: hay acontecimientos que piden del individuo su atención, su movilización y su compromiso en nombre de la libertad. Alain Badiou, el filósofo que se embarcó en el mismo vagón de la contracultura francesa de los 60, llamó a la “necesidad específica” que demanda una realidad dada, la necesidad de verdad de los hombres. Una verdad que de pronto transforma la confusión en creencia, la duda en posición y la amenaza en afirmación.

III
A la luz de estas perspectivas, podríamos evaluar lo que ha significado para muchos venezolanos el acontecimiento 11 de abril de 2002, y las clarísimas repercusiones que ha tenido en el proceso político nacional. Hay que hacerlo, en primer lugar, recordando la lección que diera Pilar Ternera, la nigromante de Cien años de soledad, que en medio de la intensa fiebre de olvido que embargó por un tiempo a los habitantes de Macondo, cambió la dirección de lectura de sus cartas, y se puso a descifrar el pasado. Hay que barajar una y otra vez las cartas de aquel día hecho de multitudes enardecidas, de discursos aniquiladores y de operaciones paralelas y encubiertas, porque ésta es la única manera de conseguir, al menos, una posición libertaria que nos conceda “ir desnudos por la vida” con toda naturalidad. La lección más indeleble que ha dejado el 11 de abril entre nosotros es la aparición, en medio del encono y la radicalización política, de una práctica anómala que buscaba cambiar de un trazo una tentación totalitaria (el estilo de Chávez y sus leyes aprobadas en la más estricta nocturnidad, la retórica excluyente y divisionista soportada sobre marcas y estigmas de clase) por un totalitarismo invisible, hecho a la medida de estos tiempos espectaculares.

IV
¿A qué llamamos totalitarismo invisible? A la última anomalía que dejó el modelo de democracia representativa: la de delegar en otros (preferiblemente expertos) las responsabilidades que nos competen directamente. La factura del 11-A no está hecha sólo de los pocos minutos de televisión de Carmona Estanga, y de los delirios que tenía este pequeño titán de ambiciones desbocadas. El 11-A es ante todo la construcción de un guión, realizado por una pléyade de expertos (juristas, asesores mediáticos, militares de alta casta, funcionarios internacionales, docentes y especialistas varios) que buscaba sacar con alta cirugía mediática, y apoyándose en el sentimiento dominante de incertidumbre y confusión colectiva que se vivía, a un régimen constitucional. La operación, desde el principio, estaba diseñada no como una respuesta democrática ante la tentación autoritaria, sino como un golpe de Estado, duro y puro.

V
Dos tesis se desprenden de este diagnóstico: el 11-A es, en primer lugar, el caso de una multitud traicionada, de una multitud que se fue cohesionando por una especie de negatividad – pero que encontró una salida creativa en las movilizaciones inéditas, las disquisiciones plurales, las críticas diversas– y que, sin embargo, fue utilizada perversamente para una operación que nos dejó, literalmente, fuera de la democracia y del ejercicio de la libertad. La segunda tesis es más perversa: apoyados en esa multitud, otros tomaron decisiones estrictamente interesadas, y concibieron a esa multitud crítica y creativa como verdadera “carne de cañón”. La mejor prueba sigue siendo la declaración de los generales golpistas en la residencia de San Román, en la que anunciaban la muerte de varios venezolanos por francotiradores, mucho antes de que se detonara el primer disparo en los alrededores de Miraflores. La multitud estaba, en este caso, únicamente “para poner los muertos”.


VI
El caso de la multitud traicionada, y utilizada para un horroroso espectáculo sangriento, tiene otra consecuencia para el ejercicio de la política. Después de la profunda inversión emocional que los colectivos opositores hicieron en los actos de protesta –que se habían desencadenado desde noviembre de 2001– el resultado fue tan desmoralizador, que vale la pena fijarse en sus formas fundamentales, pues el efecto 11-A es directamente proporcional a la derrota refrendaria del 15 de agosto de 2004. El golpe de Estado planificado por expertos, definitivamente reprogramó la ética y el sentido político de mucha gente, y dejó en estado de “déficit moral estructural” a los líderes de la oposición, ligados en su mayoría a la Coordinadora Democrática.

VII
Constituciones y poderes públicos disueltos en minutos, títulos borrados a la cañona, persecuciones políticas, detenciones ilegales, represión social, cierre de medios oficiales, invasiones a embajadas. Tráfico de militares de alto rango y de comunicadores por los pasillos del poder. Empresarios sediciosos... ¿Qué más puede decirse hoy de una operación espectacular donde lo que importaba, esencialmente, eran las imágenes del nuevo gobierno, las investiduras (los generales) y la evasión mediática (las comiquitas suplantando la información)? La posibilidad de organizar un frente político con características democráticas y principios políticos rectores, fue descarrilada para beneficio de poderes históricos, de aventureros y gozosos de los despeñaderos. Caso extraño para la práctica libertaria: una potencia política y soberana (la fuerza colectiva) es traicionada por sus líderes e invitada al suicidio.


VIII
Ante la amenaza totalitaria, la respuesta fue un golpe de Estado. Ante la posibilidad de restringir los derechos civiles, la respuesta fue violación flagrante de los derechos humanos, con razzias incluidas. Ante la denuncia persistente de un poder que viola la Carta Magna, la respuesta fue disolución expedita de un marco constitucional. Ante la resistencia a los estigmas y estereotipos clasistas, la respuesta fue más clasismo, más estigmas y más talibanismo. Ante la denuncia de los atropellos a la libertad de expresión, la respuesta fue verdadera censura. La medicina fue mucho peor que la enfermedad. El 11 de abril hace que recoloquemos la mirada y preguntemos cuál es el monstruo más peligroso que nos acecha. El 11-A nos obliga a reconsiderar la política, y a evaluar cuál es el territorio de acción que debemos desarrollar para ubicarnos entre el caudillismo y el fascismo invisible (expertos que deniegan su responsabilidad públicamente, evitan confesiones, se esconden tras bastidores). Ni más, ni menos.

IX
Aún existe una alternativa ante el cinismo de “los invisibles”, el de aquellos que ahora se reacomodan ante la evidencia de los hechos post-referéndum. Existe, todavía, posibilidad de recuperar el antagonismo político que tanto necesita una democracia participativa (con ejercicios de diálogo, acción y deliberación política). Ante la moralidad de los que “se acomodan” (ésos mismos que en su momento fueron los grandes agitadores sociales y protagonistas del golpe 11-A), debemos reivindicar la entereza que mostró René Char en su época. Ante el pragmatismo de los que viven calculando por los demás sus propios beneficios, vale responder con el fanatismo de los que sí creyeron que las circunstancias en Venezuela eran insuperables para asumir la libertad y el ejercicio de la política, con todas sus consecuencias (que es lo mismo que decir, con todas sus responsabilidades). Que era, y es el momento, de andar desnudos por la vida, dueños de certezas y afirmaciones innegociables.

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